En el escenario despliega la energía de una persona joven, pero al mismo tiempo pone en juego la sensible madurez de un hombre de su edad. El unipersonal “Un judío común y corriente”, que Gerardo Romano presentará hoy y mañana a las 21 en el Teatro Alberdi (Jujuy y Crisóstomo Álvarez), fue escrito por Charles Lewinsky y es dirigido por Manuel González Gil. Refleja el conflicto que debe resolver un judío alemán que vive en Alemania cuando recibe la invitación de un profesor de Historia de una escuela secundaria, cuyos alumnos acaban de estudiar el Holocausto y el nazismo y quieren conocer en persona a un judío. Entonces el protagonista va argumentando por qué considera que no debe aceptar la invitación y presenta su visión sobre la problemática contemporánea de los judíos fuera de Israel.
Una obra emotiva
Con una trayectoria teatral que incluye otros unipersonales exitosos, como “Sexo, droga y rockanroll”, “A corazón abierto”, “Padre nuestro”, Romano explicó, en diálogo con LA GACETA, que esta obra tiene componentes emocionales mucho más comprometidos que aquellas. “Es más fácil, en un unipersonal, hacer humor y romper la cuarta pared, estableciendo un vínculo interactivo con el público. Aunque siempre es más fácil actuar en un grupo, donde se reparte la intensidad de todas las miradas que convergen sobre uno”, señaló.
- Se cree que el público masivo prefiere las comedias, pero esta obra ya lleva nueve temporadas en cartel.
- También hay un público reflexivo, que tiene naturalmente compromiso fundacional con ciertos aspectos de la vida y eso no se va más, permanece indeleble en uno. Yo, por lo menos, cumplí 77 años y no me he movido un centímetro de lo que pensaba desde que lo pienso. Y eso que soy una persona totalmente abierta. He entendido la actuación de una manera, el arte, ser abogado, ser argentino, ser ciudadano, ser padre... todo lo he redescubierto en estos tiempos en que la circularidad de la vida me va llevando a lo que decía Cacho Castaña: “Se ve el carretel”. Se nos va gastando el hilo de la vida y de repente, por primera vez, vemos el carretel. Cuando te comas el pedazo de hilo que falta, va a quedar el carretel, que es un lugar de no-vida.
- ¿Hay aspectos humanos del personaje con los que se puede identificar el público?
- Si uno es hijo de padres han estado en un campo de concentración donde se hacían 1.500 cremacioes por día de hombres, mujeres, niños y ancianos, hay cosas que se resignifican. Toman su verdadero valor. El mensaje tiene que ver con cómo yo jugué las metáforas, los subtextos, donde el nazismo de la década de 1940 resurge en el neoliberalismo de los 90 hasta la fecha. No sabemos cómo la democracia va a generar un dique de contención que la preserve a sí misma de las iniquidades del dinero. Porque el dinero no tiene dios. No tiene reglas. Se cree que es válido hacer lo que sea para conseguirlo. Porque la base del capitalismo es la codicia.
- ¿Esta obra situada en Alemania habla de cuestiones universales que también nos toca a los argentinos?
- Sí. Uno se pregunta cómo la puesta puede mantener una vigencia de nueve años. Y si tengo vida, voy a seguir. Me va a matar el judío a mí. Yo me voy a morir antes que el judío. Esta obra tiene vida porque yo me ocupé de leer profundamente los aspectos fundamentales del texto. El nazismo hoy es el neoliberalismo. El nazismo entró como partido democrático y ganó elecciones, como hoy el neoliberalismo, que de la mano del PRO en la Argentina, por primera y única vez aparece con ropajes democráticos participando como partido político y comete todos los actos que chocan contra la institucionalidad democrática: nombrar jueces de la Corte por decreto, cagar a palos a los obreros, no cumplir con el mandato popular en cosas expresamente prometidas. Desde el Fútbol para Todos hasta pagar Ganancias. La democracia no significa solamente ganar una elección sino que tiene que ver con poder establecer un gobierno que represente la soberanía popular, de tal manera que establezca relaciones fraternas. No codiciosas, donde uno se salva a expensas del sufrimiento de los demás, sino solidarias.
- Tu presencia en series como “El marginal” o “El jardín de bronce” hablan de tu vigencia también en la pantalla ¿Tenés otros proyectos en vista?
- No. Hay alguien que tiene interés en que haga una película. Y tengo una fantasía con hacer otra obra de teatro que no implicaría jamás dejar “Un judío común y corriente”. La ventaja del unipersonal es que para hacer la función, al lugar y la hora los pongo yo. Como, por ejemplo, decidir traerla a Tucumán. Para mí, esta provincia, en primer lugar es la universidad, con la que tengo un agradecimiento eterno porque de ahí, en 1917, mi padre salió egresado como bioquímico y como farmacéutico. No quiero pensar lo que sería Tucumán en esa época. Para mí es el enciclopedismo universitario y el seleccionado Naranja (de rugby).
-¿Por qué vino tu padre a estudiar en Tucumán?
- No lo sé. Nunca lo hablé con él, pero creo que tenía una relación disfuncional con su padre, mi abuelo. Él era del barrio de Belgrano, de una familia riquísima. Su padre era un “self made man”, un hombre que se enriqueció a sí mismo. Y por esta relación disfuncional que tenía con él, hizo su vida independiente, se fue a estudiar a otra ciudad. Te tenés que ir en 1910 de Buenos Aires a Tucumán siendo tu padre archimillonario, mientras sus hermanos voraces estaban ansiosos de que haya una hijuela menos. Es tremenda la codicia. Por ejemplo, tengo una prima que cumplió cien años. No puede estar sola. Pero tiene un departamento de 170.000 dólares y se lo puso a nombre de un pariente. Poco después se torció un pie, la internaron, y en 15 minutos ya estaba en un geriátrico. No tener la grandeza de pagarle del bolsillo propio los gastos que necesite, pudiendo hacerlo, ya que tiene su propia casa. Salvo que pienses que uno está mucho más feliz y armónico en un lugar ajeno, sin carga afectiva para uno, y con gente desconocida.