- Cachito, ¿quéres jugar al rugby?
-¿Rugby? ¿Qué es eso?
Palabras más, palabras menos, este fue el diálogo que se produjo entre Carlos Valdez y un amigo del barrio a mediados de la década del 40, cuando “Cacho” tenía 13 años. La invitación era para probar ese nuevo y curioso juego en el club Estudiantes, hoy ligado al básquet y al cestoball. El joven Carlos nunca se hubiera imaginado que estaba firmando un pacto irrevocable, que lo llevaría a convertirse en una figura emblemática de la disciplina en Tucumán y pieza fundamental en la historia de otro club, Universitario, uno de los cuatro fundadores de la Unión de Rugby del Norte (actual Unión de Rugby de Tucumán).
Fundado el 21 de septiembre de 1943, la “U” celebró recientemente sus 80 años. Ocho décadas que la vieron nacer como un proyecto de jóvenes entusiastas en el Departamento de Educación Física (hoy Facultad), echar raíces en el predio de Ojo de Agua y crecer hasta convertirse en un club de renombre a nivel nacional, además de ser el “Rey de Copas” del rugby del NOA con sus 24 títulos anuales/regionales. Y en ese camino, “Cacho” tuvo mucho que ver.
“¿Cómo lo veo al club hoy? Me sorprende. Ha crecido muchísimo. Pero al mismo tiempo no me sorprende porque hubo mucho esfuerzo detrás de todo eso”, señala el ingeniero desde el sillón de su casa. Y ese esfuerzo estuvo desde el comienzo, cuando no era más que un ambicioso proyecto multidisciplinario surgido en charlas universitarias entre personas con intereses comunes.
“Todo empezó con la decisión de la Universidad de darle importancia a la práctica del deporte. Ajedrez, básquet, fútbol, voley, etcétera. Por eso, Universitario Rugby Club nació como Círculo Universitario de Deportes. Y antes, la única cancha donde se jugaba al rugby era la que tenía el club Natación y Gimnasia. Era un club coqueto, con unos salones y unos vitrales fantásticos. Eso pasó a ser el Departamento de Educación Física, y ahí empezó el rugby de Universitario. Se hizo muy popular entre chicos de clase media, muchos estudiantes del colegio Nacional sobre todo”, cuenta Valdez, que a sus 90 años se cuenta entre los pocos socios que nacieron antes que el propio club.
Un lugar propio
Cuando fue creciendo el entusiasmo, Universitario comenzó la búsqueda de su propio lugar. “Nos fuimos al Parque 9 de Julio e hicimos una cancha abierta, pero llega un momento en que los clubes comienzan a tener necesidades propias. Así que empezamos a organizar cosas, fiestas, torneos como el Rugby Folklórico, el Seven Democrático y demás para chirolear. Después ya trajimos varios artistas, como Bruno Gelber. Llenamos el teatro Alberdi dos veces. No sabíamos bien dónde nos íbamos a ir o qué íbamos a hacer, pero ya íbamos juntando las monedas. Costó mucho, pero a la vez no costaba nada en el sentido de la alegría que significaba hacer algo nuestro”, recuerda.
Producto de ese esfuerzo fue la compra del terreno donde se estableció definitivamente, en Ojo de Agua. Para entonces, ya se había producido la escisión que dio lugar a Los Tarcos, el clásico rival. “¿Por qué nació y creció tanto Universitario? No sé, supongo que lo que movilizó todo fue el sentido de la amistad y esa inquietud que siempre hubo en el club. Por ejemplo, nosotros trajimos el hockey. Sin embargo, creo que la cuestión merece que algún filósofo la desentrañe. Porque para mí, el fenómeno de Universitario, por qué pegó tanto desde el comienzo, no tiene sentido. Al menos yo no lo encontré”, asegura.
Tres árboles
Valdez admite que, consecuencia de ese gran crecimiento que ha experimentado Universitario, poco queda ya del club que él ayudó a construir hace décadas. “No me imaginaba que se iba a hacer algo así, tan grande. Hay mucho mérito, de mucha gente que ha trabajado para esto. Eso sí, muchos de los árboles que pusimos al principio para circunscribir el predio ya no están, pero yo pedí que no me tocaran tres que están cerca de la entrada, antes de subir las escaleras”, cuenta. Hay una razón para ello, y tiene que ver con un recuerdo que en cierta manera grafica el esfuerzo de levantar la casa propia del club: “una tarde nos habíamos quedado unos cuantos y nos pusimos a ver un hornero construyendo su nido en uno de esos árboles. El tema es que tenía que irse lejos a buscar el barro, así que para agilizar la construcción de su mansión, hicimos un hoyo en el suelo y le tiramos agua y algo de arena. Era formidable verlo trabajar con tanta inteligencia, viendo para dónde estaba el sol, o el viento. Como lo haría un arquitecto o un ingeniero. No sé por qué, pero siempre sentí que el pájaro nos agradecía”.