Ni la experiencia la ayuda a Cristina Kirchner para que se serene políticamente y parece que nunca lo irá a lograr: su personalidad la puede. La vicepresidenta se dice “proscripta”, pero no ha dudado en proscribir al mismísimo presidente de la Nación, a quien le hizo la vida imposible para que no sea candidato a la reelección en medio de un proceso que tiene en jaque a la economía y al ciudadano de a pie. Ahora, sigue en la pelea con Alberto Fernández por las PASO que “nos dejó”, según dicen en La Cámpora y ella parece estar dispuesta a desactivarlas y a hacer valer su dedo.
Sin embargo, ha sido Sergio Massa quien parece haberle mojado la oreja a la vice con una encerrona que quizás él mismo no pensó, pero que la ha dejado en evidente off side. Se sabe que Cristina no quiere una devaluación porque afectaría precios y salarios y ella tiene muy en cuenta que si la gente no tiene poder de compra no vota a los gobiernos que la impulsan. Por lo tanto, le ha prohibido a Massa devaluar y éste se lo ha tomado tan en serio que hasta se enoja con quienes osan utilizar la palabra maldita, con los medios en primer lugar.
Sin embargo, hay otro detalle para cerrar el círculo. Tras la reunión bilateral del Presidente con su par de los Estados Unidos, Joe Biden, el ministro negoció con el FMI un menor ajuste en las cuentas públicas debido la sequía (menor entrada de divisas son menores ingresos por retenciones) y ahora, un adelanto de desembolsos por parte del organismo que le dé aire a las magras Reservas que le quedan a la Argentina. Biden prometió apoyar, pero como esto no es gratis, el kirchnerismo en general y Cristina en particular están tragando saliva.
En su último viaje al FMI, el ministro se cruzó en Santo Domingo con Wendy Sherman, la número dos del Departamento de Estado que viajaba hacia Buenos Aires a bajar línea sobre la relación con Rusia y con China, país que pretende construir más bases en el Sur y ganar el negocio del 5G y allí, ella le dijo sin anestesia qué se espera de la Argentina. Otro tanto hizo, casi en simultáneo, una segunda visitante, la jefa del Comando Sur del Ejército de los EEUU, Laura Richardson. Ambas mujeres dejaron sus condiciones: si necesitan una mano, que la alianza sea completa. Entonces, para Cristina es devaluar o tragarse el sapo, mientras el control del tablero lo tiene Massa, potencial candidato a suceder a Fernández.
Entre Massa, De Pedro, Rossi, Scioli o Grabois, el sucesor elegido finalmente lo nominará Cristina y será uno más de los temblores de las internas del oficialismo que le propinaron al país tres años y medio de desavenencias y postergaciones. Tampoco el panorama hacia adelante está bueno como para querer ser Presidente como candidato oficialista, sobre todo si se llega de rodillas al 10 de diciembre.
¿Por qué habría que pensar que no se puede llegar? Por el determinismo de la historia reciente, por ejemplo. Según Google, son ocho las películas en las cuáles el día se repite una y otra vez en la vida de los protagonistas. En la política argentina, la historia de su endeble economía muestra que, en estos 40 años de democracia, que hasta ahora derrumbó solamente a gobiernos radicales antes de llegar a su término constitucional, también parece repetir fatalmente caminos ya recorridos.
Con las necesarias salvedades en temas muy puntuales y críticos (presiones militares o la necesidad de salir del 1 a 1), los archivos de cualquier diario de aquellos tiempos (1989 y 2001) permiten recrear una secuencia similar en cada uno de esos cimbronazos políticos, fotogramas que muestran invariablemente el mismo ciclo de recambio anticipado las dos veces, ya sea hacia el adelanto de las elecciones o hacia la Asamblea Legislativa. Ambas situaciones permiten seguir el proceso actual casi como un calco.
En el listado de antecedentes económicos que enmarcaron aquellos dos momentos se pueden encontrar, como ahora, errores de concepto, un constante deterioro de las variables centrales (déficit fiscal, tipo de cambio atrasado y suba de precios), manotones de ahogado (controles, cepos y prohibiciones), dureza política de los propios para salvar la ropa (Angeloz con Alfonsín, de éste con de la Rúa y ahora el kirchnerismo con Fernández), la respuesta negativa de los mercados, resistencia hacia cada nueva medida y menor duración de sus efectos, corridas hacia el dólar, negación de la realidad, explicaciones sin sustancia, teorías conspirativas, caza de brujas, paranoias, atribución de culpas a terceros, etc. etc. Tensiones desde los cuatro costados, como las de ahora.
Nada nuevo entonces en lo que podría venir, si se cree en la reiteración de la historia. La relación Alberto-Cristina-Massa y sus zancadillas mutuas son una muestra más de la degradación. Y mientras la oposición de Juntos por el Cambio sigue en sus propias internas, atenuadas ahora por el oficialismo, aunque continúan, la sociedad mira estupefacta el espectáculo, incluida la presencia de Javier Milei que hace ruido pero que no presenta un solo plan. Las encuestas dicen que la ciudadanía piensa en la abstención mientras calibra, con el temor que da la incertidumbre, la posibilidad de que la historia se repita.