Cada cinco segundos se erosiona en el planeta una superficie de tierra equivalente a un campo de fútbol. A este ritmo, en 2050 el 90% de los suelos podrían estar degradados. Y quizá ya sea demasiado tarde para actuar. Pero, por suerte, frente a este desolador panorama hay quienes piensan alternativas para el bien de todos. Y no lo hacen del otro lado del globo, sino acá, cerquita. En San Pablo (Lules), en tierras de lo que supo ser uno de los ingenios más innovadores del país, se erige un mucho más innovador laboratorio que investiga microorganismos que habitan el planeta desde hace 3.500 millones de años. ¿Para qué? Para brindar soluciones biológicas y sustentables para el agro. O, en otras palabras, para aumentar el rendimiento de los cultivos no solo en suelos fértiles, sino también en suelos con condiciones desafiantes.
Estamos hablando de Puna Bio (@punabio en Instagram) una startup tucumana forjada por científicos que trabaja con microorganismos arcaicos, llamados extremófilos, por su capacidad de soportar condiciones extremas. Viven en suelos con falta de nutrientes, con sequías y con concentraciones ocho veces más saladas que el mar. ¿Por qué no podrían ayudar a que crezcan otros seres vivos en condiciones menos agrestes?
Esa fue una de las primeras interrogantes que se planteó la doctora en biología María Eugenia Farías, experta en microbiología de ambientes extremos. Fue investigadora principal del Conicet hasta el año pasado y ahora es cofundadora de la startup, en la que se desempeña como gerente de investigación y desarrollo de la empresa. María Eugenia, además, es responsable de uno de los descubrimientos más importantes hechos por la ciencia argentina: los estromatolitos modernos de la Puna, unas asociaciones de bacterias que forman “rocas vivas”. Son microorganismos similares a las primeras formas de vida, y capaces de sobrevivir a estas condiciones hostiles.
Estos estromatolitos están formados por microorganismos extremófilos, con los que ya hicieron en Puna Bio un novedoso desarrollo biotecnológico: “Kunza Soja”, un tratamiento de semillas de soja -hecho a base de estas bacterias- que mejora el rendimiento de los cultivos y que aumenta la tolerancia al estrés en suelos con condiciones complejas. El producto ya se comercializa en el país; y ya está pasando el proceso regulatorio para ser aprobado y comercializado en Brasil y en Estados Unidos.
De una prueba, al mundo
La idea cero -cuenta Farías en una entrevista a LA GACETA- surgió al ver el crecimiento de plantas en los salares de la Puna (donde existen estas formas de vida), y al preguntarse cómo eso era posible. “Allí apareció el concepto del microbioma de extremófilos en la raíz; es decir, las bacterias asociadas a las raíces que ayudan a crecer a estas plantas en esas condiciones extremas. Empezamos a trabajar desde el 2017 en Proimi (Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos, dependiente del Conicet) con quienes luego cofundamos Puna Bio: la doctora (en ciencias biológicas y biotecnóloga) Carolina Belfiore y más adelante Elisa Bertini (doctora y licenciada en biotecnología). Con Carolina hicimos los primeros estudios y aislamientos de los microorganismos, y las primeras prueba de concepto, en vasitos de yogurt. Pusimos suelos salinos con semillas de soja con las bacterias seleccionadas y otros sin las bacterias; probamos muchísimas bacterias y condiciones hasta que conseguimos la bacteria que lograba hacer crecer la soja en ese suelo. Luego lo escalamos a macetas y quisimos probar si esto era transferible al campo. Ahí llegó el primer paso de Puna Bio. Se incorporó Elisa y comenzamos las tres”, relata.
Las investigadoras participaron de un proceso de incubación de la aceleradora y fondo de inversión Grid (@gridexponential), organismo que une buenas ideas en ciencia y a emprendedores en negocios (allí conocieron a su actual CEO, Franco Martinez Levis). Quedaron entre las 10 mejores propuestas y, con un financiamiento inicial, fundaron la startup. “En plena pandemia y con laboratorios cerrados por la covid fuimos capaces de producir nuestro primer formulado de inoculante, ya no para vasitos de yogurt, sino para sembrarlo en soja en 20 lugares de Argentina, abarcando todos los suelos y las condiciones climáticas, y con los mejores ensayistas del país. Las pruebas se hicieron durante tres años, y el inoculante funcionó en todos los ensayos y en todas esas condiciones, superando a los productos comerciales”, comenta Farías.
Con ese éxito, se les ofreció otro proceso de incubación, ya en San Francisco, Estados Unidos, con la aceleradora IndieBio (@indiebiosf), en el “Sillicon Valley de biotecnología mundial”. “Ahí ya éramos siete personas, y tuvimos que dividirnos entre la Argentina y San Francisco. Para ese momento, la Universidad San Pablo T (USPT) nos permitió trabajar en su campus, en el laboratorio de Química, y luego nos permitieron alquilar parte de su Centro Integral de Biotecnología Aplicada (CIBA). Más tarde, conseguimos en comodato el uso de este lugar, que es parte de las ruinas del ingenio San Pablo”, sigue relatando. “Con esa aceleradora logramos levantar la primera ronda de inversión con capitales provenientes de Estados Unidos, de Brasil y de la Argentina. Eso nos permitió construir el Puna Bio Research Center, que se inaugurará el 3 de agosto. Y este es nuestro mayor orgullo: un instituto de investigación, en un edificio de tres pisos, con laboratorio completamente equipado, con invernadero y con un equipo de profesionales brillantes que se fueron sumando a esta empresa. Ya somos, por ahora, 16 en Tucumán y seis en Buenos Aires. En la parte científica somos todos tucumanos; y algunos fueron repatriados de distintas partes del país y del mundo. Esto ocurre gracias al potencial científico y tecnológico que tiene la provincia, donde tenemos cuatro universidades y centros de investigación de gran calidad. Eso es un semillero para que emprendimientos como este puedan llevarse a cabo”, reflexiona.
