La Inteligencia Artificial (IA) desempeña un papel en la vida de miles de millones de personas y es evidente que en pocos años estaremos completamente rodeados por ella. Inevitablemente, esto ha provocado grandes debates y controversias porque su ambición parece desmesurada. Al igual que en la manipulación genética, es necesario para que el hombre no pierda el control del desarrollo de la IA poner sensatez y ética en estos avances científicos. Las máquinas pueden ser un buen complemento de los hombres, pero nunca sus sustitutos. La pregunta sería: ¿las máquinas pueden superar a los humanos?

Los algoritmos de Machine Learning (ML) y Deep Learning (DL) hacen un esfuerzo por crear máquinas más inteligentes, incluso para aprender por sí mismos y para tomar decisiones, que es una de las facultades de los humanos, con la ventaja de que la máquina no tiene limitaciones biológicas. Pero hay algunas cuestiones por las que la IA podrá emularnos: ningún robot puede replicar los cinco sentidos; sí en cambio, puede procesar la información.

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Tampoco la inteligencia artificial pretende emular la inteligencia humana y “corregir sus errores” buscando crear una “súper inteligencia”, pero eso también implica rigidez y literalidad, pues la máquina no reflexiona, no inventa, no crea, no razona como un ser humano. Es incapaz de tomar decisiones, de tener sentido común o desarrollar la capacidad de percepción del ser humano. Otro aspecto del que adolece es la creatividad. Puede hilar palabras, pero le falta el alma del que ha tenido una vivencia, un sufrimiento, por lo tanto, le falta el arte de conmover.

Por su parte, desde el psicoanálisis se sostiene la creencia de que la subjetividad del ser humano es fundamental, y eso es precisamente el inconsciente, lo que se le escapa a la IA, no sólo la conciencia. Por lo que podemos decir que la IA se acerca a la inteligencia humana pero la de-subjetiva, la máquina no logra tener sentimientos o un cuerpo que sufre, que duele o que muere.

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El amor, por ejemplo, es una de las formas más avanzadas de inteligencia, y los robots por más inteligencia ficticia que tengan no pueden tener sentimientos. Pueden llegar a tomar decisiones literales y rígidas, decisiones que, según su programación, serían las correctas. Pero, ¿dónde quedarían el deseo y el equívoco? ¿Cómo puede una máquina soñar e imaginar?

El sueño

Para soñar, el ser humano tiene afectos, vivencias y sentimientos. Y es la historia pasada sumada a las vivencias diarias lo que produce que uno sueñe, pues el sueño es una formación del inconsciente del propio sujeto. Los sueños, los lapsus, los olvidos, son manifestaciones de su inconsciente y una IA no podría soñar, puesto que una máquina no procesa la subjetividad, no tiene experiencias cotidianas de vida, no cuenta con un pasado ni ha sido alojada en el deseo ni en el amor de algún ser humano, como el niño cuando nace.

En definitiva, no es un sujeto del inconsciente, y de la falta. El ser humano tiene subjetividad, imaginación, fantasía, hay capacidad de crear y de inventar pero hasta ahí no se ha llegado con la IA.

Por ende, ¿qué pasa con el deseo? Nuestro aparato psíquico, lo sabemos desde el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, no es una pura conciencia, no es un Yo que todo lo sabe. Por el contrario, el ser humano más es lo que no sabe que lo que sabe, es una sede de desconocimiento sobredeterminada por discursos del orden de lo inconsciente. Desde allí, un tema que puede resultar preocupante para los psicólogos, de uso muy frecuente hoy, es el uso del chat GPT, producto de la IA, en reemplazo de la terapia.

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Se escucha en este último tiempo, que las personas deciden contar sus problemas a la herramienta. Resulta un bálsamo pensar a la máquina como un oráculo que inmediatamente puede darte una respuesta a medida, en la más íntima privacidad, y que mágicamente te pueda solucionar la vida, sin tener que ir a un psicoanalista. Esta situación llega a ser hasta lúdica, haciéndose uso de un tipo de pensamiento mágico infantil.

¿Cómo se puede establecer el amor de transferencia con una máquina? ¿Cómo puede tener efectos en el inconsciente? La IA nunca va a vivir una emoción como un ser humano, ni podrá establecerse el gran descubrimiento freudiano, motor de la cura, que es la transferencia.

En la transferencia el paciente desplaza sobre la figura del médico o del analista, actitudes, recuerdos, comportamientos y sentimientos del pasado, sobre todo del infantil; es una manera de repetición desplazada y vivida como actual del pasado sobre el presente con el analista. Este suceder se transforma en el motor de la cura, ya que a través de la transferencia podemos interpretar las fijaciones del paciente a su pasado y curarlo “in vivo”.

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La IA puede comprender, tal vez algunos mecanismos, y ser enciclopédica, mucho más que un terapeuta, pero, es necesario el amor de transferencia para que una terapia funcione y tenga efectos

Aún no está claro cuáles serán los alcances de este tipo de herramientas, y del “riesgo existencial” que suponen los sistemas de IA para los humanos. Pudimos experimentar durante la pandemia, que fue una especie de gran laboratorio del sujeto humano en encierro, que si hay algo irreemplazable es el contacto humano, que el vínculo con el otro es irremplazable Los psicólogos o psicoanalistas, observamos que a pesar de lo eficientes que pudieron ser las terapias virtuales, muchos de nuestros pacientes aún prefieren la presencialidad.

Está demostrado que el avance de la tecnología puede llevarnos a lugares impensables, por lo que llegar a un robot terapeuta no podríamos considerarlo como algo impensable. Creo que allí interviene el hombre con la ética.

Como psicólogos no podemos desconocer cómo el consumo excesivo de IA puede llegar a reestructurar la mente humana y afectar las capacidades cognitivas. El uso desmedido de IA merma capacidades cognitivas, la imaginación, la atención y la concentración; lo que no se usa, se va atrofiando.

A grandes rasgos, puede decirse que se pueden desarrollar patologías como la ansiedad y la depresión, en relación con las nuevas tecnologías (dispositivos, redes sociales, vida en la red, teletrabajo, etc.), pero también pérdida de la creatividad, la imaginación o la capacidad para analizar críticamente la realidad. El problema no es su uso en la vida cotidiana sino su abuso, que puede llegar a alterar la salud mental.