He leído el editorial LA GACETA (25/06), “Debate necesario para mejorar la calidad institucional”. Aprovecho este espacio para opinar. El sufragio es una expresión política individual de los ciudadanos. Su existencia tiene por objeto la participación ciudadana, en la designación de los representantes del pueblo. Tiene un valor incalculable, como instrumento para obtener un cambio político y social en la provincia o en el país donde se vote. Teniendo el acto de votar, tamaña importancia, es fundamental protegerlo y preservarlo de lo que se conoce como corrupción electoral. Se entiende por corrupción electoral, todo acto o procedimiento que atente contra el legítimo ejercicio del derecho del sufragio. El voto descansa sobre dos pilares básicos: la libertad del ciudadano y veracidad del escrutinio. La libertad se ve afectada cuando ocurren hechos como: acarreo de votantes, entrega de bolsones, clientelismo político, etc. La libertad e igualdad del votante, es tan importante, que está contemplada en el Artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos , en el Artículo 37 de nuestra Carta Magna y en el 43 de la Constitución de Tucumán. Analizando y reflexionando sobre las elecciones, que se practican en nuestra provincia, es evidente que muchos tucumanos no se expresan en las urnas de modo libre. No se entiende como las autoridades del estado, a cargo de la implementación y control de los comicios, pueden expresar alegremente que los mismos son correctos y normales, cuando la libertad del ciudadano es afectada e impactada de forma tan notoria, tal como se pudo observar a través de los medios, tanto nacionales como provinciales, que cubrieron los eventos. Tampoco es meritorio y digno ganar elecciones en un contexto y ambiente nocivo, para un régimen democrático (democracia, que tanto ganadores como perdedores declaman respetar y defender). Sobre el rol que cumplen los partidos políticos opositores, como ciudadano me pregunto si al participar, no están convalidando y legitimando todo el proceso que nos rige y que hace tanto daño. Cuando no existía el voto secreto, el radicalismo con Yrigoyen a la cabeza, eligió la abstención, no participar en elecciones porque no estaban dadas las condiciones para que los ciudadanos votaran con libertad. ¿Qué se logró? La ley Sáenz Peña, del voto secreto. Alcanzaron el objetivo por que pusieron el bien común por encima de las ambiciones personales, acompañado de constancia, coraje y honradez. Hoy no tenemos Yrigoyenes ni partidos políticos corajudos, pero es hora de hacer correcciones, de cambiar, de acordar y de dialogar en base a los valores y principios democráticos republicanos.
Juan Francisco Segura