Por Flavio Mogetta

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“¿Por qué escribir un libro como Ahora Alfonsín? Porque Alfonsín se lo merece y también porque la sociedad se merece saber desde dónde partió. Mi mayor sueño con esto es que en algún momento puedan leer el testimonio de modo tal que uno sepa por qué llegamos acá, porque nosotros seguramente podamos tener una deriva autoritaria muy dolorosa -perdón por tener una lectura tan ennegrecida de nuestro porvenir- y hay que refugiarse en los lugares que dejan claridad. Volver a Alfonsín es volver a una ejemplaridad que la Argentina necesita. Volver a Alfonsín es volver a una nobleza de la política que la Argentina necesita. Me da la sensación de que hay una necesidad imperiosa de la política de reencontrarse con la política, de desentenderse un poco más de los likes y los corazoncitos y encontrarse con la demanda social de carne y hueso. Y entender que la demanda social de carne y hueso necesita un diálogo, no necesita una chapa distante o no necesita una respuesta de un programa social al instante, necesita un diálogo que genere otra Argentina, una Argentina que vuelva a tener algunos de los valores que en la década del 80 enorgullecían al país, como el de la movilidad social ascendente, parece muy naif pero no lo es. Y me parece que en ese tipo de cosas nos podemos reencontrar con un mecanismo de construcción política que reconstruya lazos con una Argentina que se parezca más a los sueños de los ’80 que a la Argentina de hoy”, introduce en la charla con LA GACETA Literaria el periodista Rodrigo Estévez Andrade, autor junto a Matías Méndez del libro Ahora Alfonsín, que da cuenta de la historia íntima de la campaña electoral que llevó al oriundo de Chascomús a la presidencia de la Nación.

A 40 años del regreso de la democracia

Estévez Andrade subraya que no es “en vano” ni “inocente” rescatar su figura y más cuando “estamos asistiendo a un cuarto de hora donde los rezos nocturnos de uno de los candidatos a Alfonsín e Yrigoyen están siempre presentes. Y no solo eso, “además se encargó de decir que la Argentina se acabó hace 100 años, justo da la casualidad de que estamos hablando del sufragio universal, secreto y obligatorio, una ley por la que hubo cuatro revoluciones armadas. Mucha gente murió para que en el ‘12 llegara la ley Sáenz Peña, Yrigoyen llega en el ‘16 y las cosas no se acaban sino que por el contrario cambian y por primera vez, da la singularidad que es en los años ‘20 y que en esa república radical la Argentina es el octavo país del mundo en su economía, es el granero del mundo con muchísimas injusticas, sin lugar a dudas, porque todavía hay una legislación que nos está faltando. Llega el peronismo en los ‘40 e ingresa una legislación social que le faltaba a la Argentina, porque le faltaba aprobación parlamentaria porque ni los socialistas ni los radicales la habían podido llevar adelante mientras los conservadores te votaban en contra”.

-Estamos en el año que se celebran los 40 años de democracia de esos 100 ininterrumpidos que alguna vez soñó Alfonsín.

-Y se vienen cumpliendo bastante bien. Llevamos 40 a pesar de todo. En la Semana Santa del ’87, sin ir más lejos, hubo mucha dirigencia de la vieja guardia radical que había agarrado las valijas y había dicho “bua, otra vez perdimos”. Pero Alfonsín no hizo eso y los más pibes que eran los sub40, los que en esa época eran los corporizadores de todos los males de la Argentina, los de la Coordinadora, tampoco. Entonces entre esos tipos se miraron y dijeron nos quedamos acá. Y apareció un peronismo distinto, de la democracia, que era el peronismo de la renovación, de características distintas al que conocíamos hasta ese momento y que lideraba Antonio Cafiero, con un núcleo de dirigentes importante por debajo como José Octavio Bordón, José Manuel De la Sota, Carlos Grosso, que se puso los pantalones largos a la par de Cafiero y se puso espalda contra espalda con Alfonsín. Cuando ves al peronismo y al radicalismo juntos en la Semana Santa de 1987 en el balcón, te das cuenta que el sistema democrático dijo “hasta acá llegaron”.

-En Ahora Alfonsín se puede leer al ex presidente afirmar que no tenía dudas que estaba ante “el día más importante de mi vida”.

-Hay ahí una dimensión muy humana de Alfonsín con una singularidad. La campaña para él fue muy larga. Arranca en julio del ‘82 diciendo que quiere ser presidente en un país que no sabe si va a tener elecciones. Es muy singular la decisión, la impronta y la convicción personal de un tipo que dice que quiere ser presidente de la democracia y en verdad nadie sabe si viene la democracia. El fantasma es tan grande en la dictadura que hay mucha gente que es muy escéptica. El tipo es un retador y a la vez es un tipo disruptivo que se para desde una certeza íntima muy particular. El fin de semana de las elecciones llega a Chascomús para votar con sencillez: “bueno, vamos a dar un batacazo, no nos va a ir mal, no vamos a perder por goleada”. Con mucha moderación frente a la intimidad, pero a la vez en esa certeza de que ya no es el radicalismo del 25%, una tradición política que hoy cuesta interpretar. El logra invertir ese 25 al transformarlo en un 52.

-Una campaña larga que lo llevó a Alfonsín a recorrer el país tres o cuatro veces.

