La política es ultradinámica y en la Argentina cambia en horas. Siempre de la mano de Cristina Kirchner, el kirchnerismo pegó tres vueltas en el aire, confundió a casi todos, soportó la presión de gobernadores y empresarios y al fin de la precuela de su quinta temporada terminó con una sola fórmula presidencial, la que nadie imaginaba porque no hay un propio en su conformación (ni una mujer tampoco) y porque allí hasta metió baza el Presidente: Sergio Massa-Agustín Rossi. Fue casi como un entramado pensado para lograr un gran golpe de efecto y sumarle suspenso al corte, casi como una serie guionada del estilo de las que tanto le gustan a la vicepresidenta.
Es verdad que el proyecto Wado De Pedro-Juan Luis Manzur nunca había recibido la bendición explícita de la Jefa y que el gobernador de Tucumán jamás se dio por enterado, tal como si él supiera que era una pieza más dentro de ese entramado. También es cierto que Daniel Scioli decía que no se iba a correr y que terminó representando el papel de pelele, pero lo que hoy parece es que todo aquello fue un globo de ensayo para medir el pulso del peronismo y para engañar a propios y extraños. Más allá del sosegate político que claramente recibió Máximo Kirchner de parte de su madre, el pobre De Pedro resultó ser el gran perdedor de toda esta historia, más por haberse mostrado en su candidez que por no conocer las reglas de juego. Lo cierto es que toda la artimaña funcionó para darle centralidad al oficialismo, montado sobre la palabra “unidad”.
Lo más concreto sobre este controvertido término es que conlleva una gran carga de totalitarismo. Aún si los propios protagonistas lo invocan sin pensarlo, es fácil decirlo sin querer que todo sea monocolor. La pretendida unidad, la misma que pregonaron en sus tiempos Juan Domingo Perón y Jorge Rafael Videla, es el mal de muchos dirigentes de la Argentina de todas las vertientes ideológicas, un país donde las personas valen más que las ideas, donde los caudillos llegan desde el fondo de la historia siempre para imponer y donde los votantes se comportan más como súbditos leales al pasado que como ciudadanos hacedores del futuro.
Probablemente, ésa sea la argamasa que se utiliza para inventar jugadas políticas como ésta, que sólo tienen como propósito confundir la mente de quienes deberán votar a sus dirigentes más encumbrados. Todo lícito, desde ya, pero desdoroso para los seres pensantes. Con las redes sociales como telón de fondo, la palabra unidad se ha rutinizado de tal forma por estas horas que es fácil usarla en política como sinónimo de convergencia. Por la propia dinámica de sus efectos, unidad y política son antitéticas por definición y al final siempre se alejan.
Los dirigentes suelen invocarla cuando se ven acorralados y eso vale para cualquier proyecto mesiánico sobre todo (“Después de mí, el diluvio”) o para poner en fila a los díscolos que buscan sus propias tajadas. En general, la sociedad no entiende demasiado a Juntos por el Cambio, por ejemplo, oposición donde hoy muchos a regañadientes están buscando una síntesis que los fortalezca. Los critica y los imagina desunidos. En ese sentido, prefiere a Javier Milei, monocorde en su individualismo. El caso de Unión por la Patria es el último gran ejemplo y seguramente a eso apuesta Cristina hoy, como abanderada del término unidad.
Massa llega a esta candidatura fortalecido porque logró bajar las PASO, sistema que él no quería bajo ninguna circunstancia para mostrar poder. Fue auspiciado por varios gobernadores y por varios empresarios del círculo rojo local que buscan seguir con el esquema prebendario que nos trajo hasta acá, una gruesa de regulaciones destinadas a ponerle un pie encima al sector privado. pero que no toca a los amigos que se benefician con la sustitución de importaciones o a los que son parte de la patria financiera. Más allá de su viaje a China, también se le endilgan amistades en la Embajada de los Estados Unidos y es probable que la carta de los seis presidentes de Latinoamérica a Joe Biden sea la tapadera ideal para lograr el apoyo del FMI.
Como candidato a Presidente, tras esta maniobra de consolidación de su poder, Massa se olvidó de sus palabras sobre que no se podía ser ministro y candidato al mismo tiempo y allí se quedará mientras tanto. Así, vendiendo para afuera que se hará lo que él finalmente diga, la falta de Reservas podría ser cubierta si el Fondo decide mandar dólares frescos y aunque le exija que se comprometa a no gastarlos es probable que si no cumple no pase nada. En tanto, la inflación de 8% no lo martirizará más de momento, aunque igualmente 6 por ciento al mes sea una locura.
En tanto, a Cristina se la da por derrotada y para un animal político ésta es una cuestión que nunca debería ser esgrimida. Pueden ser el desgaste, los problemas judiciales que atraviesa, los males que le podrían caer a su familia o quizás también los años, los que a veces la muestran dubitativa, pero la centralidad y la experiencia que tiene invitan a pensar que a veces las garras se recogen por cuestiones tácticas y que la estrategia final es otra como en este caso, algo que sólo conoce ella y que en algún momento va a aparecer.