“El Gran Teatro” fue escogida como la obra principal en la exposición homenaje a Carlos Ignacio Legorburu Lanati que está habilitada hasta fin de mes en el Centro Cultural Virla (25 de Mayo 265). Junto a esa pintura, la creatividad del maestro tucumano que vivió entre 1957 y 2019 se manifiesta en otros trabajos de diferentes inspiraciones y etapas, que pertenecen a coleccionistas privados de la provincia, junto con los de algunos de sus discípulos de distintas etapas, que se suman “en honor a su compromiso con la transmisión del arte, aun cuando se nombrara a sí mismo como eslabón perdido”, adelanta Mariela Martin para LA GACETA.
El tributo surgió por iniciativa de Lucía Inés Ruiz, con la intención de reivindicar a Legorburu como dueño de un arte y personalidad singular. “Su producción fue muy rica y su maestría es de llamativa virtud. Fue un maestro generoso, brindó sus conocimientos sin retaceos a más de 120 pintores, tal como los inscribe en el libro editado por Ferullo Burke Ediciones y lanzado en 2017, donde se puede apreciar su magnífica y variada producción y espléndidos bodegones y retratos”, se describe.
De su pincel se exhiben, además de “El Gran Teatro” (un tributo a Manuel Manucho Mujica Láinez, realizado en 1997 en un óleo sobre lino), “Amanecer en Roma”, “Composición obligada”, “Perros de caza y perros de casa”, “Séptimo día del Génesis II” (primer premio del Salón Nacional Fortabat, 1984” y “Alegoría a la ópera”. Junto a ellos están ocho cuadros firmados por Susana Fernández Suárez, Martin, Ruiz, Angélica Omodeo y Noemí Torres Zuccardi. Respecto al vínculo con sus alumnos, Leborburu escribió: “la relación con un discípulo es una transmisión de amor. Se arma una cadena de talentos. Ellos son porque me tuvieron y yo soy porque los tuve a ellos”.
El artista fue parte de la movida integral cultural tucumana más allá de la plástica, ya que se interiorizó en la música, el ballet y el canto, y su conocimiento del escenario se expresa en sus cuadros. Pese a haber vivido en Buenos Aires y en San Pablo (Brasil), siempre se reconoció en Tucumán, adonde regresó constantemente. El crítico César Magrini -en el libro dedicado al tucumano- resaltó sobre su técnica: “La manera según la cual pinta es el estilo de los viejos sabios maestros… Algo así como el reencuentro con la legítima esencia de la pintura”.
“Trabaja el clarooscuro con seriedad y profundidad, sus naturalezas muertas están impregnadas del aire del siglo XVIII, haciéndonos retroceder en el tiempo, como si éste se hubiera detenido”, escribió en 1982 Lucrecia Rosenberg, mientras que seis años después, en el diario Folha de Sao Paulo se pudo leer una descripción similar: “retrata la naturaleza muerta de forma renacentista, con un estilo de expresar lo cotidiano en el que el juego de luces en dinámica con los colores crea una tranquilidad poética en sus obras. Legorburu es considerado por la crítica internacional el artista actual que más se aproxima a la esencia de los antiguos maestros flamenco”.
“Respaldado en la tradición naturalista, dueño de un dominio técnico, dibujante meticuloso y preciso, emplea una visión experimentada y penetrante en el modelo a retratar”, aportó en 2016 la actual decana de la Facultad de Artes de la UNT, Silvia Leonor Agüero.
En ese sentido, la muestra permite reunir en un mismo espacio una breve síntesis de la paleta de un artista que se centró en el detalle y en el manejo de la luz para dejarlas como legado creativo.