Fernando Godoy y Martín Lombardelli componen a dos gauchos rudos, pero que comparten una pasión desbordada por una misma vaca. Gustavo Núñez es un pájaro que también devive de amor por el animal y le canta sus deseos con la ayuda de la guitarra de Fernando Jalil. Ellos conforman “La lechera”, la obra escrita y dirigida por Carlos Correa, con Carlos Lozano en la asistencia, que se repone hoy a las 21 en la sala Juan Tríbulo del teatro Alberdi (Crisóstomo Álvarez y Jujuy).
La obra pasó por distintos elencos desde su estreno hace ocho años (y sus 20 versiones distintas en todo el país, y una próxima que se realizará en Barcelona) y en este regreso se incorpora Godoy. “No es un reemplazo sino un elemento que modifica el imaginario. Creemos que es una garantía de eficacia, no opera como un límite. Cada reestreno es una puesta distinta, el imaginario creativo de cada actor es propio e ingresa con su singularidad al sistema estético que toda puesta en escena contiene. Las resonancias que su imagen produce serán distintas. En esta versión se eleva la edad los personajes, portan la pesadumbre que no tiene la juventud y Fernando le da un histrionismo especial: además de actuar, puede cantar, bailar, percibir y construir distintos grados de intensidad, me da mucho material para jugar”.
“Disfrutamos mucho seguir encontrando juegos vinculares en lo gestual y en el decir de estos personajes, y como eso es una marca personal de cada actor, la obra se revitaliza. Ese goce estético en la construcción es una guía, debe tener una aspiración de excelencia técnica e ir más allá del relato; lo que va atrapar la atención del espectador no será solo el tema sino los variados procedimientos de los actores”, sostiene el director.
Correa reivindica su texto desde que “hay algo latente entre los personajes que nunca termina de configurarse, una promesa de paliza y también de amor que los expone permanentemente al ridículo por sus propias limitaciones; no son tan bravos, sino temerosos de mostrase tal cual son, y en esa tensión el público se identifica casi todo lo que dura la obra, que tiene siempre latente la carcajada”.
“La lechera” tiene puntos de contacto con otras creaciones de Correa. “Me gusta indagar en los universos lingüísticos que cada tema contiene, solo lo intuyo al principio y puede variar al final del proceso o reafirmarse. Lo que me llena a escribir son las palabras y su intensidad, su sonoridad, su posible mala interpretación o sus interpretaciones laterales. Pero en mis obras aparecen temáticas más universales que la anécdota que relatan, como la soledad, el paso del tiempo, el deseo, la muerte. La impostura por ejemplo, es una temática que está en ‘La lechera’, ‘Anonimato’ y ‘Variaciones en blanco’, e incluso mi último texto se titula ‘Protocolo e impostura’, porque como elemento de relación me interesa mucho. ‘Jardín florido…’ fue distinto porque quería plasmar sensaciones y la idealización de la alegría construida por distintos medios durante la dictadura, que escondían algo horrible”, ejemplifica.