Por Solana Colombres

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

El hombre Catedral. Eso se me figura Alberto Rojo, físico cuántico, divulgador científico, músico, escritor, dibujante. Claro, eso si entendemos la idea de Catedral como el anhelo difuso de abrazar el todo. De ponerse de puntitas para alcanzar el cielo gnóstico. O si lo suyo no es la Edad Media. Alberto Rojo es un hombre renacentista, como una especie de Vitruvio extendiendo sus brazos hacia la creación. Residente en Estados Unidos hace muchísimos años, estos no fueron suficientes como para dejar atrás el cantar y los modismos tucumanos que estudia con rigor lingüista (¿te diste cuenta que en Tucumán hay dos tipos de qué? Uno se usa delante de la frase y otro al final, afirma sesudo). Menos para olvidar el olor de los azahares y el de los geranios que embalsamaba, en el verano ardiente de Tucumán, el patio de su profesora de piano.  Esas flores son mi magdalena de Proust, sostiene. Me hundo en Google soslayando nuestra amistad de 15 años hecha de quebradas y mesetas. La profusión es total: Alberto Rojo en modo científico y en tête à tête con Jorge Lanata hablando sobre el valor del Conicet o explicando las ondas de luz y sonido en el Canal Encuentro con la pasión de un cruzado. Asoma ahora un Rojo en la boca de su amiga Mercedes Sosa cantando “Qué bonito, qué curioso, qué bonito que haya formas, mil estrellas, que haya un sol”. Todo un himno al asombro, cualidad sine qua non del explorador. Hay también un Alberto para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero y es el que sale a croquizar el afuera: un barista de New York, un puente de Ann Arbor, una dama desconocida con chal en un avión, Pedro Aznar, un músico de Manhattan, una callecita de Posadas, Guillermo Roux, la Iglesia de La Merced de Tucumán. Y el adentro: una taza, su mujer con foulard, su hija tomando mate, otra vez su mujer. Infinitos universos paralelos atrapados en su mirada aguda. Como si su vida fuese un juego cuántico en el que navega con la placidez de un pez de muchos mares. Y hablando de Roma, Alberto Rojo es tal vez el primero en haber advertido la intuición cuántica en Jorge Luis Borges. “Borges fue el primero en hablar indirectamente de física cuántica en el jardín de senderos que se bifurcan”, me dice. Entonces recuerdo una anécdota que ubica el 9 de Julio de 1985 al joven Alberto frente al maestro en el hotel Dorá donde solía comer siempre un monacal plato de arroz y acompañarlo con vino. “Ustedes los científicos tienen mucha imaginación”, le propinó como respuesta de J.L.B cuando Rojo indagó sobre la posibilidad de que el maestro tuviese conocimientos de física cuántica previos a la escritura del cuento.

Un proyecto ligado a la nanociencia en la escuela primaria y animado por la Fundación Balseiro, cuestiones musicales en marcha que no quiere adelantar, un Honoris Causa dilatado para más adelante, y su raíz. Todo esto lo trae de vuelta a Argentina en donde pasará por Buenos Aires y por supuesto por Tucumán.

Estoy en infinitos zoom, me responde cuando lo insto a responder a mi pedido de entrevista. “¿De qué querés que hablemos?”, me pregunta. “Justamente de eso Alberto, del infinito”, le respondo.

Ahora, gracias a la magia de la web  y a todos los dioses paganos que abatieron las barreras del tiempo y el espacio (desde Turing hasta Gates y Job) los universos paralelos albertianos se cruzan con los míos vía zoom a golpe de un clic. Clic.

-Hace poco vi la película Oppenheimer y me dio intriga pensar qué hay en la cabeza de un físico cuántico ¿Ves supernovas? ¿Constelaciones? ¿Átomos? ¿O solo la lista de quehaceres diarios?

-Me gustaría saber cómo funciona mi cabeza porque no tengo acceso directo. Estoy constantemente pensando, visualizando, intentando conectar. La uso como laboratorio. Quiero ser un poco artista porque miro lo que está afuera y trato de hacer mi propio dibujo, en el sentido estricto de la palabra y en el sentido amplio. Cuando entiendo lo que está pasando afuera, lo puedo comunicar a otros, manifestarlo en los múltiples idiomas que uno puede hablar: la música, la ciencia, el dibujo. Por eso trato de estudiar, leer y escuchar a gente que admiro. Intento aprender de ellos.

-En El hacedor de Borges se relata la obra de un hombre que se propone dibujar el mundo y al final se da cuenta que ese mundo que dibujo laboriosamente tiene la imagen de su cara. ¿Hay también algo de ego en todo lo que hacemos?

-Creo que estamos acá por ese impulso de curiosidad y por supuesto por ansias de poder y de control pero sobre todo por curiosidad salimos de la sabana africana desnudos y con mínima tecnología y hoy estamos hablando por zoom. Sin embargo las modificaciones genéticas que sufrimos desde entonces son mínimas y hemos llegado acá por la manera de explorar. Quiero sentirme parte de esa secuencia. Entender un poco más las grandes reglas del mundo. Enamorarme del conocimiento.

-¿Crees que uno es más feliz sabiendo o, como diría Sócrates, que el mal es un problema de conocimiento?

-Creo en ese sentido que la causalidad no es tal. Sin el conocimiento no obtenés el nivel de felicidad que obtenés con el conocimiento. Pero podés ser feliz sin saber porque también hay un conocimiento intuitivo. En lo personal creo que cuanto más sabemos, nuestro sentido de humildad frente al mundo aumenta y eso es algo bueno. Por ejemplo, ya sabemos que no somos una especie privilegiada porque descubrimos cómo funciona la evolución o ya sabemos que no hay diferencias de razas porque sabemos cómo es el proceso de mutación de la piel. Es decir, a medida que sabemos más nuestro rol en el mundo y en la sociedad se va clarificando hacia un lugar de mayor humildad.

