Valoro los textos de LA GACETA Literaria del 6 de agosto último. El de Desseiny su precisa cita de Tomás Eloy Martínez y el de Soberón, en el 78° aniversario de Hiroshima-Nagasaki. La primera bomba atómica (experimental) fue detonada el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nevada (EEUU). Fue una “prueba de laboratorio” exitosa, minuciosamente descripta en el libro La energía atómica al servicio de la guerra por Henry De Wolf Smyth (Espasa-Calpe,1946), libro que atesoro desde hace cuatro décadas. En el “Apéndice VI” se trascribe la “Publicación del Departamento de Guerra sobre la prueba de Nuevo México el 16 de julio de 1945: “Los efectos bien podían considerarse sin precedentes, magníficos, estupendos y pavorosos. Ningún fenómeno de tan grande poder realizado por el hombre había ocurrido antes… La región entera fue iluminada por una luz candente con la intensidad de muchos soles de mediodía. Era de oro, púrpura, violeta, gris y azul. Iluminó cada cumbre, grieta y cima de la cercana cadena de montañas con una claridad y una belleza que no pueden ser descriptas pero pueden ser vistas con la imaginación. Era aquella belleza con que los grandes poetas sueñan pero describen muy pobre e inadecuadamente”.

El efecto inmediato fue el tronar de la explosión de la bomba experimental en una torre de 13 metros y el viento que volteó a algunos integrantes del personal de proyecto Manhattan que por precaución, como todos, se ubicaron a 10.000 metros de la torre y parapetados tras una barrera de madera y tierra.

Pese a todas las expresiones sobre el éxito de la explosión atómica, nada se podía imaginar sobre su comportamiento eficiente como arma de guerra sobre una ciudad con edificios y pobladores. Era imprescindible realizar una prueba de campo, como en todos los casos en que se quieren validar éxitos de laboratorio.

En la Conferencia de Potsdam el 26 de julio de 1945 se elaboró el ultimátum al gobierno de Japón: “rendición incondicional” o ataque total. Era lógico suponer que, mediando la relación cuasi religiosa respecto del emperador (Hirohito), lo de “incondicional” significaba una afrenta inaceptable. Truman ansiaba el “no” de Japón. El gobierno no respondió. Entonces se abrían las anchas puertas para las pruebas de campo necesarias. Se designaron cuatro ciudades como blanco: Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki, a las que se liberó de los densos bombardeos para que una vez bombardeadas con las bombas atómicas se pudiera mensurar adecuadamente su efecto. Si con la primera bomba ya se conocía el efecto de la prueba de campo sobre Hiroshima sólo había que requerir por segunda vez la rendición a la vista de tanta muerte y destrucción. ¿Por qué, entonces, sólo tres días después la segunda bomba en Nagasaki? Insisto: eran “pruebas de campo”. La primera, explosión a 600 metros de altura, bomba de uranio. La segunda, de plutonio, explosión en tierra. Se completaron las pruebas de campo de las dos únicas clases de bombas atómicas disponibles. Una revelación de la estratagema de Truman que pudo probar en guerra las bombas. Contra un Japón que ya estaba orillando su derrota mientras gestionaba secretamente con la URSS la rendición. “Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible” expresó Dwigth Eisenhower, años después. La rendición, finalmente, fue condicional. Se logró probar la eficacia monstruosa de las bombas. Salvaron al emperador, pese a la amenaza de la rendición incondicional, sólo amenaza para lograr el “no”, pasaporte para las pruebas.

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CARLOS DUGUECH