El enigma de Kodama: el legado de Borges

El enigma de Kodama: el legado de Borges

16 Abril 2023

Por Carmen Perilli

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Borges no escribió una novela, lo intentó y abandonó -el crítico Julio Ortega señala que en la biblioteca Austin encontró “Los Rivero,” tres páginas de lo que bien pudo haber sido la única novela del escritor-. En estos últimos días el autor fue el centro de una novela mediática llena de enigmas. Los primeros capítulos se escribieron en 1986 con el casamiento con Maria Kodama y su lejana muerte y entierro en Ginebra. Todo lo que sucedió a partir de entonces se vincula al legado. Borges había nombrado antes, con su aparente desconocimiento, a quien denominaba Ulrica, heredera universal y custodia. La mujer de esbelta figura y reservada vida, que cuidaba y acompañaba, tomó el lugar de viuda y dueña del pesado legado. El gran capital de sus acciones fue la intimidad con el escritor. Kodama extremó el control sobre la herencia, armó una fundación y proclamó que se aseguraría la preservación de ese tesoro, ya diezmado, según su versión, por distintas personas, entre ellas, la devota empleada Fanny. Se negó a que el país recibiera la donación de originales de un empresario que supuestamente los habría comprado. Declaró “Soy la persona a la que Borges encargó el cuidado de su obra porque sabía que lo haría, costara lo que costara”. Hace 37 años la mujer de rasgos orientales se transformó en una figura hostil para muchos “borgeanos”, entre ellos el biógrafo Alejandro Vaccaro. Sus gestos la llevaron a innumerables y a veces absurdos pleitos con críticos, estudiosos y creadores. Incluso con editoriales como Gallimard. La celosa guardiana salía al ataque ante cualquier declaración, entrevista, nota, etc. Beatriz Sarlo planteó que no se podía hacer una edición crítica mientras ella tuviera que autorizarlo. Si Borges se ha convertido, como su Shakespeare en menos un hombre que una literatura, Kodama consagrada a su memoria se transformó en su propia leyenda continuando la figura que ya aparecía en las últimas obras de Borges. La Ulrica de sus libros, que escribió el último epitafio de “Javier Otálora”, parecía decidida a ser el samurái de su obra. Muchos de los textos de Borges están en las redes y circulan por el mundo, aunque muchos originales se encuentran en universidades extranjeras. Borges amaba la Biblioteca Nacional a la que en 1973 había hecho una gran donación de ejemplares a los que se sumaron algunos que estaban en la casa de su amigo Bioy. Laura Rosato y Germán Álvarez, directores del Centro de Estudios y documentación de Borges de la Biblioteca Nacional, declaran que, desde hace muchos años, se viene realizando una tarea de rescate, incluso en acuerdo con María Kodama y la Fundación Internacional que creó. La muerte dejó a todos esperando una sucesión ordenada y supervisada. Pero pareciera, hasta ahora, que no hay testamento ni disposiciones. Una mujer, consciente de la importancia del legado, no previó su muerte, aunque tenía la misma edad de Borges cuando murió. Soto, su abogado, anunció primero la lectura, para luego exhibir su desconcierto. Ahora hay un vacío que trae a escena a cinco “extraños”, los sobrinos, hijos de un hermano al que Kodama no frecuentaba. La entrevista que le realiza Ana Prieto es sumamente interesante y muestra las incongruencias de su relato familiar.

Las herencias y archivos de creadores suelen migrar a otras latitudes, especialmente cuando prima su valor de bien. Falta reacción de las instituciones y una ley de protección de bienes culturales. Coincido con autores como Sarlo, Carlos Gamerro y Guillermo Martínez, quienes señalaron la necesidad preservar ese material en la Biblioteca Nacional. Sería de una torpeza increíble que no proveamos las formas para que el archivo de Borges, el mayor escritor nacional y uno de los más importantes del mundo, quede con nosotros. Es inquietante que, así como sus restos descansan en Ginebra y no en la Recoleta, los libros de quien dirigió la Biblioteca Nacional y fabuló en sus pasillos la otra, la de Babel, descansan entre sus paredes a la que imaginó “iluminada, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.

© LA GACETA

Carmen Perilli – Doctora en Letras. Especialista en Literatura latinoamericana.

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