Ahora están asustados. A dos semanas de las PASO, la magnitud del impacto de la derrota electoral en manos de Javier Milei comienza a ser dimensionada en el oficialismo. Tanto en la Casa Rosada como en el Instituto Patria están aturdidos y paralizados. La secuencia de desaciertos posterior a las Primarias sumó confusión y desánimo, una mezcla de sentimientos letal para cualquier aspiración electoral.
La preocupación es inocultable. Se transmite desde la orfandad que dejan el silencio de Cristina Fernández de Kirchner y las apariciones insignificantes del presidente Alberto Fernández. Pero también se contagia a partir de los manotazos diarios que realiza al voleo el ministro candidato Sergio Massa. Los gobernadores peronistas lo perciben y por eso cruzan mensajes y llamados entre sí. En particular, aflige esta anarquía -extraña para el peronismo- a los mandatarios que han logrado ser reelectos o que retuvieron las provincias para sucesores de su espacio. La posibilidad de tener que lidiar durante cuatro años con un Presidente de diferente signo político -y cuanto menos imprevisible- los espanta.
El asunto es que nadie da con la receta para reencauzar este desorden, y el tiempo apremia. Quedan poco menos de dos meses para las elecciones generales pero mucha tarea por delante. La única buena para el Gobierno nacional es que las PASO los haya dejado a unos tres puntos porcentuales del candidato más votado. Esa diferencia, que será menor a un millón de votos a juzgar por la marcha del recuento definitivo, le permite mostrarse aún como una fuerza competitiva. Por eso Massa comenzó las reuniones con los gobernadores salientes y mandatarios electos. La clave, para el peronismo, es recuperar el poder de movilización en cada uno de los distritos.
El ejemplo es Tucumán, en donde el oficialismo sufrió una catástrofe electoral el 13 de agosto. Sin embargo, nadie duda de que en octubre Unión por la Patria debería subir el piso de votos en esta provincia. Esto, porque el susto que se llevaron cuando se abrieron los urnas los paralizó y los expuso a nivel nacional. En mayor medida, Juan Manzur quedó a merced de la mirada inquisidora de sus pares y de los armadores nacionales del massismo. Resulta difícil de justificar que en junio, cuando estaba en juego el pellejo de los dirigentes locales, el PJ haya superado los 600.000 votos y un par de meses después haya caído a 320.000 sufragios. Aunque pueda haber atenuantes y explicaciones, nadie las va a aceptar.
Osvaldo Jaldo es consciente de que no hay más margen para las especulaciones y que no es momento para los pases de facturas. Por eso, pretende activar a cada intendente, legislador, concejal y comisionado rural del peronismo. También sabe que es clave que su compañero de fórmula cambie su postura y que trabaje por el triunfo de Massa. En esa línea se inscribe la reunión que mantuvo a principios de esta semana con el senador Pablo Yedlin, a quien le pidió que lo ayude a seducir a Manzur para que se involucre en la campaña. Otras versiones dan cuenta de que, desde la Nación, le ofrecerían al saliente gobernador tucumano un lugar “simbólico” de conducción en el armado de UxP a modo de “mimo”. Ayer, al menos, ya estuvo en un acto mediante zoom junto a sus pares del NOA y Massa, por la ampliación del gasoducto.
Por supuesto, la perspectiva de repunte que tienen en Unión por la Patria es parecida a la que sostiene la ilusión en Juntos por el Cambio. Ambos espacios, que monopolizaron la discusión política en la última década en la Argentina, quedaron desacomodados con la feroz irrupción del libertario Milei. La cuestión es que UxP y JxC tienen diagnósticos diferentes acerca de cómo remontar hacia octubre y colarse en el balotaje.
Los armadores del peronismo entienden que una dirigencia comprometida y movilizada en todo el país, mientras liberales y macristas pelean en el mismo nicho de votos, les garantizará un crecimiento en cantidad de votos. En cambio, los operadores de Patricia Bullrich vaticinan que el inevitable aumento del fenómeno Milei perjudicará en mayor medida al peronismo. Es lo que repitió Mauricio Macri en las charlas que mantuvo en los últimos días con referentes provinciales, incluida la que tuvo con el intendente de San Miguel de Tucumán, Germán Alfaro. Según el ex presidente, el libertario se nutrirá de votos de los sectores más vulnerables de la sociedad y eso afectará la base electoral del peronismo, ya que el “círculo rojo” y las clases medias y altas finalmente optarán por la propuesta “más racional” de su ex ministra de Seguridad.
