Acorde a un estudio de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica (Aaaeic), por día nacen en nuestro país más de 40 bebés con alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV).

Esta patología alimentaria también es una de las más frecuentes entre la población adulta, seguida por las alergias al huevo, el pescado, los crustáceos y el maní.

También se registra un importante número de hombres y mujeres que sufren reacciones adversas al ingerir frutos secos (almendras y castañas, entre otras), productos con soja, trigo o sésamo.

La alergia alimentaria es una reacción del sistema inmunológico que se produce inmediatamente o un tiempo después de ingerir un determinado alimento. Incluso una pequeña cantidad de este puede desencadenar problemas digestivos, urticaria y otras erupciones cutáneas. En algunos casos, puede causar síntomas graves como la inflamación en las vías respiratorias, incluyendo una reacción potencialmente mortal conocida como anafilaxia.

“La estadística varía según el territorio. En muchos sitios de Europa, el maní es el principal alérgeno, pero el pescado lo es en España y en Grecia. Evidentemente, influyen el acervo cultural y la forma en que nos alimentamos. De todos modos, cuando la proteína de la leche de vaca no es el alérgeno principal, es el segundo; es frecuente en general”, puntualizó el médico pediatra Jorge Martínez, especialista en alergias e inmunología.

El profesional -ex director del Comité Científico de Pediatría de la Aaaeic- advirtió que cada vez hay más casos de alergias en general y con mayores complicaciones para la salud al tratarse de reacciones severas.

“Todavía no están 100 % claros los motivos de este incremento, pero sabemos que intervienen la contaminación del ambiente, el ritmo de vida, la alimentación, el estrés, las medidas de higiene y las infecciones. Estos aspectos impactan sobre el desarrollo de nuestra microbiota intestinal y de nuestro sistema inmunológico, que se altera y genera reacciones inflamatorias ante la ingesta de determinados alimentos cuando no debería”, sostuvo Martínez.

En infantes

Las alergias alimentarias afectan más a los niños que a los adultos, en algunas investigaciones esta diferencia deriva en una incidencia de alergias de hasta un 8 % en pequeños menores de 5 años y del 4 % en los adultos. Al margen de estas estadísticas, también hay en algunos pacientes una predisposición genética que incrementa el riesgo de reacción.

“Tener padre, madre o hermanos con antecedentes de cualquier tipo de alergia, incluyendo las alimentarias, o enfermedades como asma, rinitis o dermatitis atópica, aumenta significativamente el ‘riesgo atópico’, las chances de desarrollar una alergia alimentaria; es importante prestar particular atención a si estos niños presentan sintomatología compatible con un cuadro de este tipo”, indicó la médica Karina López, especialista en Alergia e Inmunología Infantil.

Por otro lado, para evitar el diagnóstico tardío o erróneo, la pediatra recalcó la importancia de recurrir a una consulta médica inmediata ante los primeros síntomas. Como parte de la sintomatología habitual aparecen los cólicos, vómitos, diarrea y sangre en la materia fecal. “Si bien la alergia alimentaria en general es benigna y transitoria, se ignora por qué determinados niños tienen más sensibilización a determinados alérgenos que generan reacciones más graves o alergias persistentes. Es fundamental reconocer cómo reacciona cada paciente”, agregó.

Disminuir el riesgo

Aunque no se puede modificar factores como la herencia, el sexo o la etnia, si hay algunas medidas que contribuyen al desarrollo de un mejor sistema inmunológico, un punto esencial para atenuar cualquier alergia y las consiguientes reacciones inflamatorias.

Entre ellas se recomienda asegurarle a los bebés la lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y complementaria hasta los 2 años. Sumado a evitar la automedicación (sin prescripciones médicas) con antibióticos o de antiácidos en los primeros meses de vida del niño.

Tratamiento

Después de su detección, los cuadros de alergia son controlables a partir de la modulación del sistema inmunológico para que el paciente deje de reaccionar al alérgeno y desarrolle tolerancia. “En el tratamiento de la APLV, lo ideal es sostener la lactancia materna, por todos los beneficios que representa para el niño o niña. Esto se puede lograr si la madre adopta una dieta de exclusión, que consiste en quitar de su alimentación todo aquello que contenga la proteína de la leche de vaca (desde productos lácteos hasta otros como pan, purés, salchichas, embutidos, galletitas dulces, tortas y tartas, entre muchos otros). La misma dieta de exclusión aplica al paciente luego del sexto mes de vida, cuando inicia la alimentación complementaria”, puntualizó López.

Cuando no sea posible sostener la lactancia materna, existe la posibilidad de suplementar o complementar la alimentación a través de la indicación de fórmulas especiales, que las prescribe el médico tratante y consisten en fórmulas medicamentosas diseñadas específicamente para el tratamiento de la alergia a la proteína de la leche de vaca, cuya cobertura está garantizada al 100 % por la Ley Nacional N° 27.305 (Ley de Obligatoriedad de Leches Medicamentosas).