Impacto global
En 2022 se les dio la aprobación del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) para Kunza Soja. “Por ahora se aplica a la soja, pero está pasando el proceso para su aprobación en maíz, en trigo y en poroto. Y también estamos haciendo pruebas de concepto en caña de azúcar, en arroz y en otros cultivos”, adelanta la especialista. Este producto -líquido y amarillento- es una gran solución para el contexto actual: los productores compran el bioinoculante y embeben las semillas en él; al ser organismos vivos, los extremófilos acompañarán a la semilla en su germinación y luego seguirán reproduciéndose en la planta. “Cada vez va a haber más sequías, más calor y más condiciones extremas; por lo tanto, producir alimentos será cada vez más desafiante. Así, el suelo, que es un recurso renovable, está dejando de serlo. Entonces: o cambiamos el paradigma de consumo y extracción de recursos, buscando formas más sustentables, donde la biotecnología puede ser de gran ayuda, o la historia de la humanidad se acaba en unas cuantas generaciones”, dice tajante Farías. ¿Cómo surge un producto así? “En toda mi carrera he prospectado (conocido y explorado) la naturaleza, y la naturaleza tiene un montón de soluciones; es sabia. La vida tiene una historia de 3,5 millones de años de evolución; entonces, lo que nosotros hacemos es preguntarle, comprenderla y aplicarla en soluciones para la supervivencia del planeta y de sus habitantes en este contexto global, con cada vez más población y menos recursos”, alerta. Esto -advierte- es solo una parte: “Faltan muchas otras soluciones, porque a la sustentabilidad hay que acompañarla con cambios estructurales, en la forma que consumimos los recursos y en la que nos relacionamos con el medio ambiente”.
Ahora bien, ¿cómo impactará el uso de este bioinoculante en el futuro? La experta lo grafica: “el modelo que se venía aplicando era el de deforestar en forma intensiva, lo que lleva a la degradación del suelo. Nosotros buscamos algo sustentable, para disminuir esa deforestación y para mantener sanos los suelos agrícolas, mediante el uso de alternativas biológicas (bioinsumos) a los productos químicos. Y eso no es todo: si logramos aumentar la biomasa (la cantidad de materia viva) capturamos más carbono; si baja el uso de fertilizantes, se disminuye la huella de carbono y la contaminación, ya que los fertilizantes tradicionales quedan en el suelo y luego contaminan el agua”.
Esfuerzo conjunto
Para estos logros hacen falta buenas ideas, pero también apoyo externo suficiente
María Eugenia Farías aclara que una idea innovadora y los conocimientos aprendidos no son suficientes para lograr el tipo de sucesos alcanzado. “A los recursos humanos que se forman en nuestros centros de estudios hay que sumarle el capital emprendedor, generalmente privado y los procesos regulatorios, a cargo del Estado. Por ejemplo: por un lado, la biodiversidad de esta biotecnología proviene de la Puna de la provincia de Catamarca, y a través del tratado de Nagoya se nos sub-licencia el acceso a esta biodiversidad; y por el otro, partes de este proceso fueron llevadas a cabo por investigadoras del Conicet (dos de las tres cofundadoras eran miembros). Por eso, tanto Conicet como Catamarca participan de parte de las regalías que produce esta tecnología”, explica y resalta: “así, por un lado, la ciencia sale de los centros de investigaciones y se transforma en empresas que traen soluciones a la sociedad, que contratan jóvenes brillantes que ya no tienen que irse ni de la provincia ni del país; esas empresas pagan impuestos, generan trabajo y pronto exportarán al mundo. Por otro lado, con este ejemplo mostramos que conservar la biodiversidad -en este caso la de los salares- y ponerla en valor, no solo ayuda a proteger el medio ambiente, sino también produce beneficios económicos; todos ganan. De este modo llegamos a crear esta historia. Somos los primeros en el mundo en aplicar bacterias extremófilas a bioinoculantes para el agro”, resume. “Y yo me imagino esto -señala el campus de la universidad USPT- en el futuro lleno de startups. Eso podría cambiar la historia de Tucumán. Y ya está pasando, porque ya hay un montón de ejemplos de emprendedores en procesos similares. Y ya tiene un nombre: le llamamos el ‘tucumanazo biotecnológico’”, dice, y adelanta que en Puna Bio ya están trabajando en varias líneas de investigación para crear nuevos desarrollos, aplicables a la captura de carbono, a la producción sustentable de alimentos, entre otras vías de investigación. Pero esa es una historia que recién empieza...