Los Mundiales de fútbol son eventos deportivos que cada cuatro años mueven los cimientos de la humanidad. Lo que vienen generando es más que conocido; los negocios que se mueven en torno a él también. Su realización excede largamente el ámbito deportivo y se inserta en campos cada vez más insospechados.

La FIFA, al momento de definir sedes, intenta valerse de ello. Luego del acto fallido de la elección de Qatar, admitido por las propias autoridades, buscó revolver con criterio salomónico el tan particular Mundial de 2030, año en que se cumplirán 100 años del primero. Surge entonces el porqué de la elección de seis países y tres continentes para recibirlo.

Argentina tendrá la posibilidad, dentro de un poco menos de siete años, de ser sede de al menos un plato de entrada de lo que será ese Mundial, asignado a España, Portugal y Marruecos, aunque con la salvedad de que los tres primeros partidos se disputarán en Sudamérica. Uruguay y Paraguay son los otros beneficiados con la medida.

Puede que se considere como premio y honor para los uruguayos (dueños de casa en 1930). También para los argentinos (que disputaron con los locales la final de aquel certamen y son actuales campeones). La elección de Paraguay se justifica por ser sede de la Conmebol. Y no se puede soslayar a Chile, que formó parte de la propuesta conjunta sudamericana, pero que fue “borrado” por la FIFA.

Desde la AFA, a través del presidente Claudio “Chiqui” Tapia, se habló de sueño cristalizado. También se subrayó el valor del apoyo gubernamental y la importancia de haberse mostrado dispuesto a recibir el Mundial Sub-20 cuando se cayó la sede de Indonesia. Todo esto, según la entidad, da muestras de que el fútbol argentino tiene un potencial enorme. Y también se hizo referencia a un aspecto por demás sensible en estos días en la Argentina: el económico. “No hay necesidad de inversión, lo que se hará será a costo cero”, se sostuvo.

Esta última no es una expresión que se haya dicho por azar. Cuando se habla de dinero muchas cosas quedan expuestas y más en un país que se dio con esta novedad camino a 2030 en tiempos de profunda crisis.

Todavía está muy latente en el mundo del fútbol el escandaloso monto de dinero, unos U$s 220.000 millones, que destinó Qatar a su Mundial. Se trata de una cifra que hoy se ve mayormente dilapidada, dado que gran parte de la infraestructura levantada quedó, a menos de un año de haber terminado el certamen, en situación de abandono. A estos dineros hay que sumarle los que dispuso la FIFA. En el caso de la cita qatarí, se habla de unos USD 1.700 millones, fundamentalmente para gastos operativos, premios y compensaciones a clubes.

Que mirando al Mundial 2030 se haya trabajado en la idea del respeto a la tradición, en que varios países sean sede y en la moderación de gastos (en un mundo que vive tiempos difíciles y necesita esos mensajes de unidad), es un buen síntoma luego del despropósito qatarí, pero también un mea culpa. La jugada de la FIFA es ambiciosa, no hay dudas. Queda mucho más para hacer, aunque ya este guiño de justicia y de razonabilidad es un buen comienzo.