Carlos Duguech
Columnista invitado
Titular de este modo la columna seguramente parecerá irreverente. Uno intenta ser reverente -hasta donde puede y cree estar seguro- de lo objetivo, de lo real, de lo que se puede aceptar a la luz del entendimiento como merecedor de esa actitud. Como lo suficientemente maduro. Maduro de tal modo que sirva para ser dado a conocer a lectores que aguardan del periodismo fidelidad a la verdad objetiva. Y, además, en los casos de análisis de una cuestión específica, como el tema de hoy de esta columna, con argumentos y probanzas que verdaderamente orienten hacia la comprensión sin quiebres de lo que se pretende exponer como realidad. Claro que otro título, así fuera “La verdad sobre Hiroshima y Nagasaki” o “Las falsedades sobre las bombas atómicas” o algo parecido, no tiene –no puede tener- la contundencia de una aserción como la que deriva por instantánea percepción natural ante “la verdad de la milanesa”, expresión tan arraigada en el habla cotidiana, popular.
78 años: la misma historia
Las repeticiones de hechos históricos en escala temporal que se miden en cuartos de siglo (ya llevamos algo más de ¾) contaminan a veces -por decantación- los recursos indubitables de la historiografía. Así ocurre con las razones y consecuencias ligadas a la bomba atómica, desde su creación hasta su destino cuasi apocalíptico en Japón. Es conocido que Einstein dirigió una carta al presidente de EEUU Roosevelt advirtiéndole sobre el peligro que significaba que en Alemania, la de Hitler, se estuviese investigando sobre un descubrimiento reciente. En suma, Einstein estaba especialmente preocupado por la posibilidad cierta de que la Alemania -de la que se había exiliado por el nazismo- pudiese armarse con bombas atómicas. La carta del 2 de agosto de 1939 se anticipó en treinta días a la fecha del inicio de la IIGM, el 1° de setiembre con la invasión a Polonia de las huestes nazis.
El proyecto Manhattan
En agosto de 1942 se crea el sistema de investigación y desarrollo con el objetivo secreto de lograr una bomba atómica. Con un mandato: antes de que lo pudiera lograr la Alemania nazi, siguiendo la sugerencia de Einstein. Colaboraron el Reino Unido y Canadá. Una descomunal instalación de edificios, laboratorios y depósitos. Llegaron a trabajar 130.000 personas. Muchos físicos de renombre e ingenieros y militares. Director del proyecto el general estadounidense Leslie Groves* y del laboratorio el físico Robert Openheimer.
La verdad manipulada
1) Trinity, era el lugar elegido para la prueba de laboratorio de la primera bomba atómica, en el desierto de Nevada. Nueva México. (EEUU). Madrugada del 16 de julio de 1945. Intrigaba a todos los participantes el resultado de esa prueba de plutonio. Había quienes opinaban sobre un fracaso hasta los que exageraban prediciendo la destrucción de todo Nuevo México. Se quemaría toda la atmósfera, decían algunos. Predicciones triunfalistas unas y también de abrumadoras consecuencias para el planeta, otras.
Una pregunta: ¿Cómo puede hacerse un ensayo de semejante artefacto por primera vez en la historia para corporizar sus efectos destructivos (era una bomba) si no se diagramaba el esperado efecto sobre edificios u otras construcciones? Nada de ello instalaron en el escenario del ensayo. Nada. Solamente la torre de acero de 13 metros sobre la que se montó la bomba, la que se desintegró. Y los informes hablan de una luminosidad de varios soles (era madrugada oscura), de un estruendo pavoroso y de una columna (el típico hongo) que se elevó hasta 12.000 metros. Y de un cráter de casi 300 metros de diámetro y de 3 de profundidad en la zona de la torre desaparecida. No más que eso. Una prueba de laboratorio de un modelo nuevo de auto saldría recién a la venta cuando se haga la prueba de campo, por caminos asfaltados, de tierra, de frío, de nieve, de montaña, etc. Y que sea satisfactoria..
2) ¿Esos datos de la explosión eran suficientes como para pensar que serviría para hacer lo que finalmente se hizo en ciudades como Hiroshima o Nagasaki? No, no podían ser suficientes. Imposible extrapolarlos para asegurarse semejante resultados. Sólo eran resultados de una precisa “prueba de campo” a 600 metros del suelo, los del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima
3) Apenas tres días después la otra prueba de campo. La bomba de uranio sobre Nagasaki, explotada en su suelo.
4) ¿Por qué dos bombas si con la de Hiroshima bastaba como “advertencia” al Imperio japonés? Porque eran distintas y había que probar las dos. Una por vez.