-¿A vos te sirvió para ser más feliz?

-Yo creo que los momentos de mayor felicidad son aquellos a los que llego a un nivel de comprensión que viene del conocimiento. Como dice Borges: ¡oh dicha de entender mayor que la de pensar y la de sentir!

-Sí, pero como contrapunto, muchas veces relacionamos felicidad a lo compartido.

-Podés ser feliz comprendiendo algo o viendo la cara a tu hijo que comprende algo o teniendo un hijo. Y sí, es cierto, son experiencias que tienen que ver el compartir…

-No todo tiene la misma jerarquía…¿o sí?

-Hay un sentido de revelación, con lo supremo y lo espiritual que se conecta con el conocimiento, y hay un sentido de felicidad también supremo que está ligado a la amistad y a la familia, que es algo a lo que yo podría llegar sin conocer nada y quizás ese sea el mayor momento de felicidad

-¿Sos feliz?

-Soy feliz si hablamos de la felicidad medida como sentido de satisfacción casi permanente y las ganas de empezar cosas nuevas cada día pero felicidad no es lo mismo que satisfacción. Soy un feliz insatisfecho.

-¿De qué manera tu padre y tu madre tienen que ver con esta construcción que sos hoy?

- Toda la curiosidad y las ganas de aprender vienen en gran medida de mis viejos, quienes más que inculcármelas, protegieron esa curiosidad infantil. Yo creo que aquí está la clave de la educación: en resguardar el instinto infantil, en no estropearlo con la educación, en mantener esa ingenuidad ante la naturaleza, ese desparpajo, en no tener miedo a preguntar porque ese miedo puede revelar una ignorancia.

-Una anécdota…

-Mi viejo enseñaba filosofía de la ciencia; se ocupaba de entender la ciencia y conseguía entender la física. A los 11 años me explicó la teoría de la relatividad. Lo hizo con relojes, trenes y rayos de luz que rebotaban en el espejo y a mí me fascinó la idea del tiempo que cambiaba, al punto que el domingo, cuando íbamos a comer la pasta a la casa de mi abuela, le quise explicar a un tío mío. Me di cuenta que no había terminado de entender pero me había quedado la fascinación por la idea. Fue ese el momento en que me dije: esto lo voy a entender en el futuro. Es tan fascinante que vale la pena entenderlo.

-¿Y la vocación por la música cómo nació?

-Para eso tengo otra anécdota que resignifico con el tiempo: mi viejo escuchaba música clásica apoyando la cabeza en el tocadiscos y escuchaba los valses y los preludios de Chopin y yo no la entendía ni sentía. Yo tenía 10 años más o menos.  Un día se fue de viaje y me puse en la misma posición, imitándolo. Esa fue la primera vez que experimenté la música como algo visceral. Antes la escuchaba pero ahí fue como una cosa orgánica y quizás fue ese el momento en que decidí ser músico.

-¿Qué contiene, para vos, la semántica de Tucumán?

-Mi raíz, mi punto de partida, mi trampolín. Sigo hablando como tucumano, me identifico con Tucumán en algunas cosas. También es un lugar del que yo me fui porque para mi plan no funcionaba. Me gusta más el concepto del idioma que el de la infancia porque cuando yo escucho a alguien hablar en tucumano es distinto. Es el idioma en que aprendiste las primeras cosas. Aprendiste matemáticas, aprendiste historia, ese es el idioma de mi patria. Las primeras canciones, las primeras cosas lindas que se han visto, las primeras cosas feas que se han dicho, los modismos, los cuentos de la madre. Tucumán es un lugar que amo. Está la memoria de mis padres, mi hermana, mis amigos. Quiero que mis cenizas estén aquí el día de mañana.

-¿Qué es lo que en este momento más te motiva: la música el dibujo, la física, la escritura?

-Me motiva todo pero en cierta medida. Con el dibujo estoy en un proceso de pendiente positiva porque estoy en un proceso de aprendizaje,  en una instancia de menos desarrollo que otras disciplinas porque empecé hace poco. Estoy estudiando, practicando, leyendo clásicos e historia, y me empecino para que salga bien.

-¿Hay una conexión entre todo lo que hacés?

-Es parte de mi propósito. En el amor por el conocimiento está reintegrar esa unidad, vivir en la intersección entre el conocimiento y la razón y ver cómo hay mucho de experiencia subjetiva, de sentimiento y emotividad en la ciencia y muchísimo de rigor en el arte. Estas dos materias, a lo largo de la historia, han ido dialogando una con la otra.

© LA GACETA

PERFIL

Alberto Rojo nació en Tucumán. Es hijo del filósofo Roberto Rojo, colaborador de LA GACETA Literaria durante medio siglo. Tras doctorarse en Física en el Instituto Balseiro, Alberto continuó su vida profesional en los Estados Unidos. Fue investigador en la Universidad de Chicago y es profesor titular en la Universidad de Oakland. Es miembro colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Publicó un trabajo académico en coautoría con el premio Nobel de Física 2003 Anthony James Leggett.  Es autor, entre otros libros, de El azar en la vida cotidiana, Borges y la física cuántica y The Principle of Least Action, History and Physics (Cambridge University Press, en colaboración con Anthony Bloch); y creador y conductor de series televisivas de divulgación científica. Es además un músico notable. Compuso con Pedro Aznar, grabó con Mercedes Sosa y tiene tres discos como solista.