En Suiza no hay chocolates, ni azúcar en Tucumán

En Suiza no hay chocolates, ni azúcar en Tucumán

En Suiza no hay chocolates, ni azúcar en Tucumán
03 Julio 2023

Carlos Duguech

Analista internacional

Desde que tengo memoria los argentinos hemos orientado nuestra mirada preferente a “la Europa”. Casi que le dábamos la espalda a la mayoría de lo latinoamericano. Nuestras preferencias estaban demasiado ligadas al continente europeo desde donde arribó la mayor parte de los inmigrantes que cofundaron el país pluriétnico que se conformó desde entonces. Evidente consecuencia de la Ley 817 -sancionada en 1876- cuando gobernaba el tucumano Nicolás Avellaneda, el presidente más joven de la historia en nuestro país.

Nada tiene que ver el tema suizo con el tucumano. Y menos sus famosos chocolates con nuestra producción azucarera tradicional como para ser analizado en una columna de política internacional, dirán muchos. Y con razón. Es que -procuro justificarlo- los sistemas de instantaneidad del conocimiento de los sucesos en uno y otro lado del planeta podría ser el hilo de Ariadna que nos lleve a esta conclusión: no siendo europeos en variadas ocasiones pretendimos copiarlos. Para algunos militares y civiles argentinos, particularmente ligados al gobierno nacional, durante el muy sangriento desarrollo de la IIGM en Europa, se manifestaban simpatías y hasta complacencia con los regímenes de Hitler y Mussolini. La neutralidad argentina estaba, en gran parte, ligada a esta situación. Aquella agrupación militar interna identificada como GOU (Grupo de Oficiales Unidos) daba cuenta de esa particularidad.

Que falte azúcar en las góndolas de supermercados en Tucumán sólo será comprensible si, a la vez, faltara chocolate en Suiza. Concluiríamos que sería una maniobra de Monsieur Marché cuya presencia advertimos en casi todos lados. Ocupado, haciendo todo lo necesario para que le vaya muy bien.

¡Vuelva, Mr. Luther King!

El 4 de abril de 1968 una bala antirracista abatió en Memphis, Tennesee, EEUU, al gran impulsor de los derechos civiles de los de su raza. Martin Luther King, con su muerte más que con su vida, abría un cauce nuevo en la estructura social de los Estados Unidos. Se tenía presente que era un insobornable gestor de la acción no violenta para conseguir propósitos como los que él y sus seguidores proponían. Tanto marcó su asesinato que conmovió hasta los cimientos del poder. Y, fuertemente, porque las acciones de King y sus muchos seguidores era de una relevancia tal que el “poder blanco” debía recurrir con éxito relativo a fundamentos que no se sostenían en su tiempo como para que se justificara la profunda segregación que manchó buena parte del mapa estadounidense. Y sigue manchándolo.

Para decirlo con expresiones concretas y claras cabe citar que el Gobierno Federal de los EEUU, en una acción casi inusitada, decretó el tercer martes de enero como “Día de Martin Luther King”. Es un feriado nacional que se viene cumpliendo desde 1983. Tiene el sentido de celebrar la fecha del nacimiento de quien, además, dejara una frase conmovedora y digna de ser tenida en cuenta: “Tengo un sueño”, repetidas veces en un célebre discurso pronunciado desde la zona del monumento de Abraham Lincoln. Fue en un alto de la “Marcha sobre Washington”, en 1963, que congregó a casi 250.000 seguidores.

Medirá las consecuencias de semejantes “sueños” compartidos masivamente. Se sucedieron leyes trascendentes como la que consagró el derecho al voto y los derechos civiles sin restricciones por razones racistas. Hoy, a la luz y a las sombras de lo sucedido en los años previos al asesinato de Martin Luther King resulta casi escandaloso que en un país, primera potencia mundial, haya habido personas que por ser de raza negra deberán ir a escuelas y sitios segregados, como en el transporte. Y peor aún, que los ciudadanos negros (“casi ciudadanos”) no podían votar.

La Corte de Justicia

“Sin pelos en la lengua” el periodismo de EEUU se refiere al fallo del jueves último y como si consintieran “constitucional y ajustado a derecho”, identifican a cada miembro por sus ideas o pertenencia a una ideología sociopolítica. Como la cosa más natural citan a los “jueces conservadores” y a los “jueces progresistas”. Y claro, desde antes de cualquier sentencia en asuntos de relevancia social y política se sabe cómo será el producto: un fallo adverso para unos y beneficioso para otros. ¿Es eso “Justicia”? No. En rigor no lo es.

