“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- ¡Ayúdame a mirar!”.
(“La función del arte / 1”, en “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano).
A dos semanas de los comicios que definirán la suerte de la Argentina (que nunca fue mucha) por los próximos cuatro años, dos variables se asoman como decisorias para la segunda vuelta. La primera de ella está dada por la participación de los votantes en jornada electoral del próximo domingo 19.
La campaña electoral del ministro de Economía, Sergio Massa, es una apuesta lisa y llana por la desmovilización. Es una suerte de militancia por el “no voto”. Eso y no otra cosa explica la decisión del gobierno de no trasladar el ya de por sí polémico feriado del 20 de noviembre, a pesar del expreso pedido de la Cámara Nacional Electoral. En definitiva, una canallada de lesa democracia.
La despreciable decisión del oficialismo, de todos modos, blanquea su intención de que acuda a las urnas la menor cantidad de ciudadanos posible. Evidencia, también, que le interesa en particular el ausentismo de los sectores sociales que pueden costearse un viaje de más de 500 kilómetros durante el fin de semana largo: esa distancia exime de la obligación de votar.
Precisamente, Unión por la Patria pareciera cifrar su expectativa en la estructura del Estado para movilizar a “los propios” mientras desmoviliza a “los ajenos”. Ya que los anuncios que viene formulando Massa desde hace dos meses, y que representaron un punto y medio del PBI nacional, son suficiente muestra de cuán dispuesto está a usar el “aparato”.
En otras palabras, la caída de la participación electoral es directamente proporcional a las chances del cuarto gobierno kirchnerista de alumbrar una quinta edición, con los maquillajes discursivos y los camuflajes de consenso que acostumbra desde hace 20 años. Si al mediodía del 19 ha ido a votar el 40% de los bonaerenses y sólo el 25% de los cordobeses, por citar un ejemplo, la suerte de la elección estará echada mucho antes de que los centros de votación cierren sus puertas.
La segunda variable, precisamente, está atada a esta primera cuestión. Será decisorio en la segunda vuelta el grado en que alguno de los dos candidatos consiga conmover a los electores. Primero, para decidirlos a que acudan a sufragar. En segundo lugar, para motivarlos a que voten por él.
Este “conmover” puede ser positivo, es decir, que uno de los dos postulantes (Massa o Javier Milei) consiga convencer a la mayoría de que es la mejor opción. O puede darse por la vía negativa, como la indignación. Es decir, que uno de los dos presidenciales consiga convencer a la mayoría que es la peor alternativa. A estas alturas de los proselitismos, de las campañas del miedo y de la crisis se presenta como más probable la segunda posibilidad. En ese punto, el tramo final del balotaje es una carrera contra el error. Y la semana que termina ha sido pasmosamente reveladora al respecto.
Lo inabarcable
El desastre económico que deja el cuarto gobierno kirchnerista es oceánico. Se ha consumado una falla sistémica del Estado. Tanto es así que los libertarios han ingresado en el balotaje en una prédica feroz contra la existencia misma del Estado. Una falacia que olvida que el liberalismo, para existir, demanda de la existencia del Estado. La Revolución Francesa, fundadora de la modernidad, no alumbra el liberalismo (ya había autores que lo predicaban largamente), sino el Estado liberal. La confusión es palmaria, aunque sumamente pedagógica: el problema no es el Estado, sino el Estado que terminan forjando populismos como el kirchnerismo.
Frente al cataclismo holístico de la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner (no queda una sola faceta estatal en la que no hayan fracasado consuetudinariamente), la magnitud de la debacle se torna inabarcable. Sin embargo, hace dos semanas apareció un aspecto específico que ayuda a mirar la devastación desde una perspectiva doméstica, pero totalizante: la escasez de combustibles.
El hecho de que un asunto tan sencillo como ir a una estación de servicios para cargar nafta o gasoil haya devenido operación de cumplimiento imposible exhibe el tamaño del desgobierno que sufren los argentinos. Y lo expone con una simpleza comprensible para todos.
La carestía de combustibles expone los verdaderos resultados de una gestión que jamás presentó un plan económico porque asumió con la convicción de que con “el relato” alcanzaba. Se desbocó la inflación, del 95,5% en 2022. Será, se sabe, de dos dígitos este año. Entones, el costo de producir naftas se incrementó en un 120%. Pero el Gobierno, decidido a negar la realidad con un empecinamiento psiquiátrico, interviene la economía con acuerdos de precios compulsivos, que sólo han generado un atraso económico sostenido. Impusieron una suba del 4% mensual para la venta minorista de combustible, que ni siquiera se respetó. Sin embargo, hasta octubre, el aumento del precio en los surtidores rondaba sólo el 60%.
El resultado es conocido: todo aquello que “pisa” el Gobierno, en el corto plazo, escasea. Ahí está el dólar oficial a modo de ejemplo universal: a $ 365,50, que es la cotización establecida por el Ministerio de Economía de la Nación, es tan ficticio que no se consigue.
Esta política desastrada y sin rumbo, lejos de evitarle problemas al bolsillo de los argentinos, sólo ha logrado el empobrecimiento general de la sociedad. Hay, ahora, más pobres que durante el macrismo. Del 35,5% del segundo semestre de 2019 se pasó al 40,1% durante el primer semestre de este año, según el mismísimo Indec. La única excepción, por supuesto, es el de un sector del más selecto funcionariado kirchnerista, que puede vacacionar en Marbella rentando yates para recorrer el Mediterráneo. Bien merecido lo tienen. Debe ser tan estresante la tensión de esa pobre gente dando todos los días la batalla por la puja distributiva y la justicia social…
El aumento del precio de las naftas repercutirá directamente, y salvajemente, en la inflación de noviembre, que se conocerá a mediados del último mes del año. Pero con un agravante: la receta simplista y devastadora con que el cuarto kirchnerismo engendró esa inflación (déficit de las cuentas públicas, cubierto alegremente mediante una emisión irresponsable de dinero sin respaldo) ya ha dejado de surtir efecto. Resulta, para desgracia de los “relatadores”, que no se puede imprimir combustible. Y entonces no supieron qué hacer.
