Abrazo de sonrisa. Alas de ternura. Fogata de canto. Abrigo del alma. Voz que vuela en esa mano que se abre al infinito. Sin estridencia. Regresa sutil. Cálida. A su pecho. El sentimiento moja el ombligo de la emoción. La voz conversa. Toca la piel: “Llenas mi corazón con canto, déjame cantar cada vez más. Tú eres todo lo que anhelo, todo lo que venero y adoro. En otras palabras, por favor, sé sincera, en otras palabras... te amo”, canta, mientras un whisky respira entre dos hielos.
Bill Evans le practica ahora psicoanálisis al piano en “Some other time”, la nostalgia se acuna en la voz. La pasión enciende “My Foolish Heart”: “Hay una línea entre el amor y la fascinación. Eso es difícil de ver, en una noche como esta porque ambos tienen la misma sensación, cuando estás encerrado en la magia de un beso. Sus labios están demasiado cerca de los míos, cuidado con mi tonto corazón. Pero si nuestros labios ansiosos se combinan, entonces deja que el fuego comience”.
Los acordes de jazz enhebran el intimismo en una canción. Un gesto pacifista pulsea con la imbecilidad bélica o la violencia de cualquier parte del mundo. El fervor de Martin Luther King riega sus convicciones: “Yo era muy amigo de Ella Fitzgerald; era mi vecina cuando vivía en Los Ángeles. Y aunque era una persona muy tranquila y humilde, ella me decía: ‘Tony, todos estamos aquí’. Y ese es el mensaje que me gusta transmitir: que compartimos el mismo planeta, así que tenemos que trabajar juntos para acabar con la violencia, el odio y la destrucción. Como seres humanos, tenemos más cosas en común que diferencias. Así que apoyo una filosofía de comunidad y ciudadanía global. Me considero un humanista”.
Dos solitarios
El desamor tropieza en el teclado con “The Two Lonely People”: “Los dos solitarios se sentaron en silencio. Sus ojos miran fríamente hacia adelante. Los solitarios una vez amaron y se preocuparon, pero ahora todo ha terminado y muertos no saben lo que pasó…”
Los caballetes se ejercitan. Los pinceles despabilan la inspiración en el Central Park. El canto eleva la vida: “Me gusta hacer felices a las personas, entretenerlas. Y que al final de mi concierto el público diga: ‘Realmente disfruté la velada’. Entonces me siento muy bien de saber que durante unas horas, se olvidaron de sus preocupaciones y problemas diarios y, simplemente, se divirtieron. También he aprendido a no insultar nunca a la audiencia al presentarles material de calidad inferior. Así que a lo largo de mi carrera, me he esforzado por encontrar las mejores canciones populares para cantárselas y hacer giras con maestros del jazz que hagan que cada concierto sea fresco y natural”.
“You Must Believe in Spring” rastrea la melancolía invernal en el piano: “¡Debes creer en la primavera! Debes creer en el amor y confía en que está en camino como la rosa dormida espera el beso de mayo… Así que en un mundo de nieve, de las cosas que van y vienen… No puedes estar seguro, debes creer en la primavera y el amor”.
Un milagro
Grammys, memorables duetos, galardones... La música popular lo mima: es uno de sus más nobles amantes. 2022. Los 95 años y el Alzheimer lo despiden del canto: “Aprendí que la vida es un regalo, que hay que disfrutarla, porque es un milagro que estemos acá. Entonces, más allá de lo que nos pase, tenemos que ser conscientes de que estamos vivos. Todo en la naturaleza está vivo y nosotros formamos parte de ella. La naturaleza es Dios. Para mí, el cielo es estar vivo”.
Una lágrima de whisky rueda en la madrugada neoyorquina del viernes. “Llévame volando hasta la Luna, déjame jugar entre las estrellas. Déjame ver cómo es la primavera en Júpiter y en Marte. En otras palabras, toma mi mano, en otras palabras... cariño, bésame”, canta la sonrisa del afecto del troesma Tony Bennett.