Cuatro meses después de su anuncio, el nuevo billete de $ 2.000 ya comenzó a circular. En el medio ya perdió el 21% de su poder de compra. En otras palabras, el mismo billete debería valer más de $ 2.500 para adquirir la misma cantidad de bienes que con $ 2.000 en febrero pasado. Además, en términos reales vale 85% menos que la pieza de $ 1.000 al momento de su introducción en diciembre de 2017. A la luz de estos datos, la problemática transaccional del efectivo está muy lejos de ser solucionada, advierte GMA Capital en su último informe semanal.
Sin embargo, el nuevo billete deja gusto a poco en términos de su poder de compra. Por un lado, podemos representar el salario bruto de la economía (RIPTE) expresado en billetes de máxima denominación. Mientras más alta sea esta cifra, las transacciones en efectivo se vuelven cada vez menos prácticas y más complicadas, puntualiza el diagnóstico elaborado por los economistas Nery Persichini y Santiago Franco.
Por ejemplo, hacia diciembre de 2007 el salario promedio rondaba los $ 2.100. Dado que en ese momento el billete de mayor denominación era el de $ 100, ese sueldo se remuneraba, como máximo, con 21 billetes. La nominalidad hizo que para junio de 2016 se necesitaran 183 billetes de $ 100 para pagar un salario bruto promedio. Dado los costos crecientes para la economía, en julio de 2016 entró en circulación el billete de $ 500 y en diciembre de 2017 el de $ 1.000.
“Si 186 billetes en junio de 2016 era una cifra elevada, mucho más terminó siendo en marzo de este año, cuando se necesitaban 240 billetes de máxima denominación para pagar un salario medio ($ 239.883)”, explica GMA. En este marco, tiene sentido la introducción del billete de $ 2.000. “Sin embargo, es insuficiente. Si bien todavía no nos encontramos con datos oficiales, el sueldo promedio de mayo equivaldría a 140 billetes de máxima denominación. Muchos más que los 38 cuando salió el billete de $ 500 y que los 27 que representaba el billete de $ 1.000 a su salida”, detalla la firma privada.
La misma conclusión brota de comparar cuántos dólares compraban esos billetes al momento de su lanzamiento. Dejando de lado la inflación estadounidense, y teniendo en cuenta que en la década de 1990 regía la Convertibilidad, los $ 100 compraban U$S 100. Hacia 2016 la desvalorización fue tal que este billete alcanzaba para U$S 7 al tipo de cambio “contado con liqui”.
La introducción del papel moneda de $ 500 permitió que con éste se compararan U$S 33, y luego con el de $ 1.000, U$S 57. Antes de que salga en circulación el nuevo billete, “el hornero” compraba apenas U$S 2,03.
En consecuencia, el nuevo billete no cambia el panorama: hoy $ 2.000 solo alcanzan para U$S 4,06 tomando como referencia la cotización del Contado con Liquidación (CCL).
Según pasan los años
La aceleración de la inflación, que en abril se movió al 163% anualizado, es la culpable de quemar literalmente el valor del cash. Sin embargo, esto no implica que hacer trabajar el dinero en alternativas tradicionales, como los plazos fijos, sea un plan exitoso. En los últimos 20 años la tasa de interés corrió casi siempre por detrás del Índice de Precios al Consumidor (IPC).
Otra forma de analizar la efectividad surge de comparar los billetes de mayor denominación en términos reales a lo largo de la historia. GMA hace el siguiente ejercicio tomando en cuenta distintos momentos de la historia económica argentina.
• Al momento de su lanzamiento, en enero de 1992, el billete de $ 100 compraba una canasta de bienes y servicios equivalente a $ 35.000 hoy.
• El de $ 500 en julio de 2016 tenía un poder adquisitivo de $ 8.800 a precios de hoy.
• A su vez, el de $ 1.000, $ 13.300. De hecho, el billete de $ 100 justo antes de que comience a circular el de $ 500, adquiría casi lo mismo que el nuevo billete hoy ($ 1.800 contra $ 2.000).
Con todo este escenario, GMA Capital considera que, a la luz de estos datos, la problemática transaccional del efectivo está muy lejos de ser solucionada.