Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

El loco siempre dice la verdad, o apunta, con matices, a su núcleo candente. Todos los locos, pero este en particular, que plantea las cuestiones más espinosas con absoluta crudeza, dice sin filtros lo que piensa y habla de problemas y soluciones de la economía nacional con un nivel de sinceridad y realismo verdaderamente intolerable. Pero que está loco salta a la vista, es la irremediable y fría evidencia.  

El otro, que miente con la misma naturalidad y constancia de quien respira o camina, comprometió muchas veces su palabra en vano y domina como nadie el arte del fingimiento y la contradicción. Pero su comportamiento y su discurso, impecables, demuestran, eso sí, que no tiene una pizca de locura.  

Como los personajes de una fábula que pretende contrastar caracteres, ambos son las caras de una misma devaluada moneda. O el reflejo de uno en el espejo invertido de su contrincante. El loco dice la verdad, pero no sabemos cómo reaccionará ante ella: he ahí su peligro. El hábil mentiroso va entremezclando mentira con verdad para que no sepamos cual es cual: he ahí su amenaza y su riesgo.

En un país apasionante como el nuestro, que a pesar de todo debemos festejar y amar, la actual fábula del mentiroso y el loco, el épico enfrentamiento entre el mono con navaja y el lobo con piel de cordero, palpita en estos días su final abierto, que muchos auguran catastrófico, pero que también puede mirarse con cierto relajado optimismo.

El vaso medio lleno

Los argentinos tenemos la prodigiosa oportunidad de elegir presidente entre un candidato que no está loco y otro que no miente ni oculta sus intenciones. Ambas, cualidades notables en un estadista; ambas igualmente tentadoras para los votantes. Pero no podemos tenerlo todo a la vez, y por eso se nos plantea un auténtico dilema moral a los ciudadanos, encontrar nosotros la moraleja de la fábula o intentar anticiparnos a ella: ¿qué es preferible, la cordura o la sinceridad? ¿la estabilidad emocional o la confianza? ¿evitar, en el centro mismo del poder político, la traición o el brote psicótico?  

En una economía condenada al ajuste, la discusión sobre programas de gobierno, que siempre es un vano tanteo de ilusos, pasa a segundo plano ante el debate de las personalidades y los caracteres, de las patologías o deficiencias de los candidatos. O al menos ambas discusiones se entremezclan y confunden, nos obligan a ejercer de politólogos y psiquiatras a los votantes, nos llenan de dudas y lo ponen todo más complejo para tomar una decisión en el cuarto oscuro, casi siniestro.

Pero tenemos, en medio de tanta incertidumbre, al menos una certeza y tranquilidad: que el próximo presidente de los argentinos no va a ser ningún loco mitómano, sino apenas una u otra cosa.

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