La campaña electoral rumbo a los comicios presidenciales del domingo y la descomunal crisis económica, financiera y social se disputan entre sí la centralidad de la escena informativa nacional. Pese al contexto, el presidente Alberto Fernández ha logrado ser noticia una vez más. Su participación en China del Foro de la Franja y la Ruta de la Seda le pone el broche de oro a la desastrada política exterior con la que su gobierno avergonzó a este país durante los penosos cuatro años de su gestión.
Ayer, en un hecho que mezcla el papelón institucional con la indignidad en perjuicio de la investidura presidencial, el jefe de Estado de la Argentina, delante de mandatarios de otros países, le hizo una reverencia a su par de Rusia, Vladimir Putin. Con lo cual, Putin ya no es su par, sino que pasa a estar por encima del mandatario argentino. “Muestra reverente de cortesía” es la definición que el Diccionario de la Real Academia Española brinda del concepto “pleitesía”. Alberto Fernández, entonces, le rindió pleitesía a Vladimir Putin. Al gobernante ruso sobre quien pesa, desde el 17 de marzo pasado, una orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional. El tribunal le imputa un crimen de guerra específico: la deportación ilegal de niños de Ucrania a Rusia luego que este último país lanzara su invasión a gran escala contra el primero, el 24 de febrero de 2022.
Ante ese sujeto se inclinó ayer el hombre que representa al pueblo de la Nación argentina.
Inclinaciones y claudicaciones
Con independencia del contenido de este acto ignominioso para la figura de jefe del gobierno argentino, que a la vez constituye una verdadera afrenta pública contra los derechos humanos, las formas de la reverencia de Fernández fueron, en sí mismas, bochornosas. De hecho, el funcionario que según el artículo 99 de la Constitución “es el jefe supremo de la Nación”, tuvo que ensayar dos veces su cuasi genuflexión.
Todo ocurrió cuando los líderes que asistieron a la cumbre ingresaron a un salón para retratarse en conjunto. La famosa “foto de familia”. Cuando entra Putin, el argentino intenta saludarlo y se lleva una mano al corazón para inclinarse. Pero como el ruso sigue de largo, Alberto sólo agacha la cabeza y sonríe. Como estaba decidido a no irse sin exhibir públicamente su necesidad de Vladimir reparase en él, luego de los flashes se acercó directamente y lo tomó del brazo.
Estos actos representan la coronación, tan desdichada como coherente, de un hecho en sí mismo injustificable: la presencia de la Argentina, a través de su gobierno, de escenarios que involucran a los Estados que protagonizan en estos momentos los principales focos de conflicto del planeta.
El Presidente de la Nación viajó a China, que desde el año pasado viene escalando tensiones en torno de Taiwán, un país independiente que, sin embargo, el régimen de Beijing reclama como territorio chino y amenaza con tomar incluso por la fuerza. La Navidad pasada el Mar de China estuvo infestado de buques y aviones de combate realizando “ejercicios”, luego de que EEUU promulgara una ley para darle asistencia por U$S 10.000 millones a Taiwán en asistencia militar.
Irán, al día siguiente de la masacre perpetrada contra el pueblo de Israel por parte del grupo terrorista Hamas, felicitó a través de sus principales autoridades a los autores del salvaje ataque. Ahora, amenaza con inmiscuirse directamente en el conflicto y promete posibles “acciones preventivas” contra el Estado judío, que cuenta sus víctimas fatales por miles, y los civiles secuestrados por centenares. El viaje de Alberto Fernández a China es la antesala del ingreso de la Argentina al bloque de los BRICS en compañía de esa república islámica. El mismo régimen persa con el cual en 2013, durante la tercera presidencia kirchnerista, el Gobierno nacional firmó un pacto secreto. El “Memorándum con Irán”, luego avalado por el Congreso argentino para ser fulminado de inconstitucionalidad por la Justicia de nuestro país, buscaba, según el relato “K”, esclarecer el peor atentado terrorista perpetrado con la Argentina en su historia, mediante la voladura de la AMIA, que el 18 de julio de 1994 dejó 85 compatriotas muertos. La decisión kirchnerista, frenada luego por los Tribunales, era crear una “Comisión de la Verdad”, que se integraría con funcionarios iraníes. A pesar de que la Justicia argentina acusa a funcionarios iraníes de ser los autores intelectuales del atentado.
Rusia ha desatado la guerra sobre Ucrania a partir de la ya mencionada invasión, en nombre de que el eventual ingreso de ese país a la OTAN representaba un peligro para Rusia. “Es evidente”, ha dicho Putin al respecto. Aunque nunca brindó detalles acerca de la presunta obviedad. La Organización del Tratado del Atlántico Norte, por cierto, no ha aceptado a Ucrania como miembro, y sin embargo la masacre rusa sobre ese pueblo se encamina a cumplir dos años.
En definitiva, los que no se consideran a sí mismos como claros enemigos de Occidente, su cultura y su forma de vida, directamente quieren un mundo por completo diferente al de los occidentales. ¿Qué hace, exactamente, la Argentina rindiendo reverencia a sus líderes y buscando nada menos que la integración con esos regímenes?
El interrogante hilvana la infausta política exterior del cuarto gobierno kirchnerista. El 3 de febrero de 2022, Alberto Fernández se entrevistaba en Rusia con Putin y le formulaba un ofrecimiento tan obsecuente como inverosímil. “Es un enorme gusto para mí estar en Moscú, poder tener esta oportunidad de que hablemos y cambiemos ideas sobre cómo podemos complementar mucho más el vínculo entre Rusia y Argentina. Y creo que inclusive tenemos que ver la manera de que Argentina se convierta de algún modo en una puerta de entrada para América Latina para que Rusia ingrese a América Latina de un modo más decidido”.
Para entonces, ya había 300.000 soldados rusos movilizados en la frontera para iniciar la invasión a Ucrania. El horror se materializaría 21 días después de que el Presidente argentino ofrendara este país como cabeza de playa para un desembarco político y económico ruso en la región.
El Triángulo de las Bermudas
La obsesión kirchnerista por encolumnarse detrás de Irán, con el pacto secreto, y de China y de Rusia (hasta el punto de rechazar vacunas elaboradas en EEUU y testeadas en la Argentina, para preferir la “Sinofarm” y la “Spunik-V”) tiene su correlato en otra troika latinoamericana. Ninguna otra sino el eje Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Los gobiernos de Caracas, Managua y La Habana trazan un perfecto “Triángulo de las Bermudas” institucional donde se pierden irremediablemente la democracia y los derechos humanos. Particularmente las dos primeras encarnaron noticias desdorosas para los argentinos durante esta cuarta experiencia gubernamental de los “K”. Venezuela envió a la Argentina un avión con pilotos iraníes que, según el Gobierno argentino, estaban “entrenando” a venezolanos en vuelos comerciales. Los argentinos se enteraron de que la aeronave había llegado al país por un hecho insólito: se quedó sin combustible. Despegó del suelo argentino y buscó reabastecerse en los países vecinos, y ante la negativa cerrada volvió a este territorio.
Lo de Nicaragua fue varias veces más ofensivo. El embajador argentino en Managua, Daniel Capitanich, participó el 9 de enero de 2022 de la fiesta que dio Daniel Ortega para celebrar su reelección, que consiguió a fuerza de detener o exiliar a todo ciudadano que se presentase como candidato a Presidente del país para disputarle el cargo. Allá ser opositor es delito. Si ya es incomprensible que la Argentina brinde por semejante atrocidad, lo que siguió fue inenarrable. El invitado de honor del encuentro fue Mohsen Rezai, vicepresidente de Asuntos Económicos de la República Islámica de Irán. Sobre él pesa una circular roja de Interpol, acusado de ser partícipe intelectual del atentado contra la Argentina mediante la voladura de la AMIA.
La Cancillería argentina conocía quién es Rezai: en 2021 había condenado su designación en el Gobierno de Ebrahim Raisi. Pero ahí estaba el embajador de nuestro país, celebrando en una cumbre de dictadores latinoamericanos: a los festejos con Correa se sumaron esa noche el venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel. Todos estrecharon sus copas con Rezai.
Frente al escándalo, la Casa Rosada expresó, el 11 de enero, “su más enérgica condena a la presencia de Mohsen Rezai en el acto de toma de posesión del presidente de Nicaragua”. Pero al dictador sandinista poco le importó. Dos días después, Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, mantuvieron un encuentro “con la delegación de la República Islámica de Irán” y comenzaron a discutir, particularmente con Rezai, un acuerdo de cooperación entre ambos países.
¿Dónde encontró solidaridad la Argentina contra esta afrenta? En la OEA. El 19 de enero de 2022, en una declaración que promovieron en conjunto nuestro país y los Estados Unidos, condenó la visita a Nicaragua de un acusado por la voladura de la AMIA y respaldó las alertas rojas de Interpol. Aquella vez, al que pareció no importarle fue al propio Alberto Fernández.
Seis meses después, el Presidente de la Argentina acudió a la Cumbre de las Américas en los Estados Unidos, que tuvo a su par Joe Biden como anfitrión. Antes de viajar, el jefe del Estado argentino anunció que asumía el papel de “vocero” de los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Y cuando le tocó hablar en el foro, brindó un duro discurso en el que cuestionó que no se hubiera invitado a los gobiernos de esos países a participar del encuentro. “Definitivamente hubiésemos querido otra Cumbre de las Américas”, recriminó. Nadie alcanzó a avisarle que, probablemente, buena parte de los miembros de las eventuales delegaciones de esos países que pisasen suelo estadounidense quedarían inmediatamente detenidos. De hecho, muchos de esos funcionarios de país ferozmente empobrecidos tienen inhibidas cuentas millonarias y bienes suntuosos en ese país.