Acierte quien acierte, hay una cuestión que es transversal a estas dos propuestas: tienen casi como una certeza que un lugar en la segunda vuelta presidencial ya está reservado para el líder de La Libertad Avanza. En eso coinciden también los principales analistas del país, quienes consideran que más argentinos querrán subirse a la ola triunfalista sobre la que surfea Milei.
El mayor problema que enfrenta Juntos por el Cambio es la falta de liderazgos, y esa dolencia afecta a nivel nacional y provincial. Bullrich no encuentra su lugar en la campaña y quienes apoyaron al radicalismo y a Horacio Rodríguez Larreta en las Primarias están frente a un dilema interno difícil de resolver. Sin ir más lejos, en Tucumán nadie sabe qué es lo que queda en pie de Juntos por el Cambio después de la dura derrota del 11 de junio y de la debacle de las PASO. Los últimos sucesos son categóricos: Mariano Campero, que venció en las PASO locales de la alianza opositora, hasta aquí no ha podido convocar al resto de los espacios y camina, como suele hacerlo, con independencia. Y Alfaro, que perdió, no irá al pie del intendente de Yerba Buena, como tampoco parece dispuesto a hacerlo en manada. La prueba es que la senadora Beatriz Ávila y Valeria Amaya, la candidata que coló el Partido por la Justicia Social en la lista de diputados de JxC, no participaron de la reunión que encabezó Bullrich en Buenos Aires con la dirigencia de todo el país. Amaya, aún falta de reflejos políticos, había dicho la semana pasada en LG Play que asistiría a ese mitin de la postulante presidencial.
Desde luego, Alfaro se encarga de ratificar su pertenencia a Juntos por el Cambio frente a los rumores de abandono que se multiplican. Con ese fin, destaca la buena relación personal que entabló con Macri y anticipa que, en caso de ser convocado de manera particular, su espacio estará al servicio de la campaña de Bullrich. Sin embargo, entre sus aliados tienen dudas respecto de para quién trabajará la mano de obra del PJS en octubre. En especial, porque en estas últimas semanas se volvieron a tender puentes entre el jaldismo y el alfarismo. El más reciente gesto de “reciprocidad” tuvo como escenario la elección de autoridades de la Universidad Tecnológica en Tucumán. Ocurre que uno de los consejeros que participó anoche de la elección es Adrián Amaya, director de Arquitectura de la Municipalidad capitalina. Apremiado y en busca de votos para la postulación de su esposa Rosana Hadad Salomón, el ministro de Obras Fabián Soria se habría interiorizado sobre la posición del funcionario alfarista dentro de la UTN. Una curiosidad: Soria llegó al gabinete en abril de 2022 con la expectativa de dotar de vuelo y elegancia al Gobierno, y termina la gestión en licencia y pidiendo votos para garantizarse la continuidad de su espacio en la UTN mediante su esposa. Hay oficialistas que compararon al radical con los intendentes justicialistas que abrocharon la sucesión local con familiares. Con la diferencia de que la mayoría de ellos logró su cometido; Soria, no. Y, encima, sufrió el grito del jaldista Marcelo Caponio, que curiosamente festejó el triunfo del opositor Rubén Egea en las redes apenas finalizó la votación. A nivel nacional, la UTN es conducida por el peronista Rubén Soro, quien anoche siguió con atención y celebró el desenlace tucumano. Soria debe aún estar preguntándose por la foto con Jaldo del miércoles.
Más allá de ese paréntesis, anoche sucedió algo inusual en la campaña. Entre tanta acefalía de Juntos por el Cambio, Roberto Sánchez hizo un intento por reagrupar la UCR tucumana y mostrar músculo hacia octubre. De la reunión participaron autoridades partidarias, legisladores y concejales y el propio Campero, que salió contento del mitin. El problema no es la foto y las arengas, sino las dificultades que se enfrentarán hasta el 22 de octubre para competir desde atrás, sin estructura y sin recursos, en una provincia que pasó de votar masivamente al peronismo y a Milei a la vuelta de dos meses.
El susto y el espanto, como se podrá ver, no son sentimientos que quiten el sueño únicamente al oficialismo.