“Declaración de Potsdam”
El presidente de EEUU, Harry S. Truman, el de China Chiang Kai-shek y el primer ministro del Reino Unido Winston Churchill (penúltimo día en el cargo) suscribieron La Declaración de Potsdam publicada el 26 de julio de 1945. Se establecían los términos de la rendición de Japón en la IIGM tal como se acordó en Postdam. Le aseguraba a Japón una “total destrucción” si no se rendía. Con una advertencia: “incondicionalmente”.
Era imprescindible que la intimación obtuviera de parte del destinatario un no, para proceder en consecuencia. Truman lo esperaba.
Gestiones ante la URSS
El no de Japón estaba en el aire. No consentían -imperdonable para el gobierno y el Consejo Supremo para la Dirección de la Guerra - que el emperador, sujeto de veneración y su familia fuesen alcanzados por la rendición y sus consecuencias: juzgamientos por crímenes de guerra, etc. El primer ministro de Japón, Kantarō Suzuki, con otros líderes japoneses realizaban apuradas gestiones con el gobierno de la URSS (que era neutral por entonces, por el “Pacto de no agresión Soviético-japonés”, del 13 de abril de 1941, (suscrito con Stalin) para intermediar en una rendición ante los EEUU no incondicional. Los soviéticos simulaban estar atendiendo los requerimientos de Susuki pero en concreto se estaban preparando para invadir Manchuria e islas (Kuriles) de Japón. Y entre las bombas de Hiroshima del 6 de agosto y la de Nagasaki tres días después, el día 9 de agosto la URSS declaró la guerra a Japón y lo invadió.
EEUU, por sus servicios de inteligencia, conocía las gestiones de Susuki. No obstante para lograr el “no” a la rendición “incondicional” que era consubstancial con sus intereses, la “prueba de campo”! de las bombas, debía insistir con el texto original del ultimátum.
Tokio y el infierno de marzo
La noche del 9 de marzo de 1945, cinco meses antes de los bombardeos atómicos, los cielos de Tokio se vieron invadidos por 334 fortalezas volantes (los B-29, cuatrimotores, de EEUU) que vaciaron su carga de 1.700 toneladas de bombas incendiarias Napalm. El infierno desde el cielo. En ese contexto y, ademas, con sus flotas diezmadas, Japón estaba vencido de antemano, desarticulado el grupo insular que conformaba el imperio. Sobrevinieron las dos bombas atómicas sobre un país sin chances ya. Churchill en sus memorias y Eisenhower años después se manifestaron en lo innecesario de las bombas.
La “Justificación”
Los asesores militares de Truman aconsejaban el bombardeo. Malo hubiera sido generar unas 200/300 mil bajas americanas en suelo japonés si seguía la guerra, dijeron. Las bajas de las bombas, mayoritariamente civiles, 200 mil. Cobayos japoneses.
Hubo quienes aconsejaban arrojar las bombas en lugares no poblados para mostrar sus efectos y con ello convencerlos de la rendición. ¿Qué efectos? Sería otra vez como lo de Trinity del 16 de julio, pero con bombas más grandes. Se quería, a toda costa, que las pruebas de campo fuesen sobre ciudades. Se eligieron cuatro: Niigata, Hiroshima, Nagasaki y Kokura disponiéndose –como táctica- que esas ciudades se preservaran de los bombardeos con artefactos incendiarios. Se necesitaba –esto es contundente- comprobar efectos concretos de las pruebas de campo atómicas
Naciente puja EEUU-URSS
La guerra fría empezó a trazar sus líneas en ese tiempo muy caliente entre los que serían por muchos años los países que constituyeron la vigencia mundial de dos superpotencias. La declaración de guerra (traicionera) de la URSS a Japón y sus acciones militares a continuación de Hiroshima revela, casi como una partida de nacimiento, el largo enfrentamiento que sucedería entre las dos superpotencias.
Dos hechos concretos
Hubiera bastado –bastaba- que el bombardeo dantesco de Hiroshima y a lo que se sumaba la invasión soviética casi al mismo tiempo, para que Japón se rindiera. Los hechos eran de contundencia innegable. No le dieron tiempo. Ni siquiera para formular la rendición como se requería, cuando Nagasaki sumó su nombre a la tragedia humana.
Algunos -y quien suscribe esta columna también- le dan a la segunda bomba dos razones. La de la prueba de campo ya explicada (por otro fisionable, uranio) y la de mensaje a los comunistas de la URSS, queriéndose llevar a último tiempo algunas hojas de los lauros nobilis del vencedor del Imperio Japonés. Y del botón de cierre de la IIGM.
(*) LA ENERGÍA ATÓMICA AL SERVICIO DE LA GUERRA, Henry de Wolf Smyth- Informe oficial del desarrollo de la bomba atómica realizado con el patrocinio del gobierno de los EEUU durante el periodo 1940-1945 escrito por pedido del general L.R. Grover (Espasa-Calpe 1946).