Hace 207 años, un puñado de patriotas, en representación de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en la casa de Francisca Bazán de Laguna, en San Miguel de Tucumán, decidieron “romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Era el 9 de julio de 1816. No fue fácil luego de esa gesta histórica construir el naciente país. Varios años de guerra civil se sucederían hasta llegar a la Constitución de 1853, cuyo mentor fue el tucumano Juan Bautista Alberdi, que sentó las bases jurídicas de la Argentina.
A manera de homenaje a esta fecha que memora la heroica decisión de nuestros patriotas, desde 1991, por decreto del entonces presidente Carlos Menem, San Miguel de Tucumán es la capital de la República el 9 de julio durante 24 horas. Ese año, el primer mandatario recibió en nuestra provincia a sus pares de Uruguay, Luis Lacalle; de Bolivia, Jaime Paz Zamora, y de Paraguay, Andrés Rodríguez.
No se trata, por cierto, de fecha más el calendario de aniversarios patrios. Debería ser motivo de reflexión de la clase dirigente y de la misma ciudadanía acerca del país que deseamos y cómo podemos concretarlo. En ocasión del bicentenario de la Independencia, LA GACETA publicó la revista “Pasado mañana”, en la que intelectuales, profesionales, artistas, expresaban su parecer sobre el futuro que querían para esta provincia. Los chicos tucumanos, de entre 10 y 16 años, opinaron acerca de cómo veían el próximo tricentenario: “en el 2099, ya nadie tendrá plata ni casa y acabarán viviendo todos bajo tierra”; “todas las noches habrá guerras entre policías y delincuentes, mientras la gente se mantendrá encerrada en sus casas viendo cómo se desmorona la sociedad”; “espero que cada político vea por el bien del pueblo, no de ellos mismos, que se ocupen de llenar estómagos, no sus bolsillos”. Algunos adultos aspiraron que tuviéramos gobernantes honrados, que ningún tucumano pasara hambre; que si de una vez por todas, los políticos cumplen las promesas de lo que van a hacer, progresaríamos todos. Otros desearon paz, mejor calidad de vida, vivir en armonía y prosperidad.
La celebración del 9 de Julio, con la presencia del presidente de los argentinos fue perdiendo brillo, como consecuencia de algunas ausencias del representante de la primera magistratura a lo largo de 31 años. Desde hace varios lustros, la conmemoración de la fiesta para todos, se convirtió en un acto político del gobierno de turno. Por cuestiones de seguridad y para evitar que parte de la ciudadanía pudiera hostigar eventualmente con críticas a los visitantes, se circunscribió la celebración al hipódromo. De ese modo, la fiesta adquirió un color partidario.
En esta oportunidad, el presidente de la Nación pegará el faltazo para asistir a la inauguración del gasoducto “Néstor Kirchner” en la ciudad bonaerense de Salliqueló, ubicada a más de 500 kilómetros al suroeste de la ciudad de Buenos Aires, según confirmó la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti. Más allá de la trascendencia de esta obra, el otro motivo de la ausencia de Alberto Fernández en Tucumán tiene que ver con la campaña proselitista porque hoy se concretaría la llamada “foto de unidad” de Unión por la Patria, del jefe de Estado, con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ministro de Economía y precandidato presidencial, Sergio Massa. De manera que vendrá a Tucumán el ministro de Cultura, Tristán Bauer. A esta austeridad de autoridades nacionales, a nivel local, tras unas elecciones provinciales en las que se gastaron millones de pesos, no alcanzarán los dineros públicos para realizar el tradicional festival musical en la plaza Independencia.
Pese a los trillados discursos sobre el diálogo, de consenso, de compromiso, de unión tras un objetivo común, de preservar las instituciones, la realidad muestra una vez más que la magna celebración sigue siendo funcional a las necesidades del poder político de turno, que a estimular un patriotismo cada vez más alicaído entre los argentinos.