Por Hernán Carbonel

Para LA GACETA - SALTO

-Cómo fue la producción de estos textos: ¿como un corpus, fragmentariamente, o ambas al unísono? ¿Fue un libro a pedido –como suele trabajar Ampersand– o algunos de ellos ya estaban compuestos de antemano?

-Yo tenía algunos textos previos: el de Alejandro Schmidt, el de Vallejos, el de Circe. Le acerqué alguno de estos textos a Graciela Batticuore, y ella me dijo que le gustaría saber cómo leía yo. Ahí empecé a traer la historia de mis abuelas, y me lancé al resto, donde entraron esos microensayos que ya tenía. El resto fue muy vertiginoso. Lo hice en unos pocos meses, incluyendo y adaptando esos textos y desechando otros que tenía. Pero la parte más biográfica, que sería el eje del libro, la columna vertebral, fue hecha en ese vértigo de empezar a recordar mi vida. Tengo 70 años, estoy en un ciclo de mucha revisión. También debo decir que eran tiempos de pandemia y tenía más tiempo disponible.

-Hay textos que se relacionan e imbrican entre sí, que vuelven sobre uno u otro tema. ¿Fue por una cuestión literaria, de experiencia de vida, o de imposible separación de las partes que nos componen como humanos y seres literarios?

-Creo que es eso, sobre todo, la experiencia de vida y la imposibilidad de separar lo humano, lo más vital, de las lecturas. Porque habría que pensar que, si bien soy una persona que lee mucho, y que tengo un tránsito intenso por la literatura, nunca he trabajado formalmente en la academia. He dado clases en estamentos más populares de la educación: en secundarios, en magisterios, a profesores de teatro, y acompañando procesos de lectura y de escritura a niños, jóvenes y adultos, a potenciales escritores revisando sus obras. Y también ganándome el pan yendo a leer a otros, a una residencia de adultos mayores, a una cárcel.

-En casi todos los textos hay temas que solés volcar en tus ficciones: la memoria –individual o social–, la familia, la inmigración, la llanura, el ser femenino, la geografía real y la simbólica, el epígrafe como intertexto, las marcas de una lengua, la presencia de la poesía en la prosa.

-Todo eso, y de la prosa en la poesía también. Yo creo que Una lectora de provincia es como el lado B o la contracara o la contraluz de mis ficciones. Sólo que en las ficciones los rasgos de lo autobiográfico aparecen como esquirlas entre lo imaginado. Aquí es eso mismo, pero contado desde mi propia vida. En ese sentido, este libro sería, como dice un librero amigo, una autobiobibliografía. Una autobiografía a partir de lo que se ha leído, y de lo que hice y pude hacer con lo que leí.

-Más allá de los textos extensos que motorizan el volumen, hay cuatro, más breves, de homenajes a poetas: Beatriz Vallejos, Alejandro Schmidt (¡qué personaje!), Mary Oliver, Circe Maia. ¿Qué hizo que las y lo eligieras?

-Tengo muchos poetas y narradores que me han marcado, pero aquí elegí cuatro poetas porque la poesía también me ha marcado mucho. Y también muestran, estos cuatro autores, un modo de leer periférico. Cuando escribí ese texto de Mary Oliver, ella se empezaba a leer aquí a partir de la edición de Caleta Olivia para la cual escribí el prólogo. Circe Maia es un amor muy intenso, muy lejano; la descubrí en los 80, con la recuperación democrática. La pesadora de perlas está hecha por un editor que la conoció por mí, ya que iba a mis talleres. Con Beatriz Vallejos también tuve una relación un poco personal, y ella ocupa también ese lugar un poco periférico de poeta de provincia. Y hay un libro mío, que se llama Beatriz, donde yo escribo con ella. Y con Alejandro Schmidt tuve una relación de amistad muy fuerte, y, como se muestra en el libro, él se enojó conmigo y nos alejamos. Miro hacia arriba y frente a la computadora tengo una caja grande con todas sus cartas. Nos escribimos semanalmente a lo largo de diez años. Y él me iba contando lo que leía, lo que escribía. En fin, muestra también un modo de leer periférico. Ellos aportan al centro desde la periferia. Y tienen mucha consonancia con lo que yo siento, con mi modo de leer, de escribir, también, y de estar en la escena literaria. Que es, en mi caso, una escena política también. Puedo ir a la Feria de Guadalajara, así como puedo ir –lo haré mañana– a una escuela muy pequeñita, primaria, pública, que queda a diez kilómetros de aquí. Esas elecciones son ideológicas, uno considera qué es lo que hace y para quiénes lo hace. Dónde puede romperse la palabra de uno: decir la palabra es romperse.

-El eje del libro, claramente, pasa por los múltiples modos de la lectura, sus cómo y sus para qué, eso que llamás actitud rumiante. Hay una relación, ahí, entre la Tere lectora –inquieta, que hurga, que rastrea– y la Tere autora.

-Sí, absolutamente. Esto de los epígrafes como intertextos: un epígrafe no es para mí un adorno, una frase linda. No. Hay una relación entre lo que dice el epígrafe y mi posicionamiento y lo que dice el texto que va después. Muchas veces el epígrafe genera el texto, incluso. Esa actitud rumiante. Los múltiples modos de lectura que existen y por los que yo pasé. De niña, en la adolescencia, en la facultad. Y es así, como casi siempre, que leo hoy. Lo rumiante es eso: lapicera, lápiz en mano, marcando, volviendo sobre lo leído, releyendo. En esa intensidad de lectura que me ha acompañado para olvidar lo que estaba viviendo, para ser consciente de lo que estaba viviendo, para enseñar, para ganarme el pan, para ayudar a otros, para consolar, para consolarme, para entretenerme, para divertirme. Sobre todo, para ser más consciente y hacer más vasta la experiencia de vida.

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Perfil

María Teresa Andruetto nació en Arroyo Cabral, Córdoba. Publicó novelas, ensayos, libros de cuentos, poemarios y libros para niños que fueron traducidos a varias lenguas. Obtuvo entre otros los premios Fondo Nacional de las Artes, Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM, Premio Cultura Universidad Nacional de Córdoba, Premio Hans Christian Andersen 2012, Konex de Platino y Premio Trayectoria en Letras del Fondo Nacional de las Artes 2020.