Honrar a los muertos ha sido una de las necesidades más grandes de la humanidad. Los ritos funerarios, de hecho, son una parte significativa en nuestro paso por esta tierra. Los primeros antecedentes se remontan a tiempos prehistóricos, cuando los seres humanos comenzaron a realizar ceremonias para despedir a sus seres queridos. Para acompañar a un familiar en su paso a otro plano, para procesar una pérdida o para proporcionar consuelo a “los que quedan”, la necesidad de ponerle un cierre hace que los espacios de descanso final sean claves para entender la vida y la muerte.
Como cada 2 de noviembre, se conmemora hoy el Día de los Fieles Difuntos. Su origen se remonta al año 998, cuando el monje benedictino San Odilón de Francia instituyó la celebración para que los fieles recen por el alma de los muertos. La festividad -que fue adoptada por Roma en el siglo XVI- se basa en la creencia de que las almas de los fallecidos que no hayan expiado sus pecados no pueden llegar al cielo. Entonces, sus deudos en la tierra pueden ayudar. Por eso es que hoy cientos de tucumanos concurrirán a los cementerios de toda la provincia para recordar a aquellos que ya no están. El Cementerio del Norte y el del Oeste serán, sin duda, puntos de reunión. En esos predios descansan tucumanos fallecidos desde el siglo XVII, pero, ¿cómo se construyeron? ¿por qué están emplazados allí?
El primer camposanto de la provincia estuvo ubicado en los anexos de la Catedral, pero debido las epidemias que azotaron la ciudad, el gobernador Gregorio Aráoz de La Madrid pidió en 1826 la creación de un cementerio público con mejores normas de seguridad. El lugar elegido fue al costado de la capilla del Señor de la Paciencia. Este templo estaba ubicado donde hoy se encuentra la iglesia del Buen Pastor. Con el pasar de las décadas, la necesidad de un nuevo cementerio se hizo más palpable, tanto, que incluso el ex gobernador José María Silva en su testamento (de 1848) donó $200 y una porción de tierra, al oeste de la ciudad, para un cementerio.
El “del Oeste”
Para 1854, el cementerio provisorio ya había colapsado. Ese año, el gobernador José María del Campo decretó la apertura de un nuevo camposanto. “Se preferiría plantearlo en terreno de propiedad, sirviéndose para los primeros gastos del dinero de la donación hecha para ese objeto, por el piadoso y benemérito ciudadano, ya finado, Don José Manuel Silva; comprenderá de un área de una cuadra cuadrada”, dice el decreto. El camposanto contaría con un capellán y una iglesia, “quedando prohibidas las misas de cuerpo presente, para así evitar la contaminación debido a las enfermedades infectocontagiosas de la época. El jefe de Policía sería el encargado de su administración y custodia”, aclara. Esa es la misma estructura que posee hoy: un hall que oficia de pórtico, flanqueado por la capilla y las oficinas administrativas. De ahí, una gran avenida que organiza en damero todo el cementerio.
Así empezó el Cementerio del Oeste, la necrópolis más antigua de San Miguel de Tucumán. El 13 de mayo de 1859, durante el gobierno de Marcos Paz se termina el traslado de todos los restos de las otras necrópolis. Ese día se declara el predio como cementerio público, y adquiere el nombre que ostenta hoy. Sin embargo, las obras continuaron hasta 1872; recién allí se inauguró de forma oficial.
En el Cementerio del Oeste descansan los restos de grandes personalidades de la historia tucumana, como Wenceslao Posse, Celestino Gelsi, Lucas Córdoba, Lola Mora, Benjamín Matienzo y Clodomiro Hileret. Tiene una superficie aproximada de 56.000 metros cuadrados, con alrededor de 3000 tumbas (sepulturas, sotanitos, capillas, mausoleo y panteones). Los monumentos son de arquitectura variada; hay bustos, alegorías, guirnaldas, relieves e imágenes calmas y en meditación. Las primeras construcciones datan de 1860 y poseen una marcada influencia italiana.
El “del Norte”
Rápidamente, el Cementerio del Oeste comenzó a quedarse sin cupo. Con el brote de cólera en 1886, la situación empeoró. Para evitar que la necrópolis colapsara, el Poder Ejecutivo autorizó la creación de un nuevo camposanto. En octubre de 1887 se trazó y se comenzó la construcción del espacio ubicado “a 18 cuadras al NE de esta ciudad, encerrando un perímetro de seis manzanas convenientemente distribuidas en diferentes secciones, y divididas por anchas calles, que serán bordeadas por árboles y jardines”, según informa un documento de la época.
Un año más tarde, el gobernador Lídoro J. Quinteros promulgó la ley que hace entrega del cementerio “en construcción” a la Municipalidad. Había sido la provincia la que había iniciado la obra y -decía- hasta la fecha llevaba invertida la mitad de su costo, o sea, $ 50.000. “Tratándose de una obra exclusivamente municipal, es regular que la Municipalidad contribuya a su terminación, sobre todo hoy que la Provincia construirá en breve cementerios que deben ubicarse al este y al oeste de la ciudad”, advertía el Ejecutivo. El predio, de 124.000 metros cuadrados fue inaugurado en enero de 1894; finalmente tuvo un costo de $110.000.
A diferencia del Cementerio del Oeste, este fue ocupado por sectores más populares de la sociedad. Con el pasar del tiempo, se convirtió en centro de homenajes a santos populares, como el cadete Alberto Félix Soria, “La Brasilera”, Andrés Bazán Frías, “Los Hermanitos Lucas” y “Pedrito Hallao”.
Horarios de visitas
Para este Día de los Fieles Difuntos, todos los cementerios municipales (Del Norte, del Oeste y Jardín) podrán ser visitados en horario corrido, de 8 a 18. Además, durante la jornada habrá misas para las familias en el cementerio del Norte, a las 12 y a las 18; en el cementerio Jardín, a las 10; y en el cementerio del Oeste, a las 11.