El gobierno está demorado con pagos que debía realizar al Fondo Monetario Internacional y espera que gracias a las actuales negociaciones con el organismo éste le envíe dinero para abonarle al mismo Fondo antes de fin de mes y no caer en default. Situación esta última que podría alegrar a extremos de la izquierda y la derecha.
La izquierda tiene el mantra de “no a la deuda”. Ahora bien, ¿cuál deuda? Una posibilidad es toda deuda. Con esa interpretación entonces debería estar claro que está a favor de al menos el equilibrio fiscal. Porque la deuda aparece cuando hay déficit, cuando la previsión o la realidad de los gastos es mayor que los ingresos previstos o realizados. Así, para que no haya deuda no debe haber déficit. Justamente un planteo de la derecha ortodoxa.
Se podría replicar que nunca habrá déficit porque se emitirá dinero, pero eso tiene problemas de método y de consecuencias. El método es que la emisión para cubrir gasto público es deuda con el Banco Central. La deuda sigue, sólo cambia el acreedor. Y la consecuencia es la inflación. Como es bien sabido en el mundo. No serviría, por otra parte, emitir sin Banco Central, como mera impresión de papeles o acreditaciones en cuentas por disposiciones de la Tesorería. Los resultados serían peores. Algo como lo que recogió Milton Friedman en uno de sus libros al recordar que tras el golpe bolchevique de 1917 el dinero soviético se emitió sin medida y sufrió tal devaluación que el pueblo volvió a usar los billetes del zar de Rusia. ¿Por qué usarían dinero emitido por un gobierno que no sólo ya no estaba sino que seguramente nunca retornaría? Justamente por eso. Como el zar no volvería a gobernar tampoco volvería a emitir.
También podría aducirse que en caso de falta de ingresos se aumentarán los impuestos, pero eso tiene un límite, el del funcionamiento de los negocios. En algún momento las quiebras por presión fiscal harán caer la recaudación. Todo eso suponiendo que siga existiendo la propiedad privada. Porque si no es así queda el camino no ya del equilibrio sino del superávit fiscal para que haya ahorro al menos como precaución ante una emergencia ya que no se puede pedir prestado. Pero si el desequilibrio es estructural el ahorro se acaba. Y entonces sólo queda el ajuste. Lo que vale también para la inversión. El crédito es uso de ahorro ajeno. ¿Cómo invertir sin crédito? Con ahorro propio. Un “ahorro social”, para no decirle ajuste al sacrificio del consumo.
Si el repudio fuera sólo contra la deuda con el Fondo o los cercanos a los Estados Unidos supondría que se puede pedir a otros, pero de todos modos habría que tener una conducta tal que permita devolver el préstamo sin acusar al acreedor de explotador que sólo exige ajustes. O sea, responsabilidad fiscal y buen uso del dinero. Como pide la derecha.
A muchos de “la derecha” lo anterior no los incomodaría. Por ejemplo, Friedman entre otros criticaba la existencia del FMI. No por considerarlo una herramienta de explotación imperial sino por ser una burocracia gigantesca que quita recursos de los contribuyentes para acciones inútiles. Por su parte, pensadores de la escuela austríaca de economía rechazan en general la toma estatal de deuda. El argumento es que los intereses recaerán sobre las generaciones futuras, que no participaron de la decisión. Esto es, se está decidiendo por otros qué sacrificios deberán hacer.
Hay algunos problemas con esa posición. Uno es que siempre se afecta el futuro. Actuar o no actuar inevitablemente impacta en las condiciones que “el futuro” vivirá. Por eso lo mejor que puede hacerse es especular sobre las condiciones con las que uno querría contar e intentar brindárselas a quienes siguen. Eso en parte apuesta a que los valores y necesidades actuales se sostendrán en el futuro y en parte se debe, segundo problema, a que miembros de la generación presente también estarán vivos en el futuro. Todo depende de cuántos años adelante se mire. Con lo que aparece un tercer punto: ¿en qué se gasta el crédito? Si en infraestructura, como una red ferroviaria, un dique, un gasoducto, tal vez beneficie a personas del presente pero seguro lo hará con personas del futuro. Entonces, ¿por qué no habrían de pagar ellos?
La eficiencia requiere que quienes disfruten los beneficios paguen los costos de la conducta que los genera. Además, si la inversión comienza a beneficiar a quienes tomaron el crédito y el pago de cuotas inicia dentro de la vida de quienes lo votaron ellos también se harían cargo de parte de los costos de sus propias decisiones. No es presente versus futuro estrictamente; las generaciones se solapan. Porque no hay tal cosa como generaciones diferenciadas. Hay personas naciendo y muriendo continuamente (diferentes personas, por supuesto, quienes en algún momento terminan de nacer o de morir, sin repetir) y no todos juntos en años determinados. Asimismo, es imposible consultar a los todavía no nacidos. No queda más remedio que decidir.
Entonces, no se trata de pedir o no pedir prestado. Tener crédito es útil, para las emergencias o para la mejora de las condiciones futuras. Tal vez repudiar deudas satisfaga a algunos en los extremos del espectro político. A unos, porque creen que hay “liberación”. A otros (no necesariamente todos los austríacos) porque la pérdida de reputación impedirá al gobierno volver a endeudarse porque nadie le prestará. Pero eso es no pensar en el futuro.
Y si lo importante es cómo se gasta la deuda conviene recordar conceptos señalados en otra ocasión y expuestos en la Constitución Nacional: deuda pública sólo para emergencias o inversión y resultado fiscal prudente para no emitir en exceso. De lo contrario, se debería repetir la oración que personajes de una película hacían de manera humorística: “Señor, danos lo que pedimos o danos lo que necesitamos, pero por favor nunca nos des lo que merecemos”.