El renunciamiento histórico de Manzur disparó un par de preguntas que aún buscan respuestas claras, incluso entre los propios compañeros: ¿por qué resignó sus pretensiones? y ¿por qué eligió a Miguel Acevedo como su reemplazante en la fórmula oficialista? A esas le sigue una que repiquetea en el seno de los justicialistas, y hasta entre los mismos opositores por sus posibles efectos; refiere a si el ministro del Interior garantiza el acompañamiento y la lealtad del voto manzurista a la boleta encabezada por Jaldo. Porque no es lo mismo que sea el gobernador quien secunde al tranqueño en la lista a que lo sea Acevedo; la fortaleza del binomio no es la misma a causa del peso específico de los apellidos.
Aquí es donde cabe especular respecto de los reales motivos de la elección del ministro del Interior por parte de Manzur: con un manzurista de paladar negro secundando a Jaldo el papel del gobernador en la campaña perdería influencia debido a que la presencia de ese elegido sería suficiente para garantizar el acompañamiento del manzurismo. O sea, se favorecería la unidad del peronismo con esa nueva sociedad política.
Precisamente, con la sorpresiva incorporación de Acevedo en el escenario electoral, quien no pierde poder con la maniobra es el ex jefe de Gabinete. Basta mirar los gestos y las definiciones del viernes en la plaza por parte de Manzur para advertirlo: a sí mismo se expone como el garante de la unidad entre jaldistas y manzuristas cuando afirma, voz en cuello, yo soy el jefe de campaña de Jaldo; algo así como decir que de él depende la victoria del Gobierno y que resulta imprescindible su actuación para obtenerla.
Le urge esa centralidad por dos motivos: uno provincial, para no perder poder político a partir de haber salido de la fórmula del Frente de Todos; y otro ligado al plano nacional, para mostrar que el eventual triunfo en las urnas será consecuencia de haberse puesto al frente de la campaña. Porque esa cucarda puede abrirle las puertas a una eventual postulación nacional.
Sin embargo, vaya detalle, para eso necesita resaltar su protagonismo, porque si la votación se hace el 11 de junio -posibilidad que deslizó-, le quedarían 13 días para “vender” el posible triunfo del PJ en Tucumán a fin de que lo tengan en cuenta. Esto es debido a que el 24 de junio vence el plazo para presentar las precandidaturas para competir en las primarias abiertas del 13 de agosto.
Incluso podría hasta anotarse para una eventual postulación a diputado nacional para competir contra una posible candidatura de Alfaro para la Cámara Baja; claro, si es que Juntos por el Cambio no gana la elección. Aquí cabe frenar y mencionar que Manzur tiene varias alternativas para ocupar espacios de poder en el concierto nacional: una postulación en una fórmula presidencial, una candidatura a diputado, incorporarse al Senado reemplazando a Yedlin hasta 2027 -capaz que compartiendo banca con Cristina Fernandez, si es que la vicepresidenta se presenta como candidata a senadora por Buenos Aires- o un eventual regreso al gabinete nacional si es que el Frente de Todos logra el milagro de ganar los comicios nacionales y de mantenerse en el poder.
No me den por muerto, dijo Manzur, tal vez pensando en ese abanico de alternativas que se le presentan. La frase también tiene validez en el ámbito local, pues entenderá que con su ausencia en la boleta -o con la presencia de Acevedo en ella- la fórmula “se debilita”, pero que con él al frente de la gestión y de la campaña la oferta oficialista se potencia. Es que supo conseguir oxígeno para no debilitarse tempranamente al bajarse de una candidatura a la vicegobernación, que por lo menos le garantizaba mantenerse en el rol de jefe de un espacio político interno en el PJ y de ser el contrapeso a la consolidación del jaldismo y, por ende, de Jaldo en el peronismo tucumano. Por ahora ambos se necesitan, se complementan, saben que unidos estarán más cerca de lograr sus propósitos y de satisfacer sus ambiciones políticas, individuales y colectivas, aunque en el fondo intuyan que en algún momento pueden ser adversarios; de nuevo.
En este marco sólo Manzur garantiza la existencia del manzurismo como expresión política dentro del justicialismo; Acevedo, por más que haya afirmado que “es hombre de Manzur”, no puede aglutinar detrás suyo a las huestes del gobernador, donde, por cierto, debe haber heridos por la designación del titular de la cartera del Interior como el “heredero”. Alguno debe haber soñado con ocupar ese lugar jurando una lealtad que no la necesitó exteriorizar Acevedo, el elegido que se enteró por televisión que había sido nominado por Manzur para entrar a la Casa de Gobierno.
Detrás de la movida, además, hay una cadena de necesidades: Manzur necesita que los suyos respalden a Acevedo, el ministro necesita mostrarse manzurista para que lo sigan y lo voten los que no simpatizan con los jaldistas, y Jaldo necesita a los dos para concretar su sueño de ser gobernador por el voto popular. Después de eso, la historia puede cambiar drásticamente: el manzurismo puede diluirse, el jadismo puede fortalecerse, y hasta podría surgir el “acevedismo” a partir de controlar la Legislatura. Eso es porque en el peronismo se consolidó en este siglo una nueva tradición: el que llega a vicegobernador se convierte luego en gobernador.
Todos pueden soñar. Si hasta el alperovichismo que gobernó 12 años desapareció como expresión de poder interno en el PJ, ¡cómo no le puede pasar lo mismo al manzurismo, o al jaldismo y al que venga después! Esa cadena sólo puede ser rota por un actor que hasta ahora viene siendo espectador del festejo ajeno: la oposición, ya sea en esta elección o en la que viene. Algún día debe ocurrir.
Hasta aquí vale la elucubración política del por qué Manzur se inclinó por Acevedo, pero resta entender por qué desistió de su postulación sin esperar la resolución de fondo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En primer lugar vale mencionar que si tenía alguna esperanza, ésta se desvaneció con el rechazo al recurso de reposición de la fiscalía de Estado por parte del máximo tribunal.
En esa acción quedó más que claro que la Corte no iba a habilitar su candidatura. Sólo le quedaba esperar a ver cómo lo bajaban en un futuro sin plazos o bien buscar una salida que de alguna manera lo beneficiara en términos personales, y también alcanzara al espacio. El renunciamiento histórico era lo mejor, y por un par de motivos: primero por que es un gesto caro al sentimiento del peronismo y, segundo, porque así entrampaba a los jueces de la Corte a tener que demostrar que no actúan con intereses políticos ocultos, más allá de los argumentos jurídicos que finalmente pudieran esgrimir para impedirle ser candidato.
Aunque les demandó que declaren abstracto el motivo de la cautelar que suspendió los comicios y de que les reclamara públicamente que en 24 horas se definan para apurar un nuevo llamado a votación, la Corte pareció comportarse políticamente con una nueva medida judicial inobjetable: le corrió traslado comunicando la renuncia de Manzur a Alfaro y le dio 72 horas -hasta mañana- para que responda. O diga algo. Presión política para acelerar fallos con desconocimiento procesal o una demora procesal argumentada con conocimiento político.
Los actores juegan, seguro;y hasta se podría arriesgar una nueva definición para analizar las últimas idas y vueltas entre la Provincia y la Corte: las argumentaciones en los trámites judiciales implican la continuidad de la acción política por otros medios. Lo podemos observar en un par de cruces en las resoluciones y recusaciones en el expediente de suspender la votación de gobernador y de vice por parte de los jueces Carlos Rosenkrantz, Horacio Rosatti y Juan Carlos Maqueda. A esa sentencia, la fiscalía de Estado interpuso un recurso de reposición en el que, entre otras cosas, acusa a la Corte de vulnerar las reglas fundantes de la competencia originaria de la Corte, de entrometerse en las autonomías provinciales, de transgredir la Carta Magna, de dañar los ejercicios electorales y el derecho procesal constitucional, de actuar parcial y arbitrariamente al suspender la votación y de desconocer la organización política del Estado Federal.
Además, como para que se entienda que era político el contragolpe, refiere que: sorpresivamente Rosenkrantz votó contrariamente a como lo hizo en 2019 votó en disidencia para habilitar la re-reelección de Alberto Weretilneck en Río Negro. Me golpeaste, te destrato y te descalifico. Igualmente se podría entender la inmediata respuesta de la Corte, en sólo cuestión de horas: los argumentos vertidos por el Estado provincial distan de constituir una crítica concreta y razonada de la resolución que se considera equivocada. Te cuestiono, te ninguneo y ratifico lo que resolví. Y no se apura tampoco: estiró 72 horas más, hasta mañana, una decisión. ¿Que sufran los afectados?
En ese proceso, donde el oficialismo acusa a la Corte de actuar políticamente, la renuncia a la postulación por parte de Manzur debe observarse como una acción política para desacomodar a los jueces y obligarlos a apresurar una definición. En este punto vale preguntar si el gobernador tomó esa decisión en su intimidad o si fue inducido a hacerlo. Tenía varias razones para esa dimisión, por conveniencias locales y hasta nacionales; sin embargo, la fuerte disputa del Gobierno nacional con la Corte permite sospechar que el paso al costado de Manzur cayó bien en el oficialismo porque le servía para seguir fustigando al alto tribunal.
Cristina y Alberto se solidarizaron con el tucumano y elogiaron su decisión, lo que, de alguna forma, le permite al gobernador aceitar su relación con la dupla gobernante de cara a lo que se viene. Nada mejor que contar con esos respaldos para aspirar a una posible postulación nacional. Aunque para eso le hace falta un título todavía: Manzur, el gran ganador del Norte.