Ser a simpatizantes de Don Osvaldo es cargar con una gran mochila llena de historia. La más recordada nos traslada a la triste noche del 30 de diciembre de 2004, cuando Patricio Pato Santos Fontanet, vocalista de su ex banda Callejeros, se presentaba con ese grupo en República de Cromañón, templo del rock en la ciudad de Buenos Aires. Mientras tocaba “Distinto”, se encendió una bengala en medio del público, que impactó en la media sombra que cubría parte del techo, y provocó un tremendo incendio que dejó como saldo la muerte de 194 espectadores. Además, otros 1.432 sufrieron heridas y secuelas como consecuencia del fuego.
Fontanet estuvo hace poco en Tucumán con su nueva formación (Don Osvaldo), que integran también Álvaro Puentes, Cristian Torrejón, Gabriel Gerez, Gastón Videla, Juan Falcone, Leopoldo Janin y Luis Lamas. El grupo subió al escenario principal de rock “Facundo Pereyra”, de Central Córdoba. Miles de fanáticos y fanáticas corearon desde temprano, en la previa, en las puertas y en los alrededores del club las estrofas de “Suerte”, y el coro siguió toda la noche.
Es que el fanatismo de sus fans no entiende de fronteras ni de edades. Se hicieron presentes diferentes grupos, algunos compuestos por abuelos con hijos y nietos, y otros eran adolescentes que por primera vez asistían a un recital de rock.
Noche trágica
Esa fue la ocasión en la que LA GACETA habló con algunos fieles a Don Osvaldo que estuvieron la noche de la tragedia y todavía recuerdan lo que pasó en Cromañón.
Esa noche Matías Norberto Busto tenía 24 años y había asistido junto a Diego Mansilla, de un año más, al encuentro rockero. Como ellos, más de 4.000 apasionados coparon el barrio porteño de Once y sobrepasaron la capacidad del local. Todo era una fiesta. Con lágrimas en el corazón Matías nos cuenta la historia de una foto suya que fue publicada en una revista, al otro día de la tragedia, y que guarda en su celular como prueba de su relato.
Esta es la historia de esa foto, en las palabras de Matías: “A mí me llega al otro día por mi mamá; una vecina compró la revista, vio la foto, llamó a mi casa para preguntar si estaba vivo y ahí nos enteramos. Lo que ves es una mirada mía desorientada por todo lo que está pasando, atrás de mí había cuerpos ya sin vida, que más o menos eran 10, para mí en ese momento eran las únicas víctimas. Al otro día me enteré de todas las muertes y quedé paralizado”.
“El día del recital nos juntamos en la plaza del avión (Ciudad Jardín, El Palomar, Buenos Aires) y de ahí fuimos en micro para el barrio de Once. Fui con dos amigos más; hacía muchísimo calor. Nos encontramos con Diego, nos quedamos tomando algo afuera antes de entrar”, continúa.
Una candela
Matías nos relata la cara más cruel de los momentos siguientes. “Llegamos a la entrada, luego de una larga cola nos cortaron los tickets y atravesamos la única puerta habilitada, caminamos el pasillo que separaba la calle del local. Estaba hasta las manos de gente, como siempre antes de cada recital de Callejeros, pasaban música, empezaron a sonar Los Redondos de Ricota. De un costado prendieron una candela (no es una bengala, sino un cohete como un palito y tira bolas de colores al aire). Nosotros estábamos atrás de todo, en la barra, antes de que comience a actuar la banda”, recuerda.
Sigue su voz: “Les digo a mis amigos ‘¡En el primer tema me voy para adelante y vuelvo!’ Así fue, arrancó y yo llegué hasta el escenario donde estaban ya Callejeros. Se prendieron bengalas. Mis amigos vieron cuando empezó el fuego y salieron rápido del local. Yo, en el momento que estoy volviendo para atrás, me quedo justo parado en el medio del boliche, donde se dividía lo que era el techo de cemento con el que tenía media sombra. Miro para arriba y veo el fuego, pero era algo muy chiquito, según me pareció. Pensé ‘esto lo apagan, sigue todo normal’. Terminé de decir eso dentro de mí, y miré otra vez hacia arriba. Ya el fuego había consumido la media sombra. En ese momento era un descontrol porque fue entonces cuando empezó lo trágico. Se cortó la luz y se escucharon terribles gritos, había humo por todas partes, llanto del público, desesperación”.
“Todos trataban de salir por donde habíamos entrado, ese pasillo que daba a la calle iluminado con una tenue luz al final. Salí como pude. Afuera, ya a salvo, vi cómo seguía saliendo la gente. Empezamos con otros chicos a despejar otras puertas que estaban trabadas, pero era imposible por el humo que había, que no te dejaba respirar ni acercarte al local”, evoca.
“Después de un tiempo logramos sacar una valla -agrega- y tratamos de ayudar a otros a salir del lugar. Luego decidimos entrar de nuevo. A la primera persona que saqué lo único que le veía eran las manos abajo de una montaña de personas; me ayudó otra chica y la arrastramos. Hoy en día no sé qué es de esa chica, porque la dejamos en una esquina con médicos y volvimos para sacar más pibes. Así fue durante más de una hora, entrar y salir durante un tiempo que pareció una eternidad. Fue una noche horrible, que no se la deseo a nadie. Es algo con lo que tuve que aprender a vivir. También me enseñó a valorar y a tomar conciencia de mi vida”.
Luego apunta: “Para mí volver a un recital, volver a escuchar las canciones de Callejeros en vivo nuevamente, como ahora en Tucumán, luego de recorrer más de 1.000 kilómetros con Diego, sabiendo que solo el Pato queda de los integrantes originales de esa tremenda banda, es darme una caricia en el alma, es saber que todavía esos pibes que partieron están acá, presentes con nosotros”.
“Con el correr de los años me he cruzado con amigos que también estuvieron en esa tragedia, compartimos este sentimiento. Sin dudas es la banda que marcó mi vida por todo lo que viví con ellos y doy gracias a Dios seguir conociendo gente, poder seguir disfrutando de la ruta, de las charlas, las birras, porque de eso se trata nuestro paso por este mundo, de tratar de ser felices con las cosas que a nosotros nos hacen bien, sea poco o mucho”, añade emocionado.
Y se despide afirmando: “Gracias por dejarme contar un poco lo que fue Callejeros para mí y lo que me genera, que son muchas sensaciones y emociones encontradas en cada recital, por eso creo que cada vez que gritamos hasta quedarnos sin voz ‘la suerte de encontrarte alguna vez y sentir que para casi todo hay solución’; eso nos alivia el corazón”.
La noche llega a su fin, el Pato saluda desde el escenario. Diego y Matías, ya de 45 y 44 años, abrazados con una lata fresca en las manos, empiezan a retornar para empezar a planear un nuevo viaje a otro recital.
En el recital de Don Osvaldo