Respetuosamente, diría que la Batalla de Tucumán aún, en nuestros días, no está debidamente explicitada en su desarrollo y en la verdad de los sucesos que allí se produjeron.

Resulta hasta hoy inentendible, pero se lo pasa por alto, cómo un ejército compuesto por 2.900 hombres, veteranos todo ellos y excelentemente armados (1) contra una formación con simples ínfulas de Ejército, como el que había conseguido formar el General Manuel Belgrano, tras ingentes esfuerzos, que se componía de un total de 1.584 soldados, bisoños en su mayoría, con armamentos insuficientes y con menos artillería que la de los españoles, hubiera podido vencer en esa lucha tan despareja.

Los estudiosos de esta batalla que revisé, como Mitre, Ovidio Jiménez, y en especial José María Paz -que participó de esta batalla y sobre quien parten muchas de las consideraciones y estudios de la Historia-, diría, con el mayor de los respetos, que no explicitaron debidamente el desarrollo real de esta contienda y llegan al final de la misma con una victoria muy facilista y obviamente muy honorífica para los vencedores.

La mayoría de los revisionistas posteriores, que parten de estos estudiosos que nombré, arriban a iguales conclusiones a las que me permito catalogar como facilistas y no ajustadas a la verdad, disculpable esta falacia en todos los revisionistas y estudiosos que trataron el tema, menos en Paz, que sí estuvo en esa contienda, como se dijera y que entonces, por motivos netamente personales, pudo obviar los hechos que él vivió.

Belgrano había formado, antes del amanecer, a su ejército en la zona, cercana a Los Nogales, dejando a una pequeña reserva, al mando de su segundo, el coronel mayor Eustoquio Díaz Vélez, en trincheras cavadas en las periferias de la ciudad, precisamente para defender a esta población por si él era rebasado por las fuerzas de Pío Tristán.

Díaz Vélez, encomendó a su sobrino de 17 años la misión de adelantarse con 10 dragones a sus órdenes a efectos que observara detalles del ejército español: sus armamentos, su artillería, sus carretones de apoyo logístico, etc.

Esta circunstancia que relato esta debidamente explicitada por ese jovencito que luego, cuando ya mayor escribió sus memorias que se editaron en dos tomos con el nombre de “Memorias del General Gregorio Aráoz de Lamadrid”, por Editorial Kraft, en 1895.

Lamadrid, ante la oscuridad de la noche que no le permitía ver debidamente los detalles que le pidiera su superior, ordenó a sus dragones que prendieran fuego al pajonal reseco. Por esos parajes corre el viento sur, que provocó que las llamas tomaran cuerpo y avanzaran contra las huestes españolas que, instantes más tarde, se vieron abrasadas por el fuego, quemándose muchos de ellos. Optaron por huir hacia el oeste, hacia el cerro, pero se dieron con el arroyo Manantial que corre de norte a sur.

Pero este “arroyo”, como graciosamente lo minimizan algunos, y que hace suponer que una persona lo cruza solamente mojándose los pies, en realidad es un cañadón profundo, de más de tres metros a pique. No conozco historiador que lo haya reivindicado en su verdadera topografía.

En este punto se frenan los desesperados españoles, separados de sus mandos inmediatos y, sobre todo, de sus carruajes de apoyo. Recorren las riberas este hasta que arriban al paraje de Ojo de Agua, donde se reagrupan, muy disminuidos, con muchos quemados y, desde allí, maltrechos y sin el total de su artillería, avanzan sobre la ciudad, llegando al Campo de las Carreras.

Belgrano entonces, atónito, al verse sobrepasado por los españoles, en su carrera al sur, ordena de inmediato desarmar la formación y a galope regresa a la ciudad donde enfrenta a los atacantes; pero estos ya no representaban el poderoso ejército que venía a enfrentársele con fuerzas muy superiores.

Tanto ayer como hoy resulta muy engorroso y difícil pretender, con justicia, darle el mérito de la victoria, por su acción circunstancial, a un jovenzuelo de 17 años.

No trato de minimizar de manera alguna la acción que en la oportunidad le cupo al General Belgrano. Por el contrario, supo hacerse cargo debidamente de la realidad de la situación y sacar el mejor provecho de ella.

© LA GACETA

Abel Novillo - Escritor e historiador.

1) Página 505 del tomo V, 2da sección de Historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia - Marzo de 1961-Talleres gráficos Didot.