Los seres humanos alteran el ambiente mucho más que otros organismos que viven en la Tierra. Esas transformaciones pueden ser percibidas como positivas -en el aumento de la productividad de un cultivo, por ejemplo-, pero frecuentemente suelen ser negativas: disminuyen la biodiversidad y perturban los procesos ecosistémicos, como los relacionados con la producción de agua limpia, la regulación de las crecidas o la polinización. Incluso se producen colapsos ambientales como consecuencia de talas de selva tropical, que destruyen el suelo e impiden la regeneración de bosques; o por la contaminación con microplásticos de los océanos.
Esas alteraciones ecosistémicas son las que estudian investigadores del Instituto de Biodiversidad Neotropical (IBN, Conicet-UNT) desde hace más de cuatro décadas, poniendo énfasis en los macroinvertebrados. El especialista en sistemática y en ecología de insectos acuáticos, Carlos Molineri explica: “Los macroinvertebrados son animales fáciles de visualizar e identificar en el campo porque miden más de 5 milímetros de longitud, como por ejemplo, los insectos”. Agrega que se pueden utilizar estos organismos como bioindicadores de las condiciones ambientales y de la salud del ecosistema.
El equipo científico del IBN utiliza índices bióticos, que son fórmulas matemáticas sencillas que combinan información sobre la diversidad y la susceptibilidad a la contaminación. Según Molineri, en las regiones montañosas de los ríos, como las áreas Yungas y Chaco Serrano, el más básico es el índice biótico de las Yungas. Se fundamenta en la presencia de cuatro grupos de insectos fáciles de identificar: plecópteros, tricópteros, élmidos y megalópteros.
Estos insectos son sensibles a las alteraciones del ecosistema, y van desapareciendo a medida que la calidad del hábitat empeora. Los ríos en buen estado presentan los cuatro grupos de insectos. A medida que aumenta el nivel de alteraciones, se encuentran solo dos o menos de estos cuatro grupos.
En la escuela
A principios deo 2009 se organizaron distintos encuentros en 13 escuelas rurales de Tucumán para realizar talleres de reconocimiento de la biodiversidad acuática en ríos y arroyos cercanos a los establecimientos, con maestras y estudiantes. Posteriormente, se extendió a escuelas de alta montaña.
Molineri valora la apropiación social que se hace de este tipo de conocimientos generados en el IBN, tanto de parte de la comunidad educativa -“que cuenta con herramientas sencillas de diagnóstico de calidad de agua”-, como de la misma comunidad científica, - “que vio enriquecida su labor con los conocimientos regionales y campesinos, ampliando a la vez el alcance territorial de las investigaciones sobre los ríos”-.
Como fruto de esta investigación, y de muchas otras que analizan los ecosistemas acuáticos -su fauna, su flora y todas las relaciones que constituyen esa trama conectándose los humanos-, surge el libro “Cuidando el agua, aprendemos a cuidar a toda la vida”. Sus editores, Molineri, Verónica Manso y Daniel Emmerich, remarcan que el mensaje principal es “la biología se vivencia”, y que lo vivo se estudia observando la naturaleza, ya sea en el patio de la escuela o en una plaza.
“Este libro está pensado como una herramienta para docentes de nivel primario y secundario”, indica Emmerich, sin dejar de agregar que para él “la educación tiene hoy una particular importancia en el aprendizaje de volver a mirar el mundo, y comprendernos con otra lógica existencial”.