Cualquiera puede ser víctima hoy de la violencia en una cancha del fútbol. Pueden ser los árbitros, los futbolistas, algún dirigente, allegados y hasta los propios hinchas. En la mayoría de los casos, como sucede en Tucumán, de poco sirven las medidas preventivas que la dirigencia pueda tomar, como tampoco la presencia de la policía. Esta falta de control ante situaciones repetidas plantean una pregunta: ¿será posible resolver el problema?

Un lector de LAGACETA.com, Gustavo Cravero, opinó que los encuentros de masas, en sociedades crispadas por las crisis, “suelen ser catalizadores del humor imperante. Ahí hay que buscar el posible origen de esta seguidilla de hechos similares”. Su punto de vista resulta interesante, aunque no es el único potencial motivo sobre lo que está pasando.

¿Cómo se explica entonces que un partido se haya suspendido debido a que el presidente de un club haya ingresado al vestuario del árbitro a “charlar”? ¿Cómo justificar que un partido se cancele por agresión a un jugador visitante, cuando el juego estaba empatado? ¿De qué forma se entiende que estos hechos no ocurren en todos los partidos y que, de hecho, se multiplican cuando hay cosas importantes en juego? ¿Cómo interpretar que sean los más jóvenes los que generan estas situaciones, cuando en general el resto de los simpatizantes tiene un comportamiento “normal”, dentro de la particularidad que domina al fanático del fútbol en todo el mundo?

Lamentablemente la violencia termina por ensombrecer la idea de disfrutar del fútbol en los partidos de la Liga Tucumana. Este año, todo fue bien hasta julio. Desde entonces, hay una sucesión de hechos lamentables. Y no es este un asunto nuevo, sino que viene desde hace años. Es un tema que, como suele decirse, no resiste al archivo.

Pero como si las cosas ya no estuvieran difíciles con la violencia imperante en torno a un partido de fútbol, surgen otras situaciones que complican más el panorama. Son las presiones, amenazas e intimidación a los medios de comunicación cuando se dan a conocer los hechos.

Para tratar de entender la “cocina” previa a cada partido, hay que decir que los miércoles es cuando se efectúan reuniones entre dirigentes de la Liga con Seguridad Deportiva y comisarios regionales. Es entonces cuando se decide cuántos policías habrá en cada juego. Lo habitual es que haya unos 10. Ahora, si el partido es de alto riesgo (sobre todo los clásicos del interior o del Gran San Miguel de Tucumán) son al menos 40 los que asisten. Los clubes son los que pagan la presencia de efectivos policiales. El dinero sale de la recaudación y de alguna ayuda de allegados y no del apoyo comunal y municipal a los clubes, porque ese monto se destina a atender el presupuesto del plantel. Traducido en cifras, hablamos de al menos $160.000 de gastos por partido para seguridad y otros montos necesarios para abrir una cancha. Esto, con un promedio de 250 espectadores, y una entrada que cuesta $1.500.

¿Qué hacer para que siga rodando la pelota sin sobresaltos? Sin duda, perseverar en las acciones preventivas. Hoy, salvo excepciones, el público visitante puede acudir a los estadios y quizás ese sea un punto a revisar. También ser más rígidos en el derecho de admisión, en el control de consumo de bebidas alcohólicas y de sustancias prohibidas.

El fútbol tucumano necesita de todos: el accionar de unos pocos no puede empañar lo que se hace bien ni el sacrificio de la mayoría por mantenerlo vivo.