El fútbol como vidriera de tiempos vertiginosos

El fútbol como vidriera de tiempos vertiginosos

De alguna u otra manera, los cambios no son malos. Pero sí lo está siendo el tiempo tan corto en el que se dan. En el fútbol, de tan vertiginosos y abruptos como se están produciendo, ya casi no se tiene comprensión exacta de todo lo que está pasando, y qué mensaje conlleva la situación. Queda flotando en el ambiente el hecho de que cada variante no se absorbe más que de manera superficial. Es de alguna manera como caer en un estado de vacío para el común de la gente.

Nos ubicamos en el fútbol argentino. Se ha cambiado tanto, y de manera tan frecuente en poco tiempo, que tratar de entender, por ejemplo, la forma de disputa de los torneos es una complicación. Ni qué hablar de temas como cantidad de equipos en Primera, sistemas de descensos (que se modifican incluso mientras un torneo está en disputa, como acaba de pasar en la Liga Profesional), clasificaciones a copas internacionales, definiciones y posterior disputa de copas, supercopas y otras competencias por el estilo. Párrafo aparte para el sistema de video referato, cuya interpretación y alcance cambia de forma permanente, desorientando a los hinchas. Ese vértigo de cambios trae consecuencias. Sólo por mencionar dos de ellas, citamos cuestiones tales como planteles que no se consolidan y entrenadores que no duran en los equipos (en 21 fechas de la Liga Profesional, se fueron 17 entrenadores, incluyendo a Lucas Pusineri de Atlético). En definitiva, esto repercute en los espectáculos, que en general carecen de calidad. Los tiempos que se viven en el deporte más popular están bajo un análisis permanente. El tema de la inmediatez y las repercusiones que recaen sobre sus seguidores requieren de eso, pero también de soluciones. Aunque estas no se ven tan posibles, dado el actual contexto.

Entre tanta vertiginosa, abrupta y permanente reforma, crece además el consumismo desenfrenado del fútbol. Lo viven las entidades que lo rigen, los clubes, los cuerpos técnicos, los jugadores, también los espectadores. Se ha ido creando con el tiempo una identidad frágil, cambiante e inestable, que cubre necesidades de manera parcial. Salir campeón o salvarse del descenso es superado generalmente por un negocio del que nadie quiere quedar afuera.

Un sociólogo, Zygmunt Bauman, formuló una definición de lo que llamó “la sociedad moderna líquida”. Expuso que las condiciones de actuación de los seres humanos cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en hábitos y rutinas determinadas.

Y si esta situación incide fuertemente en quienes están dentro del fútbol, o en quienes lo siguen, lógico es suponer que no es más que una extensión de aspectos de gran peso para una sociedad. El “cambia, todo cambia” de siempre, en su momento más lento y previsible en un marco social distinto, se mantiene, sólo que de un tiempo hasta el presente de una forma más veloz, pero no por ello mejor. En todo caso, lo que estamos viendo en el fútbol es una vitrina de proporciones para tratar de visualizar qué hacer con aspectos mucho más sensibles y fundamentales para todos. El desafío queda planteado.

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