El calendario anual escolar en Tucumán no es tan extenso y cada día de clases que se pierde, como tantas veces se ha dicho, no se recupera. Es por eso que el conflicto con la docencia, que tuvo su pico máximo con el paro y la masiva movilización del miércoles, resulta difícil de entender. Por varios factores, pero principalmente por la falta de reflejos que exhibió el Gobierno para prevenir este desenlace y por la intransigencia mostrada por un sector sindical.
Miles de maestros y profesores salieron a las calles para reclamar mejores salarios en un contexto de inflación desbocada que afecta a todos los trabajadores. La legitimidad del planteo es indiscutible y los testimonios de quienes se concentraron en la plaza Independencia son irrefutables. El asunto a analizar, entonces, es por qué se llegó a ese punto de conflicto, en el que más de 300.000 chicos y adolescentes de Tucumán se quedaron sin clases.
Con el de este miércoles, en la provincia ya se perdieron 19 días de clases en lo que va del año. En la primera parte del año hubo 10 días sin clases por feriados o asuetos; el resto de las jornadas en que las escuelas permanecieron cerradas obedeció a conflictos gremiales. Hubo 48 horas de paro el martes 2 y miércoles 3 de mayo; en tanto que el martes 13 y el jueves 22 de junio no hubo clases por paro de colectivos y por una protesta de Ctera. Por la crisis en el transporte hubo inactividad parcial el jueves 6 de julio y total el viernes 7 de julio. Ya al regreso de las vacaciones de invierno, los alumnos debieron faltar por reclamos salariales el viernes 28 de julio (secundarios y técnicos), el viernes 4 de agosto y este último miércoles 9 (todos los alumnos de escuelas públicas y de algunos colegios privados).
Es decir, el cronograma educativo se estrecha cada vez más y se aleja de la meta de 180 días de clases. No es casual, entonces, que esta situación de conflictividad se traduzca en los módicos resultados de aprendizaje en los distintos niveles de la educación. Así lo muestran los resultados de las pruebas Aprender de los últimos años. Las secuelas de la parálisis por la pandemia de coronavirus y el cierre de escuelas, además, afecta principalmente a los estudiantes de los establecimientos públicos. En definitiva, la brecha y la desigualdad educativa se profundizan en el país y en Tucumán según la condición socioeconómica de los alumnos.
Se insiste, nadie puede dudar de la razonabilidad del reclamo salarial y del derecho de los docentes de contar con un sueldo acorde a la trascendencia de la tarea que llevan a cabo. La educación de nuestros hijos se precariza y se resiente cuando un mismo maestro debe trasladarse de escuela en escuela para sumar horas y así llegar a fin de mes.
En parte, esto se podría haber evitado si las autoridades hubieran previsto el reinicio de la discusión salarial con tiempo y manejado el conflicto con mayor pericia. Incluso, lejos de calmar los ánimos la advertencia oficial de descuentos y de sanciones a quienes se plegaron a la huelga sirvió como un combustible para el conflicto. Por eso es saludable que finalmente los representantes sindicales y los funcionarios hayan retomado el diálogo institucional. En un contexto social y económico acuciante, nunca es una buena noticia que las escuelas permanezcan cerradas y los chicos se queden en sus casas.