1). Si el desenlace de “Breaking bad” rozó la perfección no puede esperarse menos del esperadísimo final de “Succession”. Puede ser tanto el canto del cisne para un imperio familiar como el renacer de una dinastía en riesgo de extinción. O tal vez una tercera e inesperada vuelta de tuerca. Con esa ambivalencia a cuestas viene viajando la última y formidable temporada de la serie, cuya despedida ya está generando sentimientos encontrados. Por un lado, lo mucho que extrañaremos a los Roy y su aporte a lo mejor que ofrece por estos tiempos el pantano del streaming. Por el otro, la certeza de que cuatro temporadas es la medida justa, de que todo debe cerrar aquí, en la cima de la creatividad, evitando la tentación de estirar la historia en detrimento de la calidad del programa. Hay un acuerdo unánime en esto.
2). “Succession”, se sabe, es la biografía no autorizada de Rupert Murdoch y de su progenie. El canal de noticias en la ficción, ATN, no es otro que Fox News, el buque insignia de la derecha estadounidense, una maquinaria capaz de entronizar o de tumbar presidentes. O de combatirlos con el cuchillo entre los dientes. Esos son los hilos que maneja Logan Roy (el merecido papel de su vida para Brian Cox), alter ego de Murdoch y patriarca familiar al que “Succession” mató en el mejor capítulo de todos. Porque para que la sucesión efectivamente se concrete era imprescindible sacar al padre del juego, aunque su sombra, omnipresente y shakespereana, cubra a sus hijos y los atormente a cada paso con la pregunta: ¿qué haría papá?
3). Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) anhelan sentarse en ese trono que Logan dejó vacante y, tal vez, uno de ellos lo consiga esta noche. Imposible que ese rey narcisista nombrara un heredero, de tan ocupado que se mantuvo organizando un permanente juego perverso con sus hijos, ofreciéndoles y escondiéndoles la zanahoria, desconfiando de ellos, cambiándolos de lugar como figuritas. Logan, un sol del que emanó el calor de la riqueza, pero que calcinó a quien se acercaba demasiado, quedó expuesto en la elegía que su hermano (James Cromwell, extraordinario) pronuncia en su funeral. Kendall, Shiv y Roman lo escuchan desde la primera fila, tres huérfanos a los que Connor (Alan Ruck), el hermano mayor, puso en su lugar en otro extraordinario episodio. Connor, fruto del primer matrimonio de Logan, es un multimillonario excéntrico y trivial, enamorado -y casado- con una prostituta de lujo, y autoexiliado del negocio familiar. “Ustedes -les dice a sus hermanos- se la pasan persiguiendo a papá. Son como esponjitas necesitadas de amor”. Pero el amor, en la familia Roy, toma caminos extraños.
4). Desmontar las capas de “Succession” es un desafío para el espectador. Desde lo particular -la saga familiar- el show se mueve hacia los entretelones del poder. Del poder real, ese acotadísimo núcleo en el que se tejen y destejen las alianzas, se arman las candidaturas presidenciales con un vaso de whisky en la mano y se toman las decisiones que mueven la economía internacional. “Succession” describe esa puesta en escena cínica, absolutamente inmoral y, por supuesto, verosímil, con elegancia y estilo. No es casual que al primer episodio lo haya dirigido Adam McKay. Ese piloto dejó la vara altísima y, de paso, marcó una serie de pautas estéticas conservadas durante 38 capítulos -que serán 39 esta noche-. Hay un trabajo muy cuidado con los primeros planos, que incluyen breves y contundentes saltos de cámara, espasmódicos, cuando de subrayar un gesto o una reacción se trata. A la mayoría de los episodios los dirigió Mark Mylod. Su mirada de “Succession” es la que ha comprado el televidente; la que nos introduce en la intimidad de los Roy y en la estela que van dejando allí por donde transiten.
5). Es difícil encontrar una serie mejor escrita que “Succession”. Tal vez le compita “Mad men”, puede que “The americans”, seguramente “Better call Saul”. O hasta “Atlanta”. O “The Sopranos”. O “The wire”. En todos los casos forma parte de ese debate tan divertido como bizantino acerca de cuál es la mejor de todas. El padre de la criatura en este caso es el showrunner Jesse Armstrong, cuya firma adorna los mejores capítulos -o casi todos- de “Succession”. Hay diálogos insuperables; mordaces, emocionantes, perfectos. También una galería extensa y genial de personajes secundarios, cada uno con su momento de gloria o de oprobio. Armstrong construyó un universo en el que todo encaja, suerte de armonía disfuncional en la que todo, a la vez, está a punto de volar por los aires. Así suelen caer los imperios, por obra y desgracia de una implosión. Da la sensación de que esta discutible “edad de oro” de las series va llegando a su fin, a medida que los modelos se repiten y se agotan. Puede que el epílogo de “Succession” sea todo un símbolo en ese sentido.
6). La piedra angular de este edificio son las actuaciones. Cox, Strong, Snook y Culkin conformaron un póker imbatible, del que no puede separarse el enorme trabajo de Matthew Macfadyen como Tom, el esposo de Shiv, y de Nicholas Braun, el “primo Greg” que es el estúpido más vivo que hayamos visto en mucho tiempo. Son tan buenos todos que en “Succession”, como sucedió en “Juego de tronos”, cada cual tiene su personaje favorito. Por más que sean manipuladores, brutales, hipócritas e infinitamente vulnerables. Tan pero tan humanos. A fin de cuentas, es un programa de TV. ¿O no?