Las expectativas que generaba en nuestro país, hace 40 años, la posibilidad de la elección y el debate en democracia de quienes debían conducir los destinos de la patria llevaron a que hubiera un nivel inédito de participación ciudadana.

No se trataba solamente de que se estaba por dejara atrás la oscura noche de la dictadura que había manejado el país durante ocho años, ni del hecho de que había generaciones que asomaban bisoñas al ejercicio de los derechos cívicos, sino del hecho de que había más de un sector con amplia capacidad de convocatoria, a que esos encuentros multitudinarios podrían apreciarse en diferentes partes del país y a que no se veía esa convocatoria a multitudes desde hacía décadas.

Era tal la ola de afiliaciones que -señalaba el editorial del sábado 29 de octubre de 1983, titulado “Participación y compromiso”- que “convirtió a los argentinos en la comunidad aparentemente más politizada del mundo libre, de acuerdo con las referencias disponibles”.

Así salía Argentina en busca de un nuevo camino. Los partidos habían acordado una concertación con acuerdos básicos para la convivencia democrática que se expresaría en la llamada Multipartidaria -que firmaron los referentes de los partidos en competencia electoral- y en el editorial LA GACETA reflejaba que “la Argentina aparece ahora como un ‘reparto de posiciones’ más equilibrado, lo que ha de garantizar una mejor preservación del interés general y ha de comprometer a sectores más vastos en la defensa de la ‘normalidad’, es decir de los valores e instituciones fundamentales sin los cuales la República sería apenas un recuerdo melancólico de nuestro mejor pasado”.

Precisamente en la falta de participación -llamada en el texto “desidia cívica”- podría hallarse el origen de “la decadencia y el sectarismo que llegó a envenenar la vida de los argentinos”. En ese sentido, se planteaba que, ante el entusiasmo que generaba la participación ciudadana restaba saber “si, efectivamente, estamos ante un nuevo y decisivo proceso participativo donde no sólo determinados sectores de la sociedad, acuciados por necesidades primarias o inmediatas, son los que se hacen presentes para integrarse en las decisiones. La Argentina perdió fuertemente la calidad de la vida política por causas diversas y, especialmente, por el relativo interés de los ciudadanos en participar en ella”. En tales condiciones, agregaba, “es posible que alguna minoría, mayor o menor, se apodere de la gestión de todo y la libertad -en el mejor de los casos- pierda su condición igualitaria”.

El gobierno militar de entonces, empujado por la crisis social y económica, por los reclamos por derechos y por investigación de la barbarie, por el aislamiento y las consecuencias de la tragedia de Malvinas, dejaba el poder en condiciones críticas. No se sabía si se iba a adelantar la entrega del mando después de los comicios del 30 de octubre y tampoco si habría cimbronazos económicos. Los argentinos volvían al ejercicio democrático con fuerte entusiasmo y alta incertidumbre sobre el funcionamiento de sus instituciones, devastadas a lo largo de esos ocho años de intervención militar y además afectadas por las dificultades para la organización del país en los constantes saltos de los golpes de Estado desde 1930. “No se trata, ciertamente, de cantar victoria por este renacimiento de la conciencia pública, sino de subrayar que, después de largas décadas con sus instituciones al garete, acaso el país se encuentre por voluntad de su gente, como debe ser, en el umbral de una firme y genuina convivencia política”, expresaba el texto. Y concluía: “advertir esto vale la pena porque puede servir a la reflexión sobre lo que está ahora en juego”.