El jueves último tronó en los espacios de opinión de los EEUU y en los del propio gobierno un fallo de la Corte Suprema que incursionó en un terreno de arenas movedizas. Le puso un candado a lo que se llama “discriminación positiva” en el sistema de admisión de alumnos para cursar en las universidades de Harvard y la de Carolina del Norte. Constituye una rémora que afecta los sistemas de admisión en esas universidades, sistema que estaba diseñado para incrementar ordenadamente la participación de estudiantes negros, hispanos y de otros grupos de menor incidencia en el sector de admisiones. El fallo corona un juicio incoado por un grupo denominado “Estudiantes por unas admisiones justas”. Algunos tribunales inferiores habían rechazado la pretensión de desbaratar el sistema que permitía a esas universidades de prestigio que procuraban generar una población estudiantil lo más diversa posible. En razón de esos rechazos el grupo actor en las demandas recurrió al máximo tribunal de los EEUU. El presidente Joe Biden inmediatamente de conocerse el fallo defendió la diversidad e igualdad en las universidades.

“Progresistas” y “Conservadores”

A la hora de dar a conocer el fallo de la Corte la identificación de cada uno de los magistrados integrantes por su pertenencia a uno u otro sector (conservadurismo o progresismo) estaba a la vista. Nada se ocultó al punto que bien podía decirse -como se dijo- que el fallo del tribunal cimero fue de 6 contra 3 para la Universidad de Carolina del Norte y de 6-2 para la de Harvard (aquí una de las juezas no participó).

En palabras suscritas por el presidente de la Corte Suprema, John Roberts, por la mayoría se lee; “Los programas de admisión de Harvard y UNC no pueden conciliarse con las garantías de la Cláusula de Igual Protección”.Por extensión, se refería a la propia Constitución de EEUU que prescribe la igualdad de protección ante la ley.

Quien quiera (“chicana” mediante, se diría en los ámbitos tribunalicios de nuestros pagos) analizar desde el punto de vista constitucional se verá enfrentado a dos sectores que, aparentemente, pretenden lo mismo: que se cumpla la Constitución. En el complejo sistema normativo vigente en los EEUU y luego de las incorporaciones que fueron el resultado de la gesta de Luther King sobre derechos políticos y sociales, el fallo de la Corte revela una reafirmación de lo que nunca dejó de saberse: en los Estados Unidos hay racismo. Sigue habiéndolo. Si hubiera que aportar una prueba a la vista e indubitable sólo será menester citar a Donald Trump. En los últimos tiempos se esmera, se esfuerza por aparecer en planos de expectativas y políticamente valiosos (al menos en apariencia) para afianzar su lanzamiento como candidato presidencial por los republicanos para el próximo año.

¿Y qué dijo Trump del fallo? Se mostró exultante al igual que un buen número de dirigentes republicanos. Claro, la Corte conformada por seis miembros ultraderechistas (mayoría automática que consolidó Trump designando a tres de ellos)- y tres progresistas. Una Corte que no prestó atención a los planteos en la etapa de los alegatos de las universidades (Harvard y Carolina del Norte) inwclinando la balanza en favor de la Studens for Fair Admission (Esrudiantes por una Justa Admisión) en el fallo. Sin caer en tremendismo interpretativo se puede asegurar que existen en el sistema de los EEUU cinco poderes, que interactúan a su vez: el ocupante de la Casa Blanca, el Senado, la Cámara de Representantes, la Corte Suprema de Justicia y los poderosos lobbies Claro que la Corte, de miembros permanentes se diseña desde la Casa Blanca. Por ello. pese a que Trump ya no ocupa el salón oval, la Corte tiene el armado ultraconservador del ex presidente. Desmanteló leyes sobre el aborto; eliminó restricciones para portar armas en la vía pública; impidió a la Casa Blanca ejercer facultades regulatorias por el cambio climático; la condonación de deudas estudiantiles, etc. Una Corte que contribuye, a su modo, a la campaña política con vistas al 2024 de uno de sus armadores: Trump.

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