Cada 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos, en el norte de Argentina, se produce un evento tan especial como misterioso: un día en el que los muertos regresan, invitados por sus familias con banquetes suntuosos. Sin embargo, su llegada es silenciosa y apenas unos pocos afirman percibir su presencia. "Después de rezar, por la noche, cerramos la habitación donde está la comida y escuchamos murmullos. Es como si estuvieran hablando", comparte la coplera salteña Rafaela Gaspar con LA GACETA.
En esta región, la muerte no se manifiesta únicamente como el destino final impuesto por el curso natural de la existencia. Más bien, es un ente que llora su fracaso, permaneciendo entre nosotros.
Día de los muertos: qué es la mesa de las almitas
Una de las costumbres más ancestrales es la de preparar la mesa para “las almitas”. Este ritual consiste en tender una mesa con comida y bebidas “que le gustaban en vida a cada uno de los difuntos”.
Según explicó Rafaela Gaspar, durante el 1 de noviembre se cocinan panes con formas: “no puede faltar el pan con forma de escalera para que las almitas bajen del cielo. También uno en forma de cruz para poder rezarles y también animalitos o cosas que le gustaban a ellos”.
La mesa de difuntos se dispone el 1 de noviembre, se colocan las comidas, se la deja durante toda la noche y es ahí cuando “las almitas bajan a alimentarse”.
La historiadora y docente de la Universidad Nacional de Salta, Gabriela Caretta, declaró que la idea de esta ceremonia es que las almas de los difuntos sean alimentadas para poder retornar a sus lugares. “Esto habla a las claras de una idea acerca de la relación entre los vivos y los muertos y de una ritualidad que asegure el buen vivir entre vivos y muertos”, aseguró.
Depende el lugar, la comida se regala, se entierra o sirve de alimento para los integrantes de la familia.
En la zona de la Quebrada de Humahuaca (Jujuy), la ceremonia se hace celebra con los alimentos de los difuntos que fallecieron en los últimos años. En tanto en la zona de la Puna, se desentierran las cruces de los cementerios y se las cuelga en la mesas de difuntos. Pasada la celebración se las vuelve a llevar a las tumbas.
“Al muerto hay que enterrarlo como corresponde, hay que hacerle las misas, se los vela tantos días para asegurar la buena vida eterna de los muertos y la buena vida de los familiares que quedan en la tierra”, explicó la historiadora y agregó: “estas prácticas responden a la idea de construir y sostener una memoria sobre los muertos; de un deber de los vivos para con los muertos y un conseguir una intercesión de los muertos por los vivos. Es rito de reciprocidad”.
Día de fieles difuntos: la visita a la ciudad de los muertos
Dentro de cada ciudad hay otra: “la ciudad de los muertos”. Cada 1 y 2 de noviembre, éstas se llenan de vida y pierden esa mansa quietud que tienen durante el año.
Flores de todos los colores y materiales, fotos, cartas, velas, juguetes, platos de comida, vasos de vino o mamaderas con leche para los “angelitos”, adornan las necrópolis. Familias enteras desfilan con una dulce lentitud entre los frisos de la muerte, buscando entre los mausoleos custodiados por ángeles de argamasa el lugar donde duermen una siesta eterna sus deudos.
Para algunos, el cementerio es un lugar triste, donde habita la muerte y temen visitarlo para no toparse con ella. Sin embargo, para otros se trata de lugar para compartir, celebrar la vida de los difuntos y enfrentar la propia muerte de una manera distinta.
“Las formas de relacionarnos con los muertos varían en las prácticas por la pertenencia familia o por la pertenencia social. Uno ve que los nichos están cuidados, pintados, con flores, es porque hay una práctica sistemática del recuerdo. Eso no quiere decir que otras personas no recuerden a sus muertos, lo pueden hacer de manera diferentes”, explicó la historiadora.
Además dijo que la práctica de ir al cementerio, de llevar flores, construye una relación diferente con el muerto que “cuando solo tenés la foto y pones una velita en tu casa”. En este sentido indicó que es la manera que se construye una relación diferente con nuestra propia muerte.