A más de un año del inicio de las obras, la plaza Bernabé Aráoz, nuestro principal paseo público, ofrece un paisaje deprimente: pozos  interminables que parecieran no cerrarse nunca; calles polvorientas y veredas -si se pueden llamar así- que apenas permiten caminar, comercios vacíos por  la falta  de circulación de los clientes,  con el consiguiente lucro cesante. Sucede hace varios meses y de lo cual nadie se hace cargo;  obreros trabajando en larguísimos turnos y, sin embargo, parece que las obras siempre están en el mismo punto: absoluto desconocimiento de la fecha de finalización de las tareas,  personal que renunció por falta de pago, denuncia en las redes sociales por la mala calidad de los trabajos realizados. En fin, una catarata de quejas vecinales. Y por si todo esto fuera poco, el impedimento de no tener el tradicional lugar de festejo de nuestra venerada patrona, la santísima Virgen del Rosario y todo para satisfacer solamente el capricho de nuestro intendente, por una obra  que ningún vecino de Monteros considera prioritaria. Y menos necesaria, atendiendo el largo listado de problemas que presenta nuestra ciudad. Y damos sólo un ejemplo: el eterno anegamiento que resurge cada vez que llueve, cuando la avenida Avellaneda se convierte en un caudaloso río, imposible de atravesar, y no se puede llegar ni salir de  la Terminal de Ómnibus. Las décadas pasan y la cuestión nunca se soluciona. Seguramente con la décima parte de los más de mil millones presupuestados para esta obra se hubiera solucionado para siempre el martirio que nos provoca -y nos seguirá provocando- esta situación. Es un claro ejemplo de cómo nuestros gobernantes utilizan los dineros públicos -los nuestros- con absoluta discreción y sin atender nunca  los reclamos ni las necesidades de los vecinos.

Ricardo A. Rearte

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