Debutar ganando en un Mundial es oro en polvo. Que le pregunten a la Scaloneta si no es así. Así que ese rubro está cubierto por este seleccionado Sub-20 en absoluta formación. Tres puntos que alivian y ayudan de cara a lo que viene, nada menos que para encarrilar una necesaria -por no decir obligada- clasificación a la próxima fase. Del resto, de cómo jugó el equipo de Javier Mascherano, lo que queda es un océano de dudas tan vasto como el Chaco santiagueño. Será por eso que la victoria debe atesorarse tanto.
Por suerte en esta bendita tierra cada día nace un crack. Por ese camino marcha Brian Aguirre, un gambetador guapo y desfachatado, capaz de levantar a la gente como aquellos wings derechos que volvían locos a los marcadores pegados a la raya. Por las corajeadas de Aguirre y por el tranco amplio y elegante de Valentín Carboni transcurrió lo poco bueno de Argentina. Tan escaso que Uzbekistán, desde el orden y la mecanización, puso en aprietos a la Selección, le quitó la pelota. La preocupó.
El público, más familiero que habitué del tablón, detectó los cortocircuitos albicelestes. El equipo contagiaba poco, sufría quedando a contrapié cuando los uzbecos cambiaban de frente, al ritmo de un 10 con toques y giros de impronta bien sudamericana. Por eso el clima mundialista no se encendía en el “Madre de Ciudades”. Estaba empezando la gran fiesta del Sub-20 y la feligresía santiagueña seguramente esperaba más de sus “muchachos”, que no son los de lo Scaloneta pero también quieren ilusionar.
La cuestión pasó por los errores individuales y colectivos. De los primeros da cuenta la libreta de apuntes: zagueros desacomodados, laterales a quienes le “comían” la espalda, volantes centrales volátiles con la pelota y propensos a quedar expuestos, poquísimos circuitos de juego. Fue una reiteración de todos los problemas que sufrió Argentina en el Sudamericano y que le costaron una prematura (y todavía dolorosa) eliminación. Uzbekistán salió a la cancha con el libreto estudiadísimo y demostró por qué es el campeón de Asia. Juegan rápido y simple, ocupan los espacios con inteligencia, muerden en la mitad del campo. Les faltó picante para atacar, ese plus que en los últimos metros aporta la jerarquía. Y la puntería.
Los asiáticos doblaron la presión sobre Giay y sobre Barco, nunca dejaron pensar a la dupla Tanlongo-Perrone. Salir de ese intríngulis requería una precisión en velocidad que este Sub-20 nacional no tiene. Y para redondear la pintura queda el primer tiempo fatídico del arquero Gómez Gerth, responsable del 0-1 al regalar el primer palo y transmisor de inseguridades varias. Porque Argentina estaba perdiendo y lo que se veía en la cancha era desconcierto. Por suerte el arquero uzbeco devolvió gentilezas y su respuesta flojísima ante un cabezazo de Véliz habilitó el 1-1.
En la recta final de esa primera mitad terminó decidiéndose el partido. Primero por un penal que había cobrado el francés Letexier y rectificó el VAR. Implicaba la posibilidad de quedar otra vez en desventaja. Y después por dibujo de Carboni en el área uzbeca que se tradujo en el 2-1, una muestra de lo que el 10 albiceleste puede dar cuando acomoda el cuerpo, acelera y encuentra el arco. Carboni disparó fuerte, seco, arriba, letal. Un gol festejadísimo, con justificadas formas de desahogo.
Faltaba el segundo acto y lo cierto es que no pasó mucho. Media hora de estéril dominio asiático, casi sin llegadas -salvo un par de sofocones en el arranque-, con una Selección imposibilitada de adueñarse de la pelota y de contragolpear con peligro. Entraron Redondo y Miramón por Perrone y Tanlongo, un cambio en la región medular que no movió demasiado la aguja. Tampoco la presencia de Infantino ni la del eléctrico Luka Romero, bien tirado a la izquierda para asociarse con Barco, cuyas fulgurante ráfagas de calidad suelen contrastar con cierto desorden en la marca. Eso sí; en los 10 minutos finales se registraron algunas conexiones y -cuándo no- Aguirre hizo de las suyas.
Se aproximaba el final y el orgullo futbolero tucumano recibió una caricia con el ingreso de Maestro Puch. El delantero de Atlético jamás olvidará esta tarde gris y destemplada para la meteorología, pero radiante de sol para su historia personal. Con él en la cancha, y tras sufrir una agónica arremetida uzbeca en el descuento, Mascherano y los suyos miraron al cielo cuando sonó el pitazo del final. Celebraron, sí; hicieron cuentas también. Les queda por delante la misión de levantar la vara, todo un desafío si pretenden llegar lejos.