Por José María Posse para LA GACETA
Tras la derrota de Huaqui (ocurrida el 20 de junio de 1811), los realistas ocuparon Cochabamba, Oruro, Santa Cruz de la Sierra, Potosí y Chuquisaca, precipitando la emigración de los patriotas y su mermado ejército hacia Jujuy y Salta. El único obstáculo de los realistas, era la vanguardia conducida por Eustoquio Díaz Vélez, que debió apostarse en Humahuaca, en una situación desesperada.
En marzo de 1812 Manuel Belgrano sustituyó a Juan Martín de Pueyrredón y se dedicó a reorganizar el ejército acantonado por entonces en Campo Santo (hoy en Salta, casi en el límite con Jujuy). Era una fuerza de apenas 900 hombres, muchos enfermos, todos desmoralizados, sin equipo militar ni logística, según la crónica de don Juan Pardo de Zela (que no deja de tener sus curiosidades); agrega que, a raíz del accionar de Belgrano:
“[…] empezó a ser respetado de enemigos y amigos, por la firmeza de carácter que desplegó restableciéndose en todo sentido su moral y economía interior”.
“Siete meses habían corrido sin que nada se aventajase; la fuerza del ejército no se aumentaba, el gobierno de Buenos Aires se manifestaba sin energía, al paso que el general Belgrano desplegaba un tesón digno de una memoria eterna y el que aumentaba en razón del peligro que se aproximaba […]”.
El primer estandarte
“El general Belgrano fue instruido de este movimiento que no podía contener y que le obligó a dar las órdenes de retirada; pero antes de verificarlo reunió, no su ejército, sino sus compañeros, y hablándoles con aquella firmeza que demandaba el peligro, levanta el estandarte argentino (¿?), que por la primera vez saluda esta porción escogida de guerreros, jurando ante él, no abandonarlo sino con la existencia, cubriendo de este modo el velo que cubría el verdadero objeto de las intenciones de los buenos patriotas, para no depender de ningún otro gobierno y leyes, que aquel que ellos mismos se diesen, y dejando de pertenecer a la nación española, bajo cuya sombra continuaba la Junta Gubernativa dirigiendo los pueblos de la unión; al paso que el ejército español los castigaba como insurgentes, a los que podía conseguir tomar muchas veces indefensos, y desde cuya época ya no tuvo otro epíteto el ejército independiente, y su general el de Caudillo”.
“Se emprendió la retirada con un orden admirable, sin dejar a los enemigos más que las ciudades de Jujuy, Salta y la memoria de nuestros solemnes votos que despreció el enemigo”.
Prohibición
El 3 de marzo de 1812 el Triunvirato prohibió al general Belgrano utilizar la bandera de su creación, por razones de política internacional, basadas en la máscara de Fernando VII, ordenando que la ocultara disimuladamente y que la reemplazara por la usada en el fuerte de Buenos Aires, la bandera rojigualda, que se le envió.
Belgrano contestó desde Jujuy el 18 de julio excusándose por no haber conocido previamente la orden de desechar la bandera. Ya el 25 de mayo la había hecho bendecir en Jujuy y jurar ante los soldados del derrotado ejército que recibiera:
“La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las banderas del regimiento n°6 sin necesidad de que aquella se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado, y se ostentarán con lo que se les presente”.
La gran victoria fue la del 24 de septiembre en Tucumán, la que, entre otras consecuencias dio por tierra con el Primer Triunvirato. Ante ello, Belgrano envalentonado la hizo flamear en la Batalla de Salta. Luego será usada durante la malograda expedición de Belgrano al Alto Perú, hasta la Batalla de Ayohuma el 13 de noviembre de 1813.
Enseñas para Tucumán
En “La Ciudad Arribeña”, narra Julio P. Ávila que el 29 de abril de 1814, el flamante gobernador intendente, coronel mayor Bernabé Aráoz, formuló una propuesta al Cabildo de San Miguel de Tucumán, respecto a la forma de celebrar el 25 de mayo ese año.
“Ya se aproxima el 25 de mayo, día en que las provincias del Río de La Plata celebran el aniversario de su regeneración política con el paseo del Estandarte Nacional”, dijo, entre otros conceptos sobre la conmemoración. Añadió que la fecha “puede celebrarse de un modo que los americanos, a los cuatro años de nuestra feliz revolución, después de haberse formado políticos y guerreros de profesión, ponen a la faz de las naciones la dignidad de hombres libres, que han adquirido con el precio de sus virtudes, méritos y sacrificios. Para tan augusta función corresponde a V.S. diputar un individuo, en cuya mano ha de pasear la Bandera Nacional Bicolor, a la tarde del 24 y mañana del 25, quedando enarbolada en ambos días las horas que se designaren, antes y después del paseo, pudiendo si es del agrado de V. S. celebrase el acto en la Casa Consistorial del Cabildo, como más aparente y a propósito; en inteligencia que yo he de proporcionar la Bandera, por cuyo costo no deberá V. S. fatigarse ni por la función de la iglesia, que todo corre a mi cargo, y al de ese Ayuntamiento las medidas que juzgue precisas para la pompa y solemnidad del paseo”.
