Vamos atrás en el tiempo, fines de los 80, comienzos de los 90. La gente de Agua y Energía descubrió que había una enorme cantidad de murciélagos en los túneles del dique de Escaba. Una colonia cuyo origen se desconoce. 12 millones de animales que dormían en cuatro vanos (cuevas) al menos. Los mismos obreros no querían entrar a los túneles infestados con el olor del guano del murciélago, cuenta la bióloga Daniela Miotti.
Fueron los científicos, los estudiaron, vieron que eran de la especie Tadarida brasiliensis, que está por toda América. “Empezamos a trabajar con Agua y Energía para proteger a la colonia. Se logró una ley provincial que la declara monumento natural y especie protegida. Se protege no sólo la colonia sino el medio ambiente”, relata. ¿Por qué? Porque los murciélagos, además de alimentarse de polillas, mariposas y cascarudos que pueden ser plagas en algunos cultivos, comen mosquitos: flebótomos, Culex pipiens, Anopheles, Aedes aegypti. Sólo comen los Aedes al atardecer –dice la bióloga-, porque duermen de día. No comen los mosquitos de la mañana, por ejemplo. Pero se dice que pueden comer 1.200 mosquitos por hora.
Colonia diezmada
Linda noticia para estos tiempos de dengue y desesperada búsqueda de repelentes, espirales y tabletas. Pero sigamos atrás en el tiempo. A comienzos de los 90 el presidente Carlos Menem, con su ola privatizadora, concesiona los embalses de Agua y Energía y queda a cargo de Escaba la Hidroeléctrica Tucumán (la misma que ahora dijo que no tenía plata para hacer los arreglos por los problemas de la presa 3 del Cadillal). Esta concesionaria, inquieta porque tenía que traer técnicos internacionales para revisar la presa y sus túneles, propuso un plan de reubicación de la colonia, puso luces y sirenas y un producto, naftaleno, y en 2005 cerró todos los vanos excepto uno. Cuenta Miotti que los murciélagos –que se van en mayo, antes del invierno, y vuelven en septiembre- al regresar no pudieron entrar todos a la única cueva y empezaron a morirse por cientos. Tres años después –añade- los científicos pudieron entrar a ver la colonia y sólo quedaban 2 millones y medio de murciélagos.
Otra vez vamos atrás en el tiempo, a la primera epidemia de dengue. Año 2009. Un título de LA GACETA, surgido de las declaraciones de los funcionarios, decía: “Le temen al dengue, pero no eliminan los cacharros”. Fueron momentos de pánico a la picadura del mosquito portador –el Aedes- y de aprendizaje de un verbo nuevo: descacharrar. Los funcionarios culpaban a la gente por no tirar el agua de los floreros, dejar las cubiertas con agua a la intemperie y las piletas sin clorar. Quedó la idea de que era una cuestión cultural. La culpa por la falta de descacharreo se repitió como un mantra en la siguiente epidemia, en 2016. Y volvió a escucharse ahora, en medio del intenso debate político en que los candidatos oficialistas y opositores se culpan mutuamente por lo que se hizo y no se hizo. El mismo ministro de Salud, Luis Medina Ruiz, dijo en “Panorama Tucumano” que “los criaderos están dentro de las casas”
Claro que ahora ya nos golpea la crisis sanitaria: cada brote de la enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti le ha dejado una marca a nuestra provincia y esa sería la explicación de la grave situación actual, dice el investigador Mariano Dellarole, del Centro de Investigaciones en Bionanociencias (Cibion - Conicet).
Ahora esperamos con urgencia que llegue el frío para que cesen las picaduras. El asunto es cómo llegamos hasta acá. ¿Es una maldición bíblica, inexorable? ¿Un destino trágico imposible de evitar? Impera la sensación de fragilidad extrema de que una picadura genera un drama a cualquiera.
Sin diagramas
Pero en las peleas políticas se divisó algo. Hace unos días se publicó cómo los intendentes dijeron que habían hecho bien los deberes para prevenir; aunque uno de ellos, Carlos Najar, de las Talitas, dijo que no había tenido suficiente información. “Cuanto antes podríamos haber empezado, hubiera sido mejor (...) No teníamos ningún diagrama de información sobre que este año se iba a potenciar el ciclo del dengue”, describió Najar.
Pocas semanas antes, un experto había criticado que las autoridades no habían hecho bien las campañas de prevención que se deben hacer en el invierno. Lo mismo dijo en 2020 el biólogo Nicolás Schweigmann, investigador independiente del Conicet y profesor adjunto de la UBA, que estudia mosquitos desde hace más de 20 años “Uno de nuestros déficits es la falta de previsión”, dijo, y habló de mala gestión estatal.
En el medio del fragor del aumento de contagios, los funcionarios del Siprosa dijeron que no daban abasto, que sus agentes sanitarios recorren las calles y los barrios y que la gente no aprende.
Pero en la recorrida por los barrios azotados por la pobreza y la falta de servicios se ve que el descacharreo es practicamente imposible. En medio de basurales por todas partes –hay una repartición provincial creada en tiempos de José Alperovich para erradicar los basurales y ahí siguen los basurales y ahí siguen los funcionarios en sus puestos- y de pérdidas de agua callejeras y de líquidos cloacales, es imposible culpar a la gente por no descacharrar. Eso se vio en el barrio Ejército Argentino.
En nuestra edición de hoy hay una explicación más coherente. Los funcionarios no saben hacer campañas. Llegan a la gente con una actitud paternalista y los vecinos no les hacen caso. “No hay políticas públicas que contemplen la participación social como un actor indispensable”, dice la epidemióloga Ana María Lascano. También los funcionarios llegan tarde porque en realidad no pareciera que se estudió el asunto,. ¿Cómo puede ser que a 14 años de que se criticara a la gente por no descacharrar aún no haya una estrategia para cambiar las cosas?
Volviendo a los murciélagos: la bióloga Daniela Miotti considera que no se puede decir que por la falta de estos animales hayan proliferado los Aedes. Y, en todo caso, la colonia de Tadarida brasiliensis sólo actuaría en la zona de Alberdi. Además contó que en los estudios que hicieron a los animales –mejoraron las cosas con la Hidroeléctrica en los últimos tiempos- se descubrió que en realidad los mosquitos picaban a los murciélagos y que, entonces, la disminución de la población de murciélagos sí podría incidir en que los mosquitos piquen más a los seres humanos. Miotti rescata, en realidad, el valor del murciélago como equilibrador del ecosistema. “Mi objeto es mostrar a la gente que el murciélago no hace nada a las personas ni a las mascotas. Una ciudad donde no hay murciélagos comiéndose los insectos es una ciudad que no está en buen estado de salud”.
Por eso, aunque no haya una relación directa entre dengue y estos animales, si se comen 1.200 mosquitos por hora, que vuelvan los murciélagos. ¿Quién sabe? Tal vez el remedio de la naturaleza sea más efectivo que las fracasadas campañas de descacharreo.