-Alfonsín arranca en julio del ‘82, su primer acto es en la ciudad de Buenos Aires en la Federación de Box, y apenas terminó se fue a Rosario a hacer otro. Cuando llegó al cierre de campaña a Rosario ya había ido por lo menos cinco veces a esa ciudad. Esa era la diferencia central. Cafiero escribió unas memorias a partir de un diario personal donde registra el día a día del ‘83 y en un momento dice: “mientras a Alfonsín no le alcanza la agenda, no le alcanzan las horas del día para la cantidad de actos que tiene, Luder pide que no le recarguen la agenda”.

-En ese acto inicial de la Federación de Box había una mesa al ingreso que funcionaba como una suerte de filtro.

-Un intento de acotar el ingreso de la gente, porque acá también hay otra cosa que es muy difícil de entender hoy. Había temor de que los actos fueran boicoteados con atentados. Y no era un temor infundado. La mesa en el ingreso buscaba que no se infiltrara gente. Se tomaba nota de aquellos que no conocías para generar un lazo a partir de que te dejaran el teléfono laboral o alguna dirección de correo o alguna referencia de dónde estudiaba. La mayoría que fue ese día a la Federación de Box jamás había escuchado a un orador político. Muchos chicos que tenían poco más de 20 años.

-Y estaba el magnetismo de Alfonsín como orador, algo difícil de encontrar en estos días.

-Sí, y también cambió la matriz cultural de la Argentina. Hoy un chico de 22 años es incapaz de escuchar a una persona de 56 durante una hora. No creo que sea una capacidad diferente la que tenga o una incapacidad; es incapaz de escucharlo porque no está una hora atento frente a nada. Estamos ante un quiebre cultural muy fuerte que impide eso. En aquella época un chico de 22 años iba a escuchar a Alfonsín y se quedaba magnetizado.

-En el libro se deja ver un lazo desde lo popular que, salvando las diferencias, emparenta a Yrigoyen, Perón y Alfonsín. También se subraya que él no era “gorila”.

-Alfonsín tenía una matriz en términos formativos del radicalismo bonaerense y el radicalismo bonaerense no tenía una cultura gorila. El radicalismo bonaerense siempre había enfrentado al conservadurismo, un conservadurismo de la provincia de Buenos Aires de características muy populares. La condición popular del conservadurismo también hay que entenderla, la Argentina tiene una historiografía muy tamizada por los últimos años donde todo parece ser o explicarse a través de un ojo que es el del peronismo y lo que no es popular es lo no peronista. Ahí hay una falacia enorme y una destrucción del análisis muy triste para cualquiera que tenga intenciones de leer y de entender la Historia. Alfonsín no era gorila porque no podía ser gorila, porque venía de un movimiento que se llamaba movimiento de intransigencia y renovación que en el radicalismo había sido disruptivo y revolucionario.

PERFIL

Rodrigo Estévez Andrade (Buenos Aires, 1969) es licenciado en Periodismo y Comunicaciones, tiene un posgrado en Comunicación Política y cursó una maestría en Periodismo. Trabajó en la Secretaría General de la Presidencia de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Condujo el diario digital Inédito de la familia Alfonsín. Publica artículos de opinión y de investigación histórica en Clarín, El Cronista Comercial, Infobae y Perfil.

Por Flavio Mogetta - © LA GACETA

Ahora Alfonsín *

El gesto, si bien marcial y protocolar, no carecía de esas pinceladas de noble amateurismo que por momentos se apoderaban de la casaquinta de Cura Allievi 55. Después de largas horas de espera, ese “ojo, que ahora custodiamos al presidente” fue el anuncio de un cambio de época.

Desde atrás de unos tupidos bigotazos, el oficial en jefe de la custodia se dirigió así a dos subalternos de la Policía Federal que estaban asignados para cuidar al candidato durante las últimas jornadas de la campaña electoral. Cinco automóviles Ford Falcon con los motores en marcha y las luces de posición encendidas, con esas características patentes porteñas de la letra C (cuya numeración, blanca sobre negro, empieza en 1113), con choferes de sobaquera armada, vestidos de traje y corbata, aguardan detrás del cerco de ligustrina en aquel enclave de Boulogne, donde una numerosa familia de clase media de Chascomús rodea a su integrante

más célebre: un hombre de 56 años que no pierde su calma campechana y repite -una y otra vez- “hay que esperar, hay que esperar”, mientras el reducido núcleo de amigos que lo acompaña ya no reprime el “¡vamos, Raúl, carajo!”.

Por azar, Eduardo Metzger atiende el teléfono; una voz de mando lo saluda y le pide que lo comunique con el doctor Alfonsín. “No puede tomar la llamada”, responde el productor. “Soy el comisario general a cargo de las custodias, transmítale que a partir de este momento el responsable de su custodia es el comisario Omar Tirelli, que ya se está dirigiendo hacia allá”,

informa lacónico. Antes de cortar Metzger pide que le deletree el apellido y lo anota. Al productor -el hiperquinético, el de los avisos, los móviles, los éxitos de TV- le tiemblan las piernas. Inmóvil, con el tubo en la mano, repite mentalmente dos veces: dijo presidente.

Ajeno al despliegue policial, el futuro ministro de Economía y Finanzas Públicas, Bernardo Grinspun, grita: “¡Cagaste, Raúl, ganamos!”, y estalla en una ruidosa carcajada que huele más a desahogo que a festejo.

*Fragmento