Por Graciela L. Tonello
Profesora de Psicología Ambiental UNT - Investigadora del Conicet - PhD en Psicología Ambiental por la Universidad de Lund (Suecia)
Uno de los objetivos propuestos para el Congreso Internacional de Psicología del Tucumán es dejar una impronta ambiental en la Facultad de Psicología, que perdure como un estilo de convivencia y de gestión sustentable. Esta propuesta nos lleva a preguntar: ¿por qué a la psicología le interesa estudiar el ambiente?
Una respuesta directa es que el ambiente influye sobre los estados de ánimo y la conducta. Otra es que ninguna conducta puede ser interpretada sin considerar el contexto o ambiente en el cual se produjo. Y también cabe recordar que la psicología no es sólo una ciencia de la persona, sino de la relación persona-ambiente, en tanto formamos parte de sistemas socio-ecológicos. La rama de la psicología encargada del estudio de estas transacciones es la Psicología Ambiental.
Está demostrado que la calidad del ambiente físico es un predictor importante de salud y bienestar. La contaminación del aire, la contaminación sonora, la contaminación lumínica, el hacinamiento, la falta de acceso y disfrute de la naturaleza, los problemas de seguridad son todos estresores ambientales que comprometen seriamente la salud pública.
Pero también el ambiente puede ser un recurso de afrontamiento en tanto nos proporciona acceso a la naturaleza. La experiencia de la naturaleza produce beneficios restauradores basados en una amplia evidencia de teorías sobre la renovación de recursos cognitivos agotados como la atención, la reducción del estrés fisiológico y psicológico, y la generación de emociones positivas. Por ello, la planificación urbana sustentable apunta a detener la disminución de la biodiversidad y a incrementar los espacios verdes, que mejoran la calidad de vida de los ciudadanos.
La Psicología Ambiental
El cambio climático global ha acaparado casi la totalidad de las investigaciones en Psicología Ambiental, enfatizando en el estudio de conductas de mitigación, adaptación y resiliencia, profundizando las teorías sobre percepción del riesgo, y analizando el escepticismo y la negación del cambio climático como impedimentos al comportamiento sustentable.
El diseño de estrategias de política pública de adaptación y mitigación al cambio climático, en lo ateniente a recursos psicológicos, como vulnerabilidad y resiliencia, debe atender a las diferencias psicosociales de individuos, grupos y comunidades.
En psicología sabemos que la adaptación a un estresor ocurre cuando la sensibilidad neurofisiológica al estímulo se torna más débil, cuando la incertidumbre acerca del estresor se reduce, y cuando el estresor es cognitivamente evaluado como menos amenazante. De este modo, por ejemplo, informarnos sobre el cambio climático y sus consecuencias redundará en medidas de prevención, como la creación de redes de contención para preparar a la población sobre la ocurrencia de olas de calor o desastres naturales.
Formas de acción
Las reacciones psicológicas comunes ante desastres climáticos extremos incluyen depresión, trastorno de estrés postraumático, ansiedad y mayor tensión familiar, resultando el trastorno de estrés postraumático el más estudiado.
A su vez la vulnerabilidad, definida como la propensión o predisposición a verse afectados de manera adversa, implica considerar la falta de capacidad de ciertos grupos para hacer frente al cambio climático y adaptarse. Para ello es necesario identificar grupos vulnerables no sólo en cuanto a variables demográficas como edad, condición socio-económica, o educación, sino también en cuanto a recursos psicológicos cognitivos, emocionales y conductuales, experiencia, motivación, tolerancia social. Todo esto contribuirá a la decisión de estrategias adaptativas y de intervención.
Se piensa que adaptación y mitigación se afectan negativamente, en tanto la adaptación climática podría disminuir los esfuerzos de mitigación y viceversa. Acá el concepto de resiliencia resulta relevante en tanto es definido como factores protectores que modifican, mejoran o alteran la respuesta de una persona a algún peligro ambiental que predispone a un resultado desadaptativo.
En este sentido estudios psicoambientales muestran que algunas personas no sólo han sido capaces de hacer frente al cambio climático recuperando y manteniendo lo que tenían, sino que han podido explotar nuevas oportunidades y cambiar hacia estilos de vida sustentables.
La “ansiedad ecológica”
El vínculo directo entre el cambio climático y la salud mental se evidencia en el fenómeno de la Ansiedad Climática, también llamada ecoansiedad o ansiedad ecológica, que refiere a sentimientos que pueden extenderse desde la preocupación hasta la angustia.
Algunas personas o grupos se centran sólo en las consecuencias negativas del cambio climático, como inundaciones, sequías y olas de calor prolongadas, y la exposición a tales eventos puede desencadenar respuestas psicológicas fuertes. Pero el interés por el calentamiento global también puede manifestarse mediante emociones discretas como la preocupación y el miedo.
De este modo se han observado reacciones de preocupación constructiva por el calentamiento global que promueven en las personas comportamientos de cuidado del ambiente, como así también la preocupación no constructiva se puede manifestar dentro de un esquema preexistente de trastorno generalizado de la ansiedad, por lo que el cambio climático puede representar una amenaza a la salud mental.
El cambio climático no es solamente un problema ambiental, implica una carga psico-social que demanda su inclusión en intervenciones y dispositivos de salud comunitaria, y que debe ser estudiado como una co-variable, como otro problema social que afecta la salud mental.