Posteriormente, el 20 de mayo, Aráoz expondría otra propuesta: “Que la bandera nacional se enarbole el 24 a las doce del día y que en dicho sitio se exponga, a la vista del público, la lámina que la Capital de Buenos Aires destinó en obsequio de este Cabildo. El paraje estará ricamente adornado, eligiéndose para el efecto los arcos de la Casa Consistorial” (así se denominaba también al Cabildo).
Como señala fray Luis Cano: “analizando los documentos, no puedo conjeturar otra cosa, sino que Bernabé Aráoz promete proporcionar una bandera que no le costará nada al Cabildo, pues él, como sindico que era del Convento de San Francisco, podía fácilmente conseguir que le prestasen la bandera del colegio; y que ésa fue la bandera que se usó entonces, pues el cabildo no tenía aún una propia”.
Lo que sí está establecido es que al jurar el Estatuto de 1815, a instancias del gobernador Bernabé Aráoz se había hecho confeccionar la bandera nacional, creación de Manuel Belgrano y que desde entonces comenzó a ondear en el mástil del Cabildo de Tucumán.
Claramente, aquel primer acto por el 25 de Mayo, quedó en la memoria de los tucumanos por generaciones. Se celebró con gran pompa y el famoso cura Pedro Ignacio de Castro Barros se hizo cargo del sermón, el que resultó una pieza literaria y patriótica de tanto mérito, que el Cabildo solicitó los originales para su impresión.
Ávila comenta que esa fue la primera honra de la bandera nacional en el país. Y que no pudo averiguar “hasta ahora, en qué consistía la lámina que Buenos Aires regaló al Cabildo, ni menos qué se hizo de ella. Tampoco pudo encontrar el discurso de Castro Barros”.
La bandera más antigua
El Convento de San Francisco tenía ya por entonces una bandera de grandes dimensiones, que aún se conserva como reliquia, la que fue restaurada tiempo atrás.
En principio, habría sido donada por el propio Aráoz el año anterior, a juzgar por la inscripción en letras doradas que contiene:
“A la escuela de San Francisco. Tucumán 1814 donó. Don Bernabé Aráoz Gobernador”. Sin embargo, el doctor Juan Pablo Bustos Thames, en un pormenorizado estudio realizado recientemente sostiene que en realidad fue entregada en tiempos cercanos a La Batalla de Tucumán, en momentos en que, como vimos, el Triunvirato desautorizaba a Belgrano a crear un pabellón que nos distinguiera ante el mundo, con lo cual, la entidad de la Bandera de San Francisco se agiganta. De esta manera, la bandera donada por Aráoz se convertiría en la insignia argentina más antigua que se atesora.
Lo cierto es que, Tucumán se preparaba para recibir a los Congresales el año siguiente con todos los ornamentos patrios en regla .
El Congreso oficializó la bandera en una propuesta formulada el 20 de julio y el 26 le dio el diseño definitivo con las tres franjas. Recordemos que, según la obra atribuida al artista francés Francois Carbonnier (realizada en Londres al óleo a Belgrano), la primera bandera tenía solo dos franjas.
Posteriormente, el 25 de febrero de 1818, durante el gobierno del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, se le incorpora el sol incaico en la franja blanca central. Manuel Belgrano aceptó este añadido, seguramente a sabiendas de que con ello también se sumaba a los pueblos indígenas, que en su mayoría adoraban al sol como deidad.
Una sola bandera
En tiempos de los gobiernos militares, la bandera con el sol, estaba reservada para uso castrense. En 1985 se dictó una ley nacional bajo el gobierno del presidente Raúl Alfonsín, la 23.208, que unificó el uso del estandarte patrio, y en el mes de agosto quedó la bandera “celeste y blanca con sol” como la única bandera nacional, para uso de todos los argentinos.
Esta ley determina quiénes tienen derecho a usar la bandera oficial de la Nación. Establece en su artículo 1º: “Tienen derecho a usar la Bandera Oficial de la Nación, el Gobierno Federal, los Gobiernos Provinciales y del Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, así como también los particulares, debiéndosele rendir siempre el condigno respeto y honor”.