Con su padre y con sus hijos comparte el mismo amor. Emilio Valdez sabe muy bien lo que es unirse a alguien en un sentimiento que no muchos entienden. Al final, ¿no es eso la pasión?
Él ni se acuerda ya cuando empezó a jugar al rugby; su vida, desde muuuy pequeño, estuvo ligada a ese deporte. Y sin querer, sus hijos tomaron el mismo camino. Esas son pasiones que se transmiten.
Es Gerónimo, (hijo de Emilio y tercera generación de rugbiers) nos recibe en el club de sus amores, junto a su padre-entrenador. “El deporte nos unió mucho. Tengo recuerdos de chico, cuando me iba a buscar del jardín y volvíamos para acá y pasábamos mucho tiempo juntos. Tengo recuerdos también de esos abrazos inolvidables, viendo finales y llorando juntos con el resultado -rememora-; nunca me había puesto a pensar en que estoy acá gracias a él”.
Como ya trabajaba allí, Emilio llevó desde pequeños a sus hijos al Universitario Rugby Club. Se criaron entre pelotas e imitando los scrums en la cancha. De hecho, así está Juan Martín (dos años). El hijo más pequeño se mueve por el club a sus anchas; ve la pelota y ya empieza a sonreír.
“Tenía muy claro que quería que hicieran algún deporte, porque yo me crié así. Y me alegra que él (Gerónimo) haya elegido continuar en esto, que es lo que nos hace felices, lo que nos vincula”, reflexiona. Y sí que se vinculan: “con Gero somos padre e hijo, entrenador y alumno, socios”, advierte y su hijo lo interrumpe: “y también somos amigos”.
Compañeros
La relación es simbiótica, y uno asiente a lo que el otro comparte. “Tenemos muy normalizado vivir así; es parte de nuestra vida”, dice Gerónimo y su padre añade: “amo ser papá, me recontra hago cargo del rol, y me encanta compartir esto que tiene el deporte, de que hay piel, de abrazarte con el otro... El rugby nos ha unido mucho: hemos transitado el mismo camino, los mismos hábitos y la misma forma de vida. Y es algo que yo no tuve con mi papá, aunque jugaba al rugby, porque me tuvo a los 45 años”.
Gero agradece haber entrado a este mundo. “Te da otras aptitudes; te enseña a tener tolerancia a la frustración, te enseña de disciplina -considera-; y compartimos mucho juntos más allá del deporte. Mi abuelo fue presidente del club; mi papá, entrenador, y yo desde chico sabía que si entraba a Primera lo iba a tener. Nuestra vida es así...”.
Pero ojo -advierte el padre-, que no todo es color de rosas. “No es tan fácil ser el entrenador de tu hijo. Trato ser muy justo, pero quizá soy más exigente con él. Me está costando más a mí que a él esta nueva relación... soy el que mayores dificultades ha tenido. Antes de tomar la responsabilidad con la Primera (división), tuve que preguntarle si él tenía algún problema con que yo sea su entrenador. Obviamente que él dijo que no”.
Reflexiones
Y Emilio se siente realizado al ver que su hijo sigue dentro de este “micromundo” saludable y que aún continúa “ampliando” su caja de herramientas. “Sentimos que pertenecemos a esto; y cuando uno pertenece, busca proteger ese lugar. Este es un espacio muy sano y muy lindo... afuera está tan complicado. Aquí somos solidarios, recibimos cariño, somos como una minisociedad, proyectada. Por fuera estamos todo tan enojados, y creo que necesitamos sanear nuestra sociedad. Todo lo que ellos aprenden acá te da herramientas para la vida: para tolerar la frustración, para ser más tolerante, para saber que a veces se gana y que a veces se pierde, para hacer un mundo mejor...”.
Y mientras termina su reflexión, Juan Martín ya está de nuevo andando por el césped: en cuanto ve la pelota girar, sale corriendo. Evidentemente, esta historia de amor por el deporte no se termina acá.