César Chelala

Columnista invitado

El hecho de atacar a sus enemigos degradando su integridad o capacidad mental, podría considerarse por algunos como uno de los mayores logros político-oratorios de Donald Trump. Sin embargo, sus vituperaciones importan una práctica moralmente viciosa, no siendo algo de lo que pueda enorgullecerse. Ha causado graves daños al discurso político y al ejercicio de la democracia. El comportamiento de Donald Trump es un serio llamado de atención sobre aquellos candidatos que promueven la violencia como una táctica política.

La presidencia de Donald Trump fue un período turbulento en la historia estadounidense. Como señala Oscar Vigano, un artista argentino radicado en Washington, D.C.: “La retórica divisiva de Trump muestra un desprecio alarmante por las normas democráticas. Sus comparaciones con las ideas fascistas nazis y sus repetidos llamados a la violencia por sus seguidores son un recordatorio escalofriante de los períodos más oscuros de la historia de los Estados Unidos”.

Durante una entrevista con Brian Stelter, George Lakoff, lingüista y profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, dijo: “Él [Trump] sabe cómo usar el lenguaje de manera muy efectiva. Y no solo eso, tiene tuits –mensajes en Twitter– estratégicos. Sus tuits se dividen en cuatro categorías. Uno; pueden enmarcar algo de manera preventiva, antes de que sea identificado por el público. En segundo lugar, puede desviar la atención de algo que lo amenaza. Puede echarle la culpa, ya sea a otra persona o a los propios medios de comunicación. Y puede ser un globo de prueba, algo realmente escandaloso para ver cuál es la reacción y si no hay una reacción real, puede hacer lo que quiera. Y también sabe usar la psicología. Por ejemplo, algún evento muy publicitado, como un ataque terrorista en particular o algo similar, sabe convertirlo en una forma deliberada de categorizar a todas las personas. Sabe cómo hacer esto; es parte de su técnica de ventas”.

Se trata de técnicas que Trump ha utilizado, con efectividad, desde que ingresó en la política. Recientemente, luego de su comparecencia en Nueva York por cargos de delitos graves, dijo en su casa de Florida, Mar-a-Lago: “El único crimen que he cometido, es defender sin miedo a nuestra nación de quienes buscan destruirla”. Esta es una extraña afirmación de alguien que está acusado de haber incitado un ataque al Capitolio y no haber hecho el menor esfuerzo para dominar a sus seguidores que querían ejecutar a su vicepresidente y agredir a varios legisladores.

El Dr. Manuel Orlando García, un psiquiatra argentino residente en Nueva York, me comentó lo siguiente: “El uso peculiar del lenguaje de Trump se correlaciona con su mente psicopática: proyecta, invierte, culpa, se victimiza, acusa… todo menos asumir responsabilidad, abochornarse, sentirse culpable, tener compasión, sufrir por el dolor ajeno. Como buen psicópata, hace sufrir pero no sufre, convirtiéndose en líder de quienes, resentidos, son incapaces de elaborar su sufrimiento cotidiano. Trump usa y abusa a sus seguidores; les encauza su frustración y también les roba sus ahorros; en el fondo los desprecia”.

Trump logró que su propio abogado utilizara argumentos perniciosos en su defensa. John Lauro, intentando defender a Trump ante cargos por delitos graves e intentos de anular la victoria del presidente Joe Biden en 2020, dijo en el programa “State of the Union” de CNN sobre los intentos ilegales de Trump de anular las elecciones: “Cuando se trata de discurso político, no solo se puede defender una posición, sino que se puede hacer una petición; se puede pedir incluso a su vicepresidente que detenga la votación. Esto es expresión de un anhelo; una aspiración. Pedir no es actuar. Es libertad de expresión básica”. Y como tal, está protegida por la Primera Enmienda, afirmó Lauro.

Las afirmaciones de Lauro prueban que la vecindad de Trump puede ser contagiosa y la persona en esa situación puede cometer sus mismos graves errores. Lo que Lauro parece ignorar, es que el verbo aspirar se usa principalmente en sentido positivo cuando una persona aspira a una meta concreta, que vale la pena. Por lo tanto, no corresponde decir: “Al Capone aspiraba a matar a toda la población de Chicago”. Sin embargo, es correcto afirmar, “Enamorado de su maestra, Juanito aspiraba a ser el mejor alumno de su clase”.

En cuanto al hecho de que las afirmaciones de Trump –por extravagantes que sean– tienen la protección de la Primera Enmienda, los expertos legales afirman que, si bien todos los estadounidenses tienen derecho a expresar su opinión sobre las elecciones de 2020, dejan de tenerlo tan pronto sus palabras se utilizan para realizar actos delictivos. En el caso de Trump, esos actos delictivos incluyeron tratar de persuadir a otros para que se unieran a él asumiendo una conducta delictiva, como firmar listas de electores falsas o tratar de obligar al vicepresidente Mike Pence a bloquear o retrasar la certificación del Colegio Electoral reconociendo la victoria del presidente Biden.

En una entrevista con CNN, Bill Barr, Abogado General durante la administración Trump, dijo que no creía que la defensa de la Primera Enmienda fuera un argumento válido para Trump “porque, como dice la acusación, no están atacando su derecho a la Primera Enmienda. Puede decir lo que quiera. Incluso puede mentir; puede decir a la gente que la elección fue robada cuando sabía que no. Pero eso no lo protege de involucrarse en una conspiración. Todas las conspiraciones implican la libertad de expresión. Y todo fraude involucra el habla. Entonces, la libertad de expresión no confiere derecho a participar en una conspiración fraudulenta”.

Trump también ha llamado repetidamente al Fiscal Jack Smith un “lunático trastornado”; un “matón” y un “odiador furioso e incontrolado de Donald Trump”. Su discurso de odio es la forma que tiene Trump de desacreditar a sus acusadores. No parece darse cuenta de que sus palabras no lastiman a Smith, quien es muy respetado en los círculos legales, sino que son, quizás, un reflejo de sus propios demonios internos.