Por cierto: a la suba de tarifas la lideró, el miércoles, la petrolera de bandera estatal: 9,5%. Dos puntos más que el resto de las petroleras. Menos mal que expropiamos YPF, y que entre el arreglo extrajudicial con Repsol por U$S 5.000 millones y la sentencia adversa en EEUU por U$S 16.000 millones, terminaremos pagando cuatro veces lo que vale la compañía. La soberanía energética no tiene precio. Para todo lo demás existe el populismo gobernante…
La escasez
Frente a tanto desmadre, la oposición tomó una decisión inesperada. En lugar de ayudarle a la sociedad mirar la mar de desastres de tanto desgobierno, resolvió que este era el momento propicio para demostrar que puede ser tan impresentable como el oficialismo. En eso, decidieron, el kirchnerismo no les va a ganar. En el terreno electoral, por el contrario, parecen convencidos de que el peor momento del populismo siempre es el mejor momento para autodestruirse. Como si el lema fuera que la oposición argentina puede ser muchas cosas, menos una alternativa de poder…
Justo cuando la angustia de naftas se convertía en un retrato fidedigno del marasmo al que el cuarto kirchnerismo ha llevado al país, Patricia Bullrich hacía público su deseo de que la Argentina explote, preferentemente antes del próximo 19. Lo cual habilitó a Massa a responderle que, cuando el país estalla, los lastimados son los argentinos. El 27 de diciembre de 2012, Cristina Kirchner, entonces Presidenta, dio un duro discurso en el que responsabilizó a sectores del propio peronismo de impulsar los saqueos previos a la Navidad de ese año. Culpó a sectores de ese partido y del gremialismo por intentar “una versión decadente” y “una mala copia” de la crisis de 2001, que terminó con la no menos fracasada presidencia del radical Fernando de la Rúa.
“Esa metodología se inauguró en el gobierno del doctor (Raúl) Alfonsín con sectores políticos y fundamentalmente del PJ también”, disparó. “Yo fui y seré toda la vida peronista, pero antes que peronista soy argentina y la verdad no debe ofender a nadie”, aclaró.
Ahora, el candidato del peronismo, gracias a Bullrich, se presenta a sí mismo y su espacio como egregios paradigmas del respeto por los gobiernos de signo político diferente.
Como no bastaba, a los dislates se sumó Diana Mondino, a quien Javier Milei propone como canciller si es electo Presidente. “El mercado de órganos es algo fantástico”, declaró. De nuevo, Massa salió al cruce para declarar que “la vida no tiene precio”. Claro está, para este gobierno la vida sí tiene ideología. El 1 de julio de 2021, la Cámara Baja rechazó el proyecto de la oposición para facilitar la provisión de vacunas del laboratorio estadounidense Pfizer a menores de 18 años con enfermedades graves. El presidente de Diputados, en ese entonces, era Massa. Sin embargo, la falta de sentido común de los libertarios le permite a ese mismo Massa blanquearse. A pesar de que, en lugar de barrer con los “ñoquis de La Campora”, como prometía, formó parte de un gobierno que les dio vacunas a ellos antes que a los adultos mayores y a los médicos.
Para completar el desfile de tunantes, la cúpula de la Unión Cívica Radical decidió primero mentir y, después, peronizarse. La semana pasada, la conducción nacional del centenario partido emitió un documento oficial estableciendo que sería neutral ante las dos opciones para el balotaje. Esta semana, el titular del Comité Nacional de esa fuerza, el gobernador jujeño Gerardo Morales, usó de servilleta ese comunicado y declaró: “Voy a hacer todo lo posible para que no gane Milei”. Huelga decir que para que su deseo se haga realidad, necesariamente tiene que triunfar el candidato del PJ.
Lo confirmaron los dirigentes radicales que, a propósito de los 40 años de las elecciones que inauguraron el actual ciclo ininterrumpido de democracia en el país, cantaron con entusiasmo “Massa Presidente, de la mano de Alfonsín”. En rigor, Alfonsín había dicho en sus últimos años que la UCR debía prepararse para un ciclo de derrotas porque el país estaba girando a la derecha, y la UCR -sostuvo- no podía ser un partido de derechas. De modo que el ex presidente no hubiera votado por Milei. Ni por Mauricio Macri. Pero tampoco por Massa, uno de los niños prodigio de la Ucedé. Pero en la UCR, si encuentran una brújula política, seguramente la devuelven…
Se fractura el PRO, porque hay dirigentes de la talla de Horacio Rodríguez Larreta y de María Eugenia Vidal que reniegan del acuerdo de Macri con Milei. Se fractura la UCR por la peronización de sus principales autoridades, hasta el punto de que en Tucumán un grupo de “correligionarios” están gestando para el lunes próximo el lanzamiento de “Radicales con Milei”. Se fractura La Libertad Avanza, con senadores y diputados electos que abandonan ese partido en nombre de que la lucha contra “la casta” determina que Macri también es un límite.
Entonces, el oficialismo compensa. Sabe que puede perder muchos votos por la escasez de combustible, en una elección donde los yerros pueden pagarse muy caros. Pero no pierde las esperanzas gracias a la escasez de oposición.