Todo el mundo está expuesto a los efectos de la guerra, el cambio climático, el coronavirus o la gripe aviar. Pero sólo un cuarteto de países tiene inflación anual de tres dígitos. ¿Es Argentina un planeta diferente, incluso ajeno al sistema solar, donde las cosas funcionan de manera diferente? No. En realidad hay mucha confusión. Por ejemplo, la guerra en Ucrania subió algunos precios, pero no la inflación. La sequía hizo subir precios, pero no a la inflación. Y la pandemia anuló presiones inflacionarias.
El Índice de Precios al Consumidor muestra qué le pasa a los precios pero no siempre mide la inflación. Ésta es un fenómeno de largo plazo, por eso la definición habla de alza sostenida de los precios (y también generalizada). Así, referir a la inflación de abril es un error. En cambio, pensar en inflación al estimar la variación anual del IPC sí es correcto. No entender la diferencia hace pensar en causas de inflación erradas y en consecuencia impide atacar las verdaderas.
La guerra sirve para verlo. Por ella aumentó el precio de los combustibles, lo que se reflejó en alzas del IPC en todo el mundo. ¿Por qué? Porque aumentaron costos de producción… pero también la emisión de dinero. Cuando hay incremento de costos puede esperarse que el productor intente trasladarlos a precios, pero no siempre es posible. Depende de la capacidad de respuesta de los clientes. Supóngase que sin emisión adicional en un sector se trasladan costos y los clientes pagan los precios mayores. Para eso debieron disminuir otros gastos. La menor demanda por otros bienes hará bajar sus precios. Es decir, habrá subas en algún sector y bajas en otros. Primero, no es suba generalizada. Y segundo, el IPC, al ser un promedio, no mostrará cambios significativos. Para que la suba de costos sea trasladable a precios sin bajas en las demandas y precios de los demás bienes debe haber más dinero para pagar todo más caro. Sin la emisión adicional no se convalidaría el alza. Vale para muchas de las variables apuntadas como culpables. Ellas incidieron en el IPC, no en la inflación, pero debido a factores monetarios.
Al argentino medio tal vez no le interese la diferencia. En un mes el promedio de precios subió más del ocho por ciento y el de los alimentos el diez. Pero es importante para encarar el problema. Admítase que el viceministro de Economía tuviera razón al adjudicarle a la sequía dos puntos del alza del IPC en marzo, que haya pasado lo mismo en abril, que el fenómeno desapareciera y que no hubiera más factores coyunturales. La variación mensual del IPC quedaría en 6,4 por ciento. Para el resto del año implicaría 64,26 por ciento. Debe recordarse que las alzas de precios son acumulativas, no se deben sumar los porcentajes mensuales sino multiplicar sus coeficientes. No sería 6,4 por ocho (que da 51,2) sino 1,064 elevado a la ocho, que resulta 1,6426. Como es un coeficiente se resta uno y se multiplica por cien para tener un porcentaje: 64,26. Una bestialidad, sin guerras, sequías ni pestes. El primer cuatrimestre acumuló un 32 por ciento (multiplicando coeficientes, no sumando variaciones mensuales); agregando la especulación para los próximos ocho meses quedaría 116,7 por ciento de inflación para este año. Mirar la coyuntura impide disminuir ese porcentaje elevado.
Se lo enfrentará con chances recordando que la inflación es un fenómeno monetario y que cualquier otra explicación es, o falta de comprensión o una excusa para no emprender políticas serias, no renunciar a la arbitrariedad, a la respuesta a la necesidad del corto plazo por beneficios políticos, a la presión del lobby sectorial o sindical y el clientelismo.
Fenómeno monetario basado en la demanda por dinero, aunque suela mirarse la oferta. Las personas quieren mantener parte de su ingreso en forma de dinero básicamente para transacciones, especulación y precaución. Cuando debido a la emisión los destinos normales implicarían conservar más dinero del deseado para un dado nivel de ingreso la diferencia se gastará. Y si el sistema productivo no responde en la misma medida a la mayor demanda por bienes el resultado será el alza de precios. Por eso la observación usual compara el ritmo de emisión de dinero con el de crecimiento del Producto Interno Bruto, siendo este último una aproximación a la respuesta de la oferta de bienes. Cuando la demanda por dinero es estable la diferencia entre la emisión y el cambio del PIB empuja los precios.
Pero la demanda puede cambiar si varían las circunstancias que afectan a la confianza. Durante la cuarentena aumentó la demanda por dinero debido a la incertidumbre sobre la continuidad de los ingresos. Por eso aunque bajó el PIB y aumentó la emisión de dinero la inflación disminuyó: llegó a 34 por ciento anual en 2020 (Alberto Fernández no heredó 53 por ciento anual de Mauricio Macri sino 34 por ciento de sí mismo, lo que es peor para evaluar su desempeño). Tras la flexibilización de 2021 la política monetaria no cambió aunque sí las circunstancias, y de allí el repunte de la inflación.
En la actualidad la desconfianza juega en contra y hace disminuir la demanda por dinero. O aumentar su contracara, la velocidad de circulación: para sacarse el dinero de encima las personas gastan más en bienes varios, desde tangibles hasta dólares. Más presión sobre los precios.
En Argentina no se “quemaron todos los libros”. Simplemente se aplican los equivocados. Claro, lleva tiempo darse cuenta cuáles son, como los que sostienen que la inflación es por costos, o estructural o por puja distributiva. Todo país que entendió que es un fenómeno monetario debido en general a un desajuste fiscal se sacó de encima el problema. Por eso ante las mismas variables de coyuntura sus IPC suben mucho menos: no están emitiendo para cubrir baches fiscales y tienen planes económicos. No, Argentina no está fuera del sistema solar. Sólo sus gobernantes lo están.