“Falleció Raúl Serrano, a quien el teatro le debe tanto”. La frase que publicó en Facebook en la noche del miércoles Carlos Alsina, a poco de conocerse el deceso, resume con precisión extrema y acertada síntesis lo que implica el legado que dejó el gran maestro tucumano.
Actor, director, autor y docente, Serrano fue un protagonista esencial de la escena argentina en todos esos campos, pero principalmente reconocido por su labor como profesor en artes escénicas, tarea que desempeñó para formar a generaciones de actores y actrices. Su trabajo integral en los campos teatrales comenzó en Tucumán pero se proyectó como pocos a nivel nacional.
Dentro de sus múltiples enseñanzas, una de las más importantes es la que vincula al arte con la ética desde un compromiso fundamentalmente humanista con cada momento histórico. “El teatro presenta seres rebeldes, es el lugar de la desobediencia. Al presentar conductas humanas es imposible eludir la evaluación ética, lo que está a un paso de la política considerada como ideal”, le dijo a LA GACETA en 2017.
Nació en San Miguel de Tucumán en 1934. En los albores del teatro independiente en la provincia fundó los grupos Teatrote (cuando todavía era un estudiante del Gymnasium Universitario), El Cardón y el Grupo de Estudios Teatrales. Luego se radicó en Buenos Aires, donde formó parte del mítico grupo Fray Mocho, que tuvo una gran influencia en su formación. Sus inquietudes estéticas e ideológicas lo llevaron a viajar junto a Carlos Gandolfo, Cipe Lincovsky y Oscar Ferrigno en 1957 a Rusia. Luego fue a Hungría y a Rumania, y estuvo una década alejado del país. “A mis 20 años decía que lo sabía todo del teatro, pero necesitaba salir a conocer cómo se debía hacer para que se supiese reír y llorar en escena. Fuimos una generación que estudió afuera y creó escuelas adentro”, confesó a este diario.
Tuvo la oportunidad de integrar el Teatro Nacional en Bucarest, pero decidió regresar a la Argentina; en vez de quedarse en la Capital Federal, volvió a Tucumán. En el teatro Alberdi montó una emblemática puesta de “Un tranvía llamado deseo”, de Tennesse Williams, con Marta Forté, Alfredo Fénik, Jorge Alves y Roberto Ibañez, pero el haber estudiado en países del bloque socialista le impidieron continuar desarrollando proyectos en la provincia. Eran tiempos de la dictadura de Juan Carlos Onganía, y en Buenos Aires tenía mayores posibilidades.
Su compromiso siguió activo. En 1981 participó del ciclo Teatro Abierto (abierto desafío cultural al gobierno dictatorial) y fundó la Escuela de Teatro de Buenos Aires, donde tuvo su propia sala: el Teatro del Artefacto. Fue docente en la Universidad de Buenos Aires, la Escuela Nacional de Artes e instituciones educativas de todo el país, Latinoamérica y Europa; y autor de libros, artículos y ensayos sobre pedagogía, estética, técnica y teoría teatral, como un texto del libro colectivo “Stanislavski in the world”, publicado en 2016 por la editorial Bloommsbury Methuen Drama, de Londres. La Federación Argentina de Teatros Independientes, la Federación Tucumana de Teatros Independientes y la Asociación de Profesores de Teatro lo tuvieron como impulsor clave.
Como director acreditó más de un centenar de espectáculos, principalmente de dramaturgos argentinos: “Yepeto”, “El amante”, “Mateo”, “La revolución es un sueño eterno”, “Tute Cabrero”, “Saverio, el cruel”, “Giácomo”, “Otra vez el diablo”, “Trampa para un hombre solo”, “El gran deschave”, “Made in Lanús”, “La malasangre”, “Segundo tiempo” y “Chúmbale”, entre muchos otros títulos. Su última puesta fue hace cinco años, con “Un hombre civilizado y bárbaro”, acerca de Domingo Sarmiento.
Afiliado a la Asociación Argentina de Actores desde 1971, en 2004 se le entregó el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable en el Senado de la Nación. En Tucumán recibió el título de Visitante Ilustre de la UNT y en 2017, la Fiesta Provincial de Teatro llevó su nombre.
“Por siempre, inolvidable, maestro querido. Estudioso inquebrantable, prodigio de la praxis, de la técnica y la poética. Tucumano y de los grandes. Estarás siempre con nosotros”, lo despidió Raúl Reyes, mientras que Beatriz Morán dijo haber sido “afortunada de haber coincidido en tiempo y espacio y disfrutar de su saber, de su persona”. El mendocino Víctor Arrojo lo describió como “una de esas personas fundamentales que dialogan con su época y nos llenan del más maravilloso de los milagros: el de la inquietud y la pregunta constante; uno de aquellos que nos enseñan a pensar y pensarnos con ética y coherencia”.
“El teatro argentino no nace de la galera, sino de una larga tradición. En cada pueblo hay un equipo de fútbol y otro de teatro. El resultado es que hay excelente, bueno, regular y malo, pero mucho”, afirmó Serrano para LA GACETA hace seis años. Y buena parte del gran teatro fue su responsabilidad.