¿Quién le teme a Borges?
Aunque no es frecuente, lo cierto es que se han escrito e incluso vociferado opiniones -casi siempre de sesgo político- en desmedro de la personalidad o la obra de Jorge Luis Borges. Sin embargo, enorme es la distancia entre nuestro genio literario y los inútiles intentos desacralizadores de sus cuestionadores.
Por Eduardo Posse Cuezzo
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Existió y existe un temor abstracto hacia Borges. Le temen por no comprenderlo o le temen por sus declaraciones políticas. O, en fin, simplemente le temen.
Pero voy a referirme a algunos ejemplos de nuestra opinología vernácula como botón de muestra.
Comenzaré por el escritor Leónidas Barletta. Bien sabido es que en las primeras décadas del siglo pasado se enfrentaron en Buenos Aires dos bandos literarios: Florida y Boedo.
Boedo aglutinó a los escritores más progresistas, afines a la izquierda. A Florida pertenecía el grupo de aristócratas y conservadores, escritores “del asfalto”, poetas “de gabinete” y poetas de “atelier” que “jamás se habían asomado al suburbio y que sólo valoraban a la gente del arrabal por su pintorequismo”, en los términos en que eran denostados por sus rivales.
Como es de suponer, Borges era miembro conspicuo del grupo Florida y Leónidas Barletta, de Boedo.
“Rusia”
En octubre de 1917, había estallado la revolución bolchevique. Las connotaciones iniciales del movimiento proletario que dio origen a la URSS sorprendieron por igual a los intelectuales de Boedo y Florida, si bien por distintas razones.
Borges, impresionado por la épica de las muchedumbres rusas, publicó en la revista Proa un poema que tenía por título “Rusia”: “En el cuerno salvaje de un arco iris / Clamaremos su gesta / Bayonetas / Que llevan en la punta las mañanas”.
Pero este deslumbramiento borgiano y del grupo Florida por el bolcheviquismo fue, por cierto, efímero. Ello despertó la ira de Barletta que, en nombre de Boedo, atacó con dureza al genio literario: “...Si a la palabra libro le damos el significado de estatuto de un régimen, es fácil advertir lo que quiere decir, a pesar de la oscura redacción que le dicta su timidez. Su obra mediocre y extranjerizante, de la que sólo quedarán los muy estudiados títulos, es elevada al pináculo de la gloria por la prensa comercial, que al mismo tiempo, silencia los nombres de los escritores libres y progresistas. Sólo le falta borrar su anticatolicismo, pero es prudente y jamás habla de su presunto ateísmo. Casi ciego, se le da la dirección de la Biblioteca Nacional y se lo promueve a todo gasto a la candidatura del Premio Nobel. El gran cantor de la Revolución rusa, triste, enfermo, se convierte en su ancianidad en el portaestandarte de la reacción”.
“Elusiones borgianas”
Más complejo, ya que intenta un abordaje literario, psicoanalítico y político de Borges, es el libro de Blas Matamoro, Jorge Luis Borges, o el juego trascendente, con prólogo elogioso de Juan José Sebreli, ambos del grupo Contorno. Matamoro opta por la denigración personal del escritor que había confesado “...yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de calles aventuradas y ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca con ilimitados libros ingleses”, aduciendo que “fijado al ambiente habitacional de sus primeros pasos en la vida, Borges ha permanecido encerrado en el jardín-biblioteca de Palermo durante toda su existencia donde”, agrega, “es ajeno a la percepción cotidiana de los hechos de la experiencia común”. Luego centra su crítica en las “elusiones” de Borges en cuanto a la experiencia sexual y la muerte, situaciones estas que sólo son mencionadas en los textos borgianos en forma referencial, sin una descripción precisa de su secuencia. Como ejemplo fatal de estas elusiones (determinadas por un temor inconsciente al castigo paterno, en la inverosímil concepción psicoanalítica de Matamoro), trae la cita de uno de los cuentos memorables de Borges: “Hombre de la esquina rosada”. En el episodio en que el narrador asesina al hombre que se ha llevado a la Lujanera, elude describir que ha encontrado a la pareja en el coito y omite también la escena homicida. “Es decir que, una vez más, la narración del amor y de la muerte ha sido dejada de lado”, concluye Matamoro.
Perros
Silvina Ocampo, por otro lado, lo critica, con amabilidad, por un episodio doméstico. En la playa, ha extraviado su perro. Lo busca desesperada, describiendo su aspecto a todos los transeúntes, ante la indiferencia absoluta de Borges que la acompaña, y le espeta: “Pero, ¿estás segura de reconocer a tu perro?” Ante lo que Silvina escribe: “Lo odié, suponiendo que no tenía corazón. Odiar a Borges es difícil, porque no se entera. Yo lo odiaba y pensaba ‘es malo, es idiota, me indigna’; mi perro es más inteligente que él porque sabe que las personas son diferentes, en tanto que Borges piensa que todos los perros son iguales. Borges no comprendía mi pena. Sin embargo, era yo quien no lo comprendía. Borges considera a los animales como a dioses o grandes magos y piensa, también caprichosamente, que cualquier ejemplar de una raza representa a todos. A su manera, ama a los animales”.
Vano sería apuntar que los personajes más trascendentes de la literatura contemporánea, del siglo pasado y del actual, dejaron nota de su deslumbramiento por la literatura borgiana. Alguien dijo “los tontos no le interesan a Borges, le avergonzaría escandalizarlos. Es una cuestión de ética”. Los teóricos de movimientos políticos diversos que consideraron la “peligrosidad” de Borges, como inspirador de la reacción vernácula, no pudieron dar un solo testimonio de tal influencia borgiana en la política argentina.
Sus críticos literarios se estrellaron contra el escudo del genio inalcanzable. Tuvieron que reconocer, a su pesar, a uno de los escritores más brillantes de la literatura universal.
Entonces, la pregunta final sería, ¿quién le teme a Borges?
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Eduardo Posse Cuezzo. Abogado. Presidente de Alianza Francesa de Tucumán y de Fundación E. Cartier.