CUENTOS
LA PACIENCIA DEL AGUA SOBRE CADA PIEDRA
ALEJANDRA KAMIYA
(Eterna Cadencia - Buenos Aires)

Con títulos largos y a primera vista esquivos, como El sol mueve las cosas quietas y Los árboles caídos también son el bosque, Alejandra Kamiya viene ofreciendo una obra cuentística de una sensibilidad única en el panorama actual de la literatura argentina. Sus relatos transitan desde el realismo concentrado en los pequeños objetos hasta un fantástico doméstico, donde lo extraño sucede en el interior de lo que más se conoce, la casa.

La paciencia del agua sobre cada piedra no hace más que confirmar las tendencias de sus compilaciones previas. En la solapa del libro, se cita un fragmento de Silvina Ocampo que funciona como clave de lectura: “Afuera está la primavera inmunda”. Es que en estos cuentos se observa con claridad la constelación de influencias como las estructuras móviles de Abelardo Castillo, la mirada desviada de Ocampo y las Historias en la palma de una mano del japonés Yasunari Kawabata.

Entre las principales virtudes de la autora está la capacidad de condensación a través de gestos mínimos que exponen una vida. En el cuento “La garza”, tres personajes se ven atravesados por la belleza y el misterio de estos pájaros en las soledades del campo argentino. La naturaleza aparece como escenario, pero fundamentalmente como personaje. Por estas páginas transitan perros viejos y jóvenes que mantienen un diálogo sobre la muerte, un mono con episodios de violencia, una gata que le pregunta a su ama qué es el hambre y el pasado. Casi como un espejo de las personas, los animales indagan en el misterio de la vida como sus dueños no se atreven a hacer.

Así, estos relatos tocan temas como la muerte y la locura sin la necesidad de estallidos argumentales. En muchos casos, lo que prevalece es una manera particular de ver el mundo que nos rodea. Las preguntas por la identidad conviven con una imagen lúcida de lo animal en este universo personalísimo que, casi sin quererlo, parece renovar la larga tradición del cuento.

© LA GACETA

Salvador Marinaro

Sola*

Por Alejandra Kamiya

Toda la oscuridad del mundo cabe en una habitación pequeña. Porque la oscuridad no deja intersticios como dudas. No distingue entre rincones o espacios abiertos, no hay para esa boca nada demasiado ínfimo ni demasiado grande. Es de lo que no tiene medida, como Dios o el miedo.

Esa noche, Eva abrió los ojos y fue como si no lo hubiera hecho. Entonces giró, pesada, buscando el cuerpo de Antonio, esa roca cálida donde apoyarse, donde hacerse una cueva. Eva giró hacia él, pero él no estaba ahí.

Lo esperó, en un tiempo que casi no pasaba, pero Antonio no volvió.

Entonces Eva lo llamó, con voz suave, se sentó en la cama y dijo su nombre como si lo preguntara. Echó el cuerpo un poco hacia atrás y con el impulso se levantó.

Cerrándose el deshabillé con las dos manos buscó por la casa el temblor de luz que pasa como un fantasma de un ambiente a otro, la línea blanca debajo de alguna puerta, el resplandor azul del televisor en el sofá. Pero la oscuridad se repitió una y otra vez.

Antonio no estaba en el baño, ni en la cocina, ni en el escritorio.

Su ropa y sus cosas estaban como él las había dejado, en la silla y ordenadas. Esperándolo.

Tal vez algo lo había despertado, un vecino, una alarma, un grito. Cualquier cosa puede pasar en las horas vedadas a la luz...

*Fragmento. Incluido en La paciencia del agua sobre cada piedra.

Perfil

Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires, en 1966. Se formó en el taller de Abelardo Castillo. Publicó Los que vienen y los que se van: historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina (2008); Los restos del secreto y otros cuentos (2012); Los árboles caídos también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019). Entre otros reconocimientos, ganó premios del Fondo Nacional de las Artes, Feria del Libro de Buenos Aires y Max Aub.