Se dice que Plovdiv (Bulgaria), es la ciudad más antigua de Europa, fundada cerca del 6000 AC. Otras ciudades, como Atenas (3000 AC.) o Lisboa (1200 AC.), están en ese podio. Si analizamos los Reinos, Naciones o Repúblicas, podemos resaltar al Reino de Inglaterra, fundado en 927 o al de Francia (año 420), aunque recién en el 877 adquirió su nombre. El primer reino “alemán” independiente, surgió en el año 919, en la forma del Reino germano y en 1143 nació oficialmente la República Portuguesa. Si nos focalizamos en las Democracias más antiguas del mundo, la lista la encabeza EEUU, con 223 años ininterrumpidos, seguido por Suiza (175); Nueva Zelanda (166); Canadá (156); Reino Unido (138) y Australia (122), entre otras. Y llegamos a nuestra América del Sur y Pueblos del Caribe, cuyas Culturas; Lenguas; Organización Social; Creencias y hasta Arquitecturas, fueron arrasadas; eliminadas; saqueadas; desconocidas y hasta criminalizadas. Desaparecieron testimonios de miles de años de vida e identidad; de sentido de pertenencia, imponiéndonos nacer de nuevo, a imagen y semejanza de los imperios europeos, que decidieron para África y América del Sur, un mismo destino: ser fuente de riquezas y materias primas para sostener el maravilloso estilo de vida europeo, entregando millones de hectáreas de tierras a pocas familias, convencidos de que es mucho más simple negociar con dos mil oligarcas, que con millones de estómagos hambrientos. Argentina, en ese esquema impuesto externamente, debió esperar un siglo desde la Declaración de su Independencia en 1816, para poder votar y poner en práctica una Democracia (1916), pero a tan solo 14 años de aquel hecho Histórico, sufrió el primer Golpe de Estado con que nos destruyeron durante cinco décadas más (1930 a 1983). Entonces: 200 años de vida - que nunca fue del todo propia - y 40 años de Democracia - que nunca llegó a ser plena - son apenas un suspiro, si se los compara con los números expresados al principio de la presente. Nuestra Democracia no nos falló, sencillamente, es apenas una pequeña niña a la que no la estamos educando ni alimentando como corresponde, lo que no se reduce solo al acto de votar (que hay que hacerlo, sin lugar a dudas), sino al de participar y al de construir Ciudadanía.

Javier Ernesto Guardia Bosñak

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