En las últimas semanas, los accesos al Gran San Miguel de Tucumán han vuelto a ser noticia por hechos trágicos. Lamentablemente esto se ha convertido en la norma durante las últimas dos décadas. Cabe destacar que no hablamos sólo de años, porque los problemas, especialmente en la autopista de Circunvalación, se remontan a los primeros lustros de este siglo. Accidentes, muertes, robos, oscuridad, basurales y un largo etcétera de situaciones tristes parecen erigirse como invitaciones a poner quinta a fondo y pasar de largo. Quizás por eso, quienes tienen la posibilidad de viajar a Santiago del Estero, a Córdoba, a Salta o a Jujuy vuelven impactados con el contraste que generan las autopistas y las avenidas que se construyeron en esas ciudades y que hacen sentir que Tucumán se ha quedado sin nafta en la banquina del progreso.

La última noticia fue cuando un camión cayó del puente que cruza la autopista Tucumán-Famaillá a la altura de Los Aguirre. No hubo víctimas. Pero pudo haber sido una tragedia, como la que sí ocurrió en la misma zona el 12 de octubre y en la que terminaron envueltos el arzobispo Carlos Sánchez y el obispo auxiliar Roberto José Ferrari. En aquel triple choque murió un hombre de 41 años. Pocos días después, en la misma autopista, pero a la altura de Los Vázquez, perdió la vida una familia que viajaba en una moto.

En los accesos a Tucumán se combinan varios factores: la falta de luz es común a todos. Las autoridades sostienen que hay una ola de robos de cables muy difícil de frenar. A eso hay que sumarle la falta de señalización. Quien no conozca la zona (pensemos en un turista) sufre grandes problemas para ubicarse. En general, los accesos a la ciudad también se ven cercados por una presión urbana cada vez más grande. Se multiplican los barrios y asentamientos en las inmediaciones de la ruta, con todo lo que eso implica: cruces permanentes de peatones y de animales, basurales, presencia de carros, motos y bicicletas se suman a la inseguridad que trae aparejado, entre otras cosas, el crecimiento urbano desordenado.

La autopista de Circunvalación es quizás el mejor ejemplo de esta situación. Si bien fue repavimentada hace algunos años, sigue siendo una de las peores cartas de presentación de Tucumán. Pero no es la única. Cuando los conductores salen de la ciudad hacia el sur por la ruta 301 transitan una ancha calzada multitrocha. Sin embargo, se enangosta abruptamente-y sin la señalización adecuada- un par de kilómetros más adelante de San Pablo. De ahí hasta Lules, el camino se vuelve un calvario.

Un párrafo aparte merece la ruta 9, que va camino a Santiago del Estero. La obra de construcción de la autopista avanza con una lentitud extrema de este lado del límite interprovincial. No ocurre lo mismo del otro lado. Y a eso hay que sumarle el camino que conduce al aeropuerto: hay horarios en los que los semáforos de las intersecciones de la Gobernador del Campo con Coronel Suárez y con la colectora de la Circunvalación generan miedo. Hace dos semanas, movileros de LGPlay también mostraron el deterioro que sufrió el pórtico de acceso a la ciudad, que el Municipio había instalado el año pasado en San Cayetano y que ya fue vandalizado.

Desde hace tiempo es cada vez más habitual escuchar que automovilistas y camioneros que, por diversos motivos recorren el norte argentino, prefieren evitar las rutas tucumanas (a menos que tengan la obligación de hacerlo) ¿Cómo? Se desvían por la 34, que pasa por el este provincial y que conduce a Rosario de la Frontera. Creemos que las nuevas autoridades provinciales deberían priorizar este tema. Inclusive, quizás sea el momento de pensar si no es necesario planificar una nueva circunvalación, que efectivamente circunvale el Gran San Miguel de Tucumán. La actual ha quedado atrapada por un crecimiento urbano desordenado de consecuencias